Vivió la mitad del bicentenario y lo que más valora de hoy es la libertad

Carlos Heisecke Montero fue un conocido abogado y político, rebelde por antonomasia, un luchador por la libertad que en este Bicentenario cumple 100 años, la mitad de nuestra Independencia.

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A pesar de la edad, lúcido y muy leído, Heisecke pasa revista a su paso por la vida, la universidad, la Guerra del Chaco, y relata las persecuciones que sufrió como militante del Partido Revolucionario Febrerista durante la dictadura del general Alfredo Stroessner. No se declara luguista pero critica a los que siembran una imagen muy negativa del gobierno. Sostiene que "hoy por lo menos se avizora una esperanza".–Va a cumplir 100 años en el Bicentenario. ¿Cómo hace para mantenerse lúcido y con todas las luces?   

–Sí, voy a cumplir 100 años el 1 de noviembre.   

–¿Puede leer todavía?

–Leo mucho. Traté de mantenerme activo siempre.   

–¿Dónde nació?   

–Yo soy de Asunción. Mis antepasados vienen más allá de la Guerra del 70, que yo recuerde. Mi bisabuela vivía en la manzana comprendida por las calles  Benjamín Constant, entre Ayolas y Presidente Franco. Cuando se vino la invasión a Asunción, recibieron la orden de salir de la ciudad. Ella estaba tullida (no caminaba). Y así se fueron a Luque. De ahí fueron a Areguá. Recibieron orden de ir a Itauguá. Otra vez se fueron a Caacupé. De ahí comenzó la diáspora. Mi bisabuela sobrevivió y cuando volvieron encontraron la casa ya ocupada. Había una vacía, al lado, que ocuparon. La casa original fue ocupada por un señor español de apellido Montero. Era macatero. Este al final se casó con mi abuela. De ahí vienen los Montero.   

–A usted ya le tomó la Guerra del Chaco...   

–Yo fui a la guerra siendo estudiante de derecho en la Universidad Nacional. Llegué a teniente primero. Estuve en el primer cuerpo de ejército. Tuvimos mucho padecimiento. Pasamos hambre, sed. Cuando no teníamos agua teníamos que tomar nuestro propio orín. Cuando volvimos de la guerra, muchos le seguimos a Franco. Nos gustaban sus ideas políticas. Bajo su liderazgo fundamos el Partido Febrerista. En la época de Stroessner sufrimos represiones brutales, apresamientos, torturas, confinamientos. Una vez nos mandaron a seis compañeros a un fortín impenetrable en el Chaco, Fortín Montanía. Los militares que nos tenían a su cargo se apiadaron de nosotros. Tenían órdenes de enviarnos a Lagerenza, un presidio de donde decían que era difícil volver con vida. La condición era no volver a Asunción y que no se enteren ni Stroessner ni Edgar Ynsfrán. Entonces bajamos hasta Concepción y nos mantuvimos entre Concepción y Pedro Juan Caballero.   

–¿De qué vivían?   
   
–De la caridad, de amigos que nos forjamos ahí y nos apoyaron. En el Hotel Francés teníamos unos conocidos que nos albergaron por un tiempo. Cuando terminó esta etapa de persecuciones nos dejaron volver.   

–¿Eso se acababa así?   

–Siempre nos ponían condiciones. Pudimos volver a Asunción, siempre con la condición de no hacer militancia política. Pero cada agresión, cada maltrato que recibíamos eso potenciaba nuestra rebeldía. Era un desafío más para continuar en la lucha. Nos reuníamos en forma clandestina para hablar hasta de cómo terminar con esa dictadura.   

–¿Y dónde estaba Franco?   

–En Buenos Aires, exiliado. Había un montón de exiliados de mi partido y de otros partidos en la Argentina. Justamente ellos le habrán dado mi nombre a dos argentinos que vinieron y se alojaron en un hotel, ese que es hoy la sede de la Cancillería.   

–¿Qué querían?   

–Vinieron a  buscarle a Perón. Querían atentar contra él cuando estaba confinado en Villarrica. Yo les dije que no hay que buscarle tanto. "El anda por la calle, camina, se pasea en motocicleta, habla con todo el mundo. Todo el mundo lo quiere. ¿Por qué no van ustedes? ¿Qué quieren que yo haga?", les pregunté, desconfiado. Además, les dije: "hace rato que ustedes están siendo vigilados por los pyragués (soplones) de Stroessner". Como la habitación de ellos tenía un balcón que daba hacia la calle Palma, les mostré dos pyragués que estaban en la esquina de 14 de Mayo. Los tipos se asustaron y desaparecieron enseguida.   

–¿Por qué contactaron con usted?   

–En Buenos Aires les habrán dado mi nombre.   

–Los argentinos ayudaron a los liberales que se metieron en la guerrilla contra Stroessner. Ese movimiento 14 de Mayo. ¿Y ustedes?   
   
–Nosotros nos opusimos terminantemente a la guerrilla. Quisieron seguir el ejemplo de la Revolución Cubana. Cometieron errores gigantescos. La guerrilla de Castro era urbana. Aquí ellos se fueron y se metieron en la selva. Cometieron suicidio. Tenían que cruzar la selva impenetrable, cerca del Paraná. Antes de llegar a cualquier parte ya se morían de enfermedades. Fue todo muy heroico lo que hicieron, lo que usted quiera, pero fue una ridiculez, una inocentada.   

–¿Por qué no hicieron urbana si tenían armas y apoyo?   

–Eso es lo que nosotros les preguntábamos. Eso nos valió a muchos de nosotros unas represiones brutales. Una vez yo me enfrenté con Franco. El tenía un comando en Buenos Aires muy influyente, que tenía muchos seguidores.   

–¿Qué le dijo?   

–"¿Qué hacen ahí que no vienen acá a pelear desde adentro? Es muy cómodo estar en Buenos Aires", les dije. Una vez me mandaron una carta y amenazaron con expulsarme del partido. Cuando volvió Franco al Paraguay hubo una gran reunión y Franco dijo: "Mientras nosotros estábamos en el exilio, los compañeros de Asunción se pasaron de fiesta en fiesta". Yo le repliqué: "Mientras nosotros hacíamos fiestas en Asunción, ustedes se bronceaban en Mar del Plata o en Punta del Este. Hay una pequeña diferencia, coronel", le dije.   

–La gente que se fue al exilio, para usted, ¿ hubo más gente que se fue en forma obligada o por propia voluntad?   

–Algunos fueron expulsados. Otros se fueron voluntariamente. Se asilaban en la Embajada argentina y de ahí se les enviaba a Clorinda.
   
–¿Usted cree que tenían que haberse quedado?   

–Yo creo que sí. Optaron por lo más cómodo...   

–¿Le parece que fue más cómodo el exilio?   

–Bueno, porque se fueron es que crecieron Stroessner y el Partido Colorado. Se cortaron solos. Más de 100.000 paraguayos –lo mejor de la intelectualidad– se fueron de Asunción. Yo pienso que si se quedaba la mayoría podíamos habernos organizado muy bien para hacerle frente a Stroessner.   

–El país se iba a llenar de presos políticos y desaparecidos...   

–Pero pasó lo que pasó en Venezuela. Los opositores decidieron no participar y Chávez se cortó solo. Estando acá podíamos haber hecho un partido fuerte. Podíamos haber hecho una y mil maniobras para conquistar la libertad. La prueba es que se pudo reimprimir el semanario El Pueblo.   

–En las postrimerías de la dictadura...   

–Ese fue un periódico muy eficaz en la última etapa de Stroessner. Fue uno de los motivos de la caída de Stroessner.   

–El febrerismo se potenció especialmente con el acceso de Felipe González al poder con el Partido Socialista Obrero Español (PSOE)...   

–Es claro. El presidente del partido era miembro de la Internacional Socialista. Teníamos el apoyo de España y de Alemania. Stroessner se cuidaba más en tocarnos. De ahí que se pudo publicar El Pueblo.   

–¿Por qué se terminó el febrerismo? Era el verdadero partido socialista, políticos experimentados, con raigambre. Hoy tenemos como media docena de partiditos con gente muy joven que se dice que reciben dinero de Chávez...   

–Es difícil descubrir la causa. Pasó el momento seguramente. Eran otros hombres, otras ideas. Con la caída de Stroessner yo tenía ya 80 años. Estaba prácticamente retirado.   

–¿Cuál es su pasatiempo favorito?   

–Como le dije, leo. Es mi pasatiempo para combatir la soledad. Ando leyendo esas colecciones de ABC de los domingos (muestra). Ahora también estoy leyendo este libro de García Márquez "Yo no vengo a decir un discurso"...   

–¿Cuál es su opinión de la actualidad política?   

–Después de todo lo que yo pasé, en el borde entre la libertad y la cárcel, yo pienso que hay mucha exageración en las críticas, en los improperios que recibe el gobierno. Escuché a los obispos que hablaron en Caacupé. Pintan al Paraguay como un país que está por hundirse, como si fuera una catástrofe. Dígame, ¿en qué país que está por hundirse se  construyen shoppings gigantescos, industrias? Dicen que la gente se muere de hambre, pero cada vez más se construyen fábricas. Quiere decir que hay posibilidades de construcción de un proyecto de país. Cuando usted solo carga lo negativo, eso produce depresión, duda. Es natural que lo que se dice, va quedando...   

–No hay ninguna catástrofe...   

–Para mí es pura fantasía. Los índices de crecimiento son extraordinarios este año. Hasta Evo (Morales) dijo que quiere que vayan técnicos paraguayos a su país a explicar este crecimiento. Aunque sea un cumplido, ya es importante.   

–Parece un cumplido muy simpático...   

–Mire. Nadie va a invertir en un país que se está cayendo a pedazos, en un país incierto.   

–¿Usted es luguista?   

–Yo no soy luguista. Lugo es muy flojo. Lo que yo quiero rescatar es que un país que tuvo un siglo de tragedia, de dramas, de persecuciones de los que yo mismo fui víctima tanto tiempo, hoy por lo menos avizora una esperanza.   

–Mucha gente está de acuerdo en que cambios, no hay...   

–Si la gente dice que no hay cambio, ¿por qué no analiza lo que hizo Stroessner y lo que hicieron los colorados que le rendían pleitesía, el gobierno de Rodríguez, del ingeniero Wasmosy, de González Macchi?   
   
–Estos últimos que casi llevaron a la quiebra al país...   

–Bueno, nadie recuerda eso. Nadie puede decir que no hubo cambios. Hubo cambios en Itaipú, en Yacyretá. Yo no digo que no se destaque lo negativo, pero también hay que darle más fuerza a lo positivo para seguir con más entusiasmo hacia adelante. ¿Acaso no hay progresos en la ganadería, en la producción de granos, con sus producciones récords? Yo veo que hay un esfuerzo para ordenar las cosas. Lo más importante es que hoy todos somos libres.
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