A Perón le vendieron un buzón, a Formosa le están por vender otro

El programa nuclear argentino se originó a fines de los años cuarenta cuando un austriaco emigrado de la Alemania nazi llamado Ronald Richter lo convenció a Juan Domingo Perón de destinar enormes sumas de dinero en un disparatado proyecto pseudocientífico. Ahora es el gobierno de Cristina Kirchner, a través de su ministro Julio de Vido, el que habla de invertir 31.500 millones de dólares en energía atómica en los próximos diez años (?) y de crear un “polo tecnológico e industrial” en Formosa.

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Con el entusiasmado visto bueno de Juan Domingo Perón y los cuantiosos recursos que puso a su disposición, Ronald Richter montó un centro de investigación tan imponente como inútil y un reactor que jamás funcionó en la isla Huemul, en el lago Nahuel Huapi, cerca de Bariloche.

Los restos siguen hoy allí como recuerdo de un derroche formidable no solo de fondos públicos, sino del prestigio del general presidente, que protagonizó un célebre papelón internacional al anunciar públicamente que Argentina había alcanzado la fórmula de la “fusión en frío”.

Mito inagotable

Hay dos maneras de llegar a la reacción en cadena atómica que se necesita para generar energía nuclear.

Una es la fisión nuclear, que consiste en romper átomos pesados, como los del Uranio-235, con neutrones. La otra es la fusión nuclear, que consiste en fusionar átomos livianos, como los del hidrógeno o el helio, mediante choques violentos entre sí.

La fisión nuclear es la que se utiliza en las centrales nucleares actuales, mientras que la fusión nuclear es posible y más efectiva, ya que libera una cantidad muchísimo mayor de energía a través de los gases más abundantes de la naturaleza, pero requiere temperaturas extraordinariamente elevadas, como la que existe en las estrellas.

La posibilidad de crear una tecnología capaz de hacer fusión nuclear a temperatura ambiente (fusión en frío) ha sido una de las grandes quimeras de la ciencia moderna, ya que con ello se podría teóricamente acceder a una fuente inagotable de energía limpia y prácticamente gratis.

Todos los intentos han fracasado. Lo más cerca que supuestamente se estuvo fue un experimento de Martin Fleischmann y Stanley Pons de la Universidad de Utah en 1989, que nunca pudo ser replicado. Lo único inagotable que ha habido hasta ahora ha sido la sucesión de mitos, embustes y fantásticas historias de conspiraciones.

En el caso de Richter, una comisión investigadora determinó su total falta de rigor teórico y experimental, el “Proyecto Huemul” quedó en la historia como un gran fraude científico y económico, en tanto que su mentor pasó el resto de sus días olvidado y desocupado. Murió en la ciudad de Viedma en 1991.

“Argentina Potencia”

Las fábulas del austriaco encendieron para siempre la imaginación y la codicia de Perón, que hasta llegó a flirtear con la idea de fabricar su propia bomba atómica, en el contexto de su no menos quimérica “Argentina Potencia”.

En 1950 se creó la Comisión Nacional de Energía Atómica, se inició la búsqueda de yacimientos de uranio en territorio argentino y, ya durante gobiernos militares posteriores, se construyeron los primeros reactores experimentales y se comenzó la instalación de la primera central de potencia.

Pero fue nuevamente Perón, cuando regresó a Argentina luego su largo exilio y emprendió su segundo gobierno a principios de los años setenta, que le dio un nuevo impulso al programa nuclear, con la inauguración de Atucha I en la provincia de Buenos Aires, y el inicio de la construcción de la central nuclear de Embalse, en la provincia de Córdoba.

El 31 de mayo de 1974, apenas un mes antes de la muerte del general, se publicaba en ABC Color un despacho de AFP que citaba “medios científicos” y al director de la agencia gubernamental Telam para afirmar que “Argentina estaría próximamente en condiciones de detonar un artefacto atómico”, si bien el gobierno afirmaba que su intención era continuar destinando sus instalaciones nucleares para fines pacíficos.

La era Kirchner

Luego de un largo período de letargo, la actividad nuclear en el vecino país volvió a tomar un envión con la llegada de los Kirchner al poder y el lanzamiento, en 2006, del “Plan Nuclear Argentino”, a cargo ya entonces de quien hasta ahora es ministro de Planificación Federal e Inversión Pública y Servicios, Julio de Vido.

Durante la era Kirchner se extendió la vida útil de la Central Nuclear de Embalse, se completó la central Atucha II, predeciblemente rebautizada “Néstor Kirchner”, se puso en marcha el proyecto Carem 25 y Cristina Kirchner firmó un acuerdo con China Continental para la construcción de una cuarta central nuclear.

Es en este marco que entra Formosa en la ecuación. La provincia vecina, gobernada por Gildo Insfrán, fue la única que aceptó la reubicación en su territorio de la planta productora de dióxido de uranio Dioxitek, que acaba de ser clausurada definitivamente en la ciudad de Córdoba, y existe el proyecto concreto de emplazar allí un nuevo reactor Carem de 150 MW, seis veces más potente que el que se está haciendo en el complejo de Lima, en el partido bonaerense de Zárate.

Julio de Vido viene hablando de invertir 31.500 millones de dólares en el programa nuclear en los próximos diez años y de crear un polo industrial y tecnológico en Formosa, suficiente para alimentar la ilusión y la codicia de muchos formoseños y de no pocos paraguayos, que ven la oportunidad de proveer uranio, un negocio que, como veremos, le podría costar muy caro al país.

Otro buzón

Pero las apariencias engañan. La verdad es que el programa nuclear argentino sigue siendo relativamente insignificante y no hay razones para pensar que pudiera ser de otra manera en un futuro razonable.

Argentina tiene en este momento seis reactores nucleares de investigación, un séptimo en los planes, dos centrales nucleares de potencia en operación, una tercera en fase final, un reactor Carem en construcción, otro proyectado, y, en los papeles, una nueva central nuclear de 800 MW en asociación con China.

Actualmente, después de casi setenta años, todo el parque nuclear argentino produce unos 7 millones de MWh al año, no mucho más del 6% de la electricidad generada anualmente en el país. Si se completaran todos los proyectos y realmente se invirtieran eficientemente los 31.500 millones de dólares de los que habla Julio de Vido, seguiría sin superar el 10%.

Por otro lado, De Vido no puede prometer algo que no está en sus manos, ya que todo indica que este gobierno concluirá su ciclo a fines de 2015. Ni siquiera le alcanzaría el tiempo para completar el traslado de Dioxitek, lo que, en el mejor de los casos, demoraría dos años.

Una posibilidad más creíble es que la intención sea simplemente apurarse para ejecutar obras mientras dure el mandato, con el fin de obtener beneficios inmediatos, tanto monetarios como políticos, a un año de las elecciones generales, sin importar demasiado su viabilidad técnica o económica. Total, si queda el elefante blanco, no será la primera vez.

Enviado especial a Córdoba
arivarola@abc.com.py

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