Chicorosky y la Tosca

 Antes de ir al frente de batalla, su madre, Carmela —hija de residenta—, sacó un pañuelo y lo bendijo dentro del templo de la Santísima Trinidad. Se lo puso al cuello y lo tuvo como amuleto para todos sus vuelos. Héroe del Chaco, conoció los rigores de la prisión y el exilio. Esta es la poco conocida historia de Chicorosky.

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A horcajadas en la cintura de su madre, una residenta de la Guerra Grande, llegó Carmen Cardozo (Carmela) a Trinidad, con un año y tres meses. Su padre había fallecido en el último combate, en Cerro Corá. Entonces, la madre caminó descalza todos esos kilómetros hasta recalar sobre la calle Tapuá, en el entorno de los Cañisá. Carmela se casó con Cirilo Jara, un constructor al servicio de los Miró. Allí nació Isidoro Jara Cardozo, el 7 de enero de 1904, y falleció el 3 de junio de 1976. Sus restos reposan en el Panteón Militar de la Recoleta.

Su hijo, el Dr. Carlos María Paz Jara Sánchez, menor de siete hermanos, nació en el exilio en Clorinda, un 12 de junio de 1951, día de la paz del Chaco —lo cual explica su tercer nombre—, y está orgulloso de vivir en el casco antiguo de Santísima Trinidad, en una casa que perteneciera originalmente al turco Elías Omar. “Era una gran tienda en la que se vendía todo tipo de géneros y ropas ya confeccionadas en los tiempos dorados de esta Santísima Trinidad”, afirma.

Con él repasamos una historia poco conocida, la del mayor PAM Isidoro Jara Cardozo, apodado Chicoró, quien durante la Guerra del Chaco adoptó el nombre de Chicorosky. Este apodo lo llevaba grabado en el mameluco de vuelo, en un rombo sobre el corazón. “Se lo bordó mi abuela Carmela y le hizo llegar a Concepción, cuando ya había adoptado esa identificación para las batallas”, dice —y casi se quiebra— el Dr. Carlos María Jara.

Una historia tan sublime como cuando se despidió de la madre para ir al frente “y ella saca un pañuelo que fue bendecido en la iglesia de la Santísima Trinidad, se lo puso al cuello y fue su amuleto con el que iba en todos los vuelos. Lo bendijo también el sacerdote en ese punto de reunión. Jamás mi padre voló sin ese pañuelo y, hasta hoy, es absolutamente una prueba de rutina de oficiales pilotos volar con un pañuelo”.

El mayor PAM Isidoro Jara Cardozo fue piloto aviador militar, excomandante de la escuadrilla de bombarderos durante la Guerra del Chaco, y culminó su carrera militar siendo comandante director interino de la Aeronáutica de Ñu Guasu y director de la Escuela de Pilotaje Militar. Participó en el bombardeo y combate de Ballivián, el 8 de julio de 1934.

Debutó como militar en el Movimiento Revolucionario de 1922, llegó a ser comandante de piezas de artillería e infantería y su combate más recordado fue en Ka’i Puente. “Ganó la revolución y le ofrecieron ingresar como oficial de reserva al Ejército nacional. Por verlo como una responsabilidad muy grande, no lo aceptó, hasta que en 1927 ingresó al Colegio Militar; de allí pasó a la Escuela de Aviación y egresó como oficial de la segunda promoción de pilotos, en 1929”.

El oficial va al Chaco muy joven y empieza a tener activa participación en la provisión de materiales de guerra a las tropas, que ya estaban ocupando territorio militar en 1932. La base aérea estaba en Concepción, en tanto que los zapadores e ingenieros preparaban pistas de aterrizaje para la aviación en campaña. Así conoce a Tomasita Sánchez Soley, concepcionera, su compañera de vida con quien tuvo siete hijos.

¿Cómo adopta el nombre de guerra? Un día se presenta el presidente Eusebio Ayala en Concepción para visitar el frente. Busca a los pilotos con quienes acostumbraba volar, pero no los encuentra. Su comandante, el Gral. Atilio Migone, entonces dice: “Pe henói chéve Chicorópe”.

Viene y se cuadra: 

—Permiso, excelencia, Tte. 2.º Isidoro Jara Cardozo se presenta a su orden.

Y le pregunta el presidente Ayala: 

—¿Cómo es su apellido?

—Jara Cardozo, excelencia.

—¿Y qué dice allí?

—Chikorosky.

—¿Y por qué?

—Porque usted en su gabinete y los comandantes de los grandes Cuerpos de Ejército solamente quieren volar con nuestros instructores extranjeros, y nosotros tenemos la misma o más capacidad que nuestros instructores.

Tras aquel diálogo, que tantas veces recordó a lo largo de su vida, el mayor Isidoro Jara pasa a constituirse, hasta hoy, en el único militar que adoptó un nombre de guerra como Chikorosky. Lo eligió porque los rusos blancos estaban con participación activa en el Ejército, lo que fue decisivo para ganar la contienda del Chaco.

A partir de ese encuentro, tanto el presidente como todos los comandos empezaron a tomar como pilotos a los camaradas de Chicoró. Sin embargo, “después de haber sido uno de los oficiales más condecorados de la Aeronáutica Paraguaya, quien más misiones de guerra ha realizado sobre territorio paraguayo ocupado por Bolivia, herido en combate y comandante joven del Raid Aéreo del episodio militar detonante de la Guerra del Chaco en el que desapareciera la supremacía aérea boliviana: Ballivián, con 29 años, termina su carrera en un momento difícil y oscuro de nuestra historia”, afirma Jara Sánchez.

La ingratitud comenzó con la trágica muerte del Gral. José Félix Estigarribia en el accidente (1940) de Altos con el Cap. Carmelo Peralta, camarada de armas y de promoción de Chicorosky, y amigos íntimos a la vez.

Se presentaron luego nuevas situaciones. El Gral. Higinio Morínigo dispuso que todos los oficiales paraguayos debían afiliarse al Partido Colorado para seguir en el Ejército: “Mi padre, sin embargo, permanece en la fila de los oficiales institucionalistas que decían que el Ejército debía seguir siendo igual al que ganó la Guerra del Chaco, sin partido, y que la única enseña que debía guiarles era la bandera roja, blanca y azul”.

Esa decisión le costó a Chicorosky no solo el pase a retiro —como a varios otros camaradas—, sino la “baja deshonrosa por alta traición a la patria”. Fue tomado como un conspirador y recibió una sanción mayor por ser comandante guía. Allí empezó su largo peregrinar de cinco años en la prisión militar de Peña Hermosa y, después, su exilio forzoso a la Argentina.

En prisión se encontró con Darío Gómez Serrato, otro hijo dilecto de Santísima Trinidad. “Conocidos de juventud, amigos de jarana nocturna y serenatas, se reencuentran en Peña Hermosa y siguen estrechando lazos, más todavía en la desgracia. Así nació la conocida poesía que este gran vate le dedicó: Chicoró”.

En 1954 regresa a Asunción y se encuentra sin trabajo, con una esposa y siete hijos que sostener. Allí viene la otra parte de esta historia.

La Tosca

De nuevo en el Paraguay, Chicorosky se encontró sin ingresos, sin pensión y se instaló en la casa paterna, sobre la calle Tapuá, por la cual corrían cristalinos manantiales. Allí formó una huerta de autosustento familiar y los hijos salían a vender las verduras. “Se le ilumina la mente y para utilizar el manantial —hoy desaparecido por obra y gracia del gran complejo edilicio de Los Patos— decidió formar un balneario”, se lamenta el Dr. Jara.

En familia se discutió el nombre de la pileta y optaron por la Tosca, teniendo en cuenta que el lecho era pura roca. Se llenaba en 11 días y por entonces era casi la única de Asunción con dimensiones olímpicas: 26 m de largo, 13 m de ancho, 60 cm en la parte más playa y 2,80 m en la parte más profunda.

Para el verano del 54, la Tosca ya estaba habilitada: “Venía todo tipo de gente. No se tenía la costumbre de veranear masivamente en Camboriú, Florianópolis, Punta del Este o Mar del Plata. Y no solamente vecinos de Trinidad la tenían de distracción y la frecuentaban. La gente del centro de Asunción venía a pasar en familia los fines de semana, todo el verano. La Tosca llegó a registrar entre 3000 y 5000 personas cada fin de semana”.

Víctor Morel Martínez es descendiente del expresidente Felipe Molas López (1949) y primo del Dr. Carlos Jara Sánchez. Es hijo de los trinidenses Dr. Carlos Morel y Rosalba Martínez López, hermana de madre de Molas López, y también tiene gratos recuerdos: “Mi padre, Carlos Morel, nació y vivió en la Tosca. Iba y venía a la quinta de su cuñado, en la que había crecido mi madre con todos sus hermanos, sobre la antigua Cañada, hoy avenida Molas López”.

Allí, el tío Chiró contaba sus historias de guerra mientras vendía unas ricas empanadas. “Aparte de ser un lugar para bañarse, a la tardecita se congregaban los amigos para juegos de naipes, la gente del barrio; papá, entre ellos. El tío Isidoro Jara tenía una pequeña cantina en esa casa y ofrecía las más deliciosas empanadas de pescado. Muchas veces, sus amigos le decían que las camuflaba con mondongo, pero eran ¡tan ricas!”, recuerda con humor.

El Dr. Carlos Morel fue uno de los primeros médicos que tuvo Trinidad y “hacía de curandero, sicólogo y atendía a los nativos del Jardín Botánico. Mucha gente del bajo y zona ribereña venía junto a él”.

Otro hermano, Efraín Morel, también fue un famoso morador de la Tosca y tiene una historia aparte. Él fue comunista y, por ende, perseguido en la época de Stroessner. “Una vez rodearon la casa para llevarlo preso. Pero él sale tranquilamente por el frente de la casa con un impecable traje blanco de hilo. Le preguntan de Efraín Morel y les dice a los policías que está en el fondo... Y se fue. Por mucho tiempo nada se supo de él, hasta que se lo escuchó por radio desde Moscú en La Voz de la Libertad, en el que hablaba en guaraní y cuya cortina musical fue siempre Gallito Cantor. Lo escuchaban en el Paraguay en onda corta. Hasta tenía fotos con Nikita Kruschev (primer secretario del Partido Comunista de la Unión Soviética)”.

Cuando cayó la dictadura, Efraín Morel volvió al Paraguay y se refugió de nuevo en la Tosca. Dejó muchos hijos por el mundo, desde Checoslovaquia hasta México. “Cuando fui a Ciudad de México, me mandó a la casa de uno de sus hijos llamado Carlos Morel, en Entrevero. Allí conocí a mi primo hermano, hijo de Efraín Morel, hermano de mi padre, quien vivió y murió en la Tosca luego de tantas vueltas y tantos lugares recorridos en el mundo”, cuenta Víctor Morel.

La piscina la Tosca funcionó hasta 1970, año en que las exigencias municipales dificultaban llenar con los 764.000 m3 de agua y cambiar los filtros cada tanto. Todavía hoy permanecen vestigios en sus paredes, muros, trampolín y lecho de tosca. En este lugar, sus antiguos moradores parecieran escuchar el eco de las palabras de Chicorosky: “A los hombres no se los mide por la vida que prometen, fíjense en las huellas”, y que “los hombres no terminan con la muerte, se proyectan en sus hijos y nietos, y en su comunidad por las obras que realizaron en la vida”.

pgomez@abc.com.py

Fotos: ABC Color/Pedro González.

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