El latido de Trinidad

A principios del siglo XX en el centro de Trinidad había aroma a café recién tostado y molido, uvas añejadas en cubas de roble y el mejor bife a caballo. El almacén, bar y cine-teatro Cañisá es un hito referencial que marcó época en la vida e historia de Asunción. Y el tiempo se detuvo allí...

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Tras un gran ataque de filoxera que asoló los viñedos de Europa a finales del siglo XIX y principios del XX, José Antonio Cañisá Solé abandonó su Poboleda natal en la provincia de Tarragona y fue a Barcelona a trabajar. Lavaba platos, fue botones en el Hotel Internacional y atendía a los huéspedes. También hacía de mozo y estaba en la cocina.

Ni se imaginaba que existía un país llamado Paraguay hasta que conoció a un señor de apellido Valdovinos, quien, al percatarse de su sagacidad y perspicacia, lo invitó a “hacerse hacia la América”. “Le dijo que estaba perdiendo su tiempo en Europa, le compró el pasaje y vino en barco hacia 1904, luego en tren hasta su destino en Asunción”, cuenta Marta Pamela Cañisá Martínez, la menor de los 10 hijos de don José.

Instalado en Trinidad, se asoció con un compatriota de apellido Miró, oriundo de las Islas Canarias, con quien fundó el primer barcito al lado de un almacén de ramos generales ubicado frente a la Plaza Carancho, llamada así porque allí cerca estaban la antigua matadería y el mercado municipal del barrio, un lugar ideal para ser frecuentado por estas aves. Esto ocurrió hacia 1908. Cuando la familia Laguardia –la misma de quien alquilaban el local para el bar– ya no pudo manejar su almacén, se disolvió la sociedad con Miró y don José Cañisá les compró el almacén.

Una vez que se estabilizó económicamente, decidió traer al Paraguay a sus hermanos y padres, quienes llegaron en tren hasta la parada del Rubio Ñu, donde fueron recibidos por una banda de músicos y toda la sociedad trinidense de entonces.

En uno de sus viajes en tren, don José Cañisá conoció a quien sería su esposa, la paraguaya Juana Martínez. “Muchas parejas se formaron en los viajes de tren entre Asunción y Trinidad. Dicen que mi abuelo quedó prendado de los ojos de mi abuela y se enamoró de ella. Tal es así que le llegó a dedicar una música Ne ma’ê (Tu mirada)”, recuerda Ruth Dami Cañisá, hija de Felicinda Cañisá y nieta de don José.

Cañisá era un visionario. Cuando se percató de que cruzando la calle Tapuá –el antiguo camino real que llevaba hacia Limpio– había una pequeña colina con surgentes decidió adquirir la finca y canalizar las aguas con las que surtía el almacén de agua corriente, que también repartía a algunos vecinos. Un gran progreso para la época.

Además compró una propiedad de 16 ha en Manorá, entre la actual avda. Aviadores del Chaco y Molas López, conocida como quinta Cañisá. Allí producía frutales y hortalizas con las que se surtía el almacén que rápidamente progresó.

“Como el almacén tenía como vecinos a los ingleses de la Liebig’s y otros europeos de Trinidad, estos empezaron a pedir a mi padre frutas. Entonces, la quinta se convirtió en una plantación majestuosa de pomelos, caquis, aguacates y ciruelas, aunque también tenía cafetales, viñedo, caña de azúcar y animales”, relata Pamela Cañisá.

En esta quinta se cosechaba el café, se llevaba a secar; luego a pelar, tostar y moler. “Fue, por así decirlo, la primera empresa que tenía una peladora de café en la zona y otra gente que tenía también café formaba cola para hacer moler sus granos. Además, don José no molía de una vez toda su producción, sino la iba reservando porque sabía que el café podía perder su aroma.

“Cuando molían el café en la casa del abuelo, la gente olía desde muy lejos y lo venía a buscar”, recuerda Ruth Dami.

Otra actividad peculiar que tenía el almacén de los Cañisá era la producción de “vino de la casa”. La vid cosechada en la quinta era llevada al local en unas piletas, en las que los hijos se encargaban de machacar las uvas con los pies. Luego pasaban a unos depósitos y se añejaban en cubas de roble. La gente buscaba la bebida que se encorchaba en las botellas, o bien se servía en el bar.

Cuando llegaba la temporada de cosechar la caña dulce, el almacén Cañisá producía también mosto en un local que tenían cerca del ferrocarril en Asunción. “Fue una de las primeras máquinas que se trajo al Paraguay para la producción de mosto, tal es así que cuando el artefacto llegó a Aduanas no sabían qué impuesto le iban a aplicar y se generó un litigio en el que mi padre debió ir a explicar de qué se trataba para retirarlo”, dice Pamela.

El bar era muy concurrido, pero con la apertura del cine, en 1928, el complejo Cañisá Hermanos cobró aún mayor notoriedad y expansión en Trinidad.

“Mucha gente venía al bar los domingos para comer arroz con calamares y el alioli (salsa de ajo y aceite de oliva) que era una verdadera tradición familiar”, memora Ruth Dami.

Otro infaltable del bar eran las empanaditas, cuyas masas eran preparadas por el mismo don José. “Mi abuelo nunca dejó que nadie preparara la masa. Colocaba una corona de harina sobre la mesa y en el centro sal muera y huevo, y con sus brazos iba mezclando los ingredientes. Cuando venían los empleados, solamente se encargaban de extenderla, y allí iba colocando el relleno e iba cortando”, cuenta Mabel Liduvina Cañisá Cubilla, hija de don Nicasio Cañisá, el mayor de los hermanos, hoy con 99 años.

Siempre veníamos –continúa– para ver matiné, sobre todo los domingos. Nos encantaba ver Rin Tin Tin y Tarzán. Solo podían ver de día, por las noches no. “Los nietos íbamos a los matiné; a los varones nos gustaban ver las películas de cowboy”, añade Asmad Dami Cañisá, también hijo de Felicinda y nieto de don José.

El cine y el bar junto con el almacén se complementaban perfectamente, y se convirtieron en un verdadero centro social, cultural y financiero para Trinidad.

Los artistas y bohemios, como Darío Gómez Serrato, quien vivía en la zona; Emiliano R. Fernández, que trabajaba en el Jardín Botánico, y sus amigos José Asunción Flores, Félix Pérez Cardozo, siempre se reunían en el lugar para inspirarse luego en sus versos. Las mujeres artistas, como Azucena Zelaya de Molinas, tampoco estaban ajenas a toda la actividad cultural y educativa.

Muchos negocios se concretaron en las mesas del bar. Como estaba cerca la Tablada, algunos troperos o conductores de reses llegaban con sus pañuelitos “para’i” atados en los que traían los fajos de dinero para las transacciones.

La política tampoco estuvo ausente en las tertulias en el bar. El coronel Rafael Franco era vecino del lugar y su hermano, el mayor Manuel Franco, se casó con Luisa Cañisá. Todos tenían importante protagonismo en el deporte y la mayoría de los políticos formaron parte de la directiva o jugaban en el Club Rubio Ñu, conocido como “los chureros”, precisamente porque allí estaba antes la Tablada Vieja.

Por esa época –aseguran los pobladores– empezaron a llamar Kure Luque a los luqueños, pues venían gratis en el tren en que se transportaban cerdos y otros animales hacia los frigoríficos de los Mutti y Bacigalupo en Trinidad.

Jesús Alberto Cañisá Martínez (74) –el antepenúltimo de los hijos de don José, quien sigue viviendo en el viejo almacén– recuerda que desde muy niño trabajaba con sus padres. De joven se encargaba de ir a buscar las provisiones, verduras y frutas en un camioncito que sobrevive en el predio y se constituye en una reliquia para la familia.

“Muchas veces, cuando no venía el operador de las películas, de apellido Medina, nos encargábamos de hacer nosotros la tarea o estar en la boletería”, apunta.

El complejo pasó momentos difíciles que supo sortear ayudando a la sociedad paraguaya. Cuando se dio la Guerra del Chaco, el salón fue utilizado como taller para la confección de uniformes y espacio de primeros auxilios. Don José Cañisá, además, enviaba bolsas de galleta para los soldados al frente de batalla cuando le pedían ayuda.

Durante la guerra civil de 1947 en el sitio se izó la bandera española y allí se resguardaron muchas familias extranjeras e, incluso, paraguayas; sobre todo, las jovencitas para tener protección.

Los manantiales que surtían del agua toda la zona sufrieron un duro golpe con la construcción de edificios que hicieron que se secaran. “Lamentamos que no se hayan hecho estudios ni preservado estos recursos hídricos, como se hizo con el Hotel Guaraní, en cuyo subsuelo se conserva un arroyo”, dice Asmad.

Don Nicasio, ya en la apacibilidad de su hogar, todavía puede recordar la receta del “completo”, el mejor bife que sirvieron en el bar y que tanto caracterizó al lugar. “Un corte de carne, cebollas, papas y, generalmente, dos huevos fritos”. También conserva el humor y la facilidad de recitar un villancico en catalán, el idioma legado por sus padres hace casi 100 años.

Por décadas, y aún hoy la vida trinidense y asuncena experimenta una presencia marcada del apellido Cañisá. El complejo se halla convertido de hecho en un museo viviente, donde moran sus habitantes entre los recuerdos y objetos más caros a sus afectos. Aquellos con los que nacieron y crecieron. Y aunque el entorno de Trinidad va perdiendo su identidad, el tiempo se detuvo en este rincón.

pgomez@abc.com.py 

• Fotos ABC Color/Pedro González/Gentileza.

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