ENTÉRESE

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Ornato público

Hace poco más de siglo y medio, con el regreso de Europa de un megalómano heredero presidencial, el arte escultórico se ganó el gusto artístico de los paraguayos. Esta incursión se hizo de la mano de un joven escultor inglés llegado en 1859: John Patrick Owen Moynihan, quien realizó las primeras esculturas de carácter profano conocidas en el Paraguay.

Las siete realizadas por Moynihan para el palacio de Francisco Solano López fueron hechas con piedras sacadas de las canteras de Emboscada. Representaban a la libertad, la justicia, la religión, a dos guerreros y dos leones. Los años y la desidia las enviaron al olvido y la pérdida.

La imaginería profana tuvo sus momentos gloriosos con los regresos. Primero el de Solano López desde Europa. Después el de bisoños repúblicos de posguerra, que volvían del exilio imbuidos de ideas renovadoras.

Renovaron las estructuras jurídicas del país, dotándolas de una carta constitucional. Y creyeron conveniente y justiciero recordar tan magno acontecimiento erigiendo el primer monumento y la más antigua de nuestras estatuas a la intemperie: “La Libertad”, que remata la columna ubicada frente a la Comandancia de la Policía Nacional.

Desde el 3 de febrero de 1873 nos señala que la Constitución Nacional rige nuestra vida política –cuando no es pisoteada (la Constitución y nuestra vida política)–. Fue diseñada por el coronel austríaco Francisco Wisner de Morgenstern y construida bajo la dirección del ingeniero polaco Roberto Chodasievich. En su base, rodeada por gruesas cadenas –traídas de Humaitá– y cuatro cañones coloniales de la batería de la loma San Jerónimo, está depositado un ejemplar de la carta sancionada en 1870.

Este monumento tiene mucho simbolismo masónico, pues está dedicado a uno de los conceptos eminentemente masónico: la libertad.

Corona un elemento eminentemente masónico: la columna, y la estatua de la Libertad está dirigida hacia el Oriente, dimensión muy importante en la concepción masónica.

Parlamentarios paraguayos

Para el 17.0 periodo constitucional (1932-1936), presidió el Congreso Nacional el doctor Raúl Casal–Riveiro y fueron electos senadores: Alejandro Arce, Enrique Ayala, Julio Bajac, Manuel Burgos, Reinaldo Bibolini, Baltazar Ballario, Eliseo da Rosa, Luis de Gásperi, Cristóbal Duarte, Zoilo Díaz Escobar, Rodolfo González, Juan José Soler y Luis Ortellado.

También integraron la Cámara: Carlos Sosa, Benigno Escobar, Juan Carlos Garcete, Eladio Velázquez y Gerónimo Zubizarreta.

Para diputados fueron electos Juan Carlos Garcete, Juan F. Recalde, Juan Vicente Ramírez, José de la Cruz Franco, Luis S. Escobar, Blas Garay, Manuel Giménez, Pedro R. Espínola, Juan B. Nacimiento, Andrés A. Rivarola, Blas A. Caballero y Ernesto Gavilán.

También fueron electos Arturo Bordón, Serafín Barriocanal, Tranquilino Duarte, Cayetano Carvallo, Lucio F. Mendonca, Manuel C. Fretes, Elías Valdovinos, Calixto F. González, Felipe Jara Casco, Mario Luis de Finis y José Souza Lobos.

Otros ciudadanos electos fueron Cipriano Codas, Eliodoro Arbo, Luis Couchonnal, Casimiro Jiménez y Dionisio Prieto.

Este periodo fue interrumpido abruptamente por el golpe de Estado del 17 de febrero de 1936, que disolvió el Congreso Nacional.

Para anular dolores

En 1928 se introdujo en el Paraguay el primer aparato de anestesia Foregger, para anestesia con gases, ciclopropano y éter. Lo trajo el doctor Roberto Olmedo, profesor de ortopedia y traumatología, a su regreso de los EE. UU.

El propósito del doctor Olmedo fue iniciar la anestesia gaseosa como innovación para realizar sus operaciones quirúrgicas.

Aparte de ser el gas muy inflamable (ciclopropano) no hubo médicos que se interesaran por la especialidad, excepto él mismo, quien fue el primero que practicó la anestesia con ciclopropano. Se volvió al antiguo método de éter gota a gota, con máscara de Ombredanne.

Un héroe boliviano del Chaco

Si bien estaba en la parte enemiga durante la Guerra del Chaco, es de justicia reconocer la heroicidad del adversario.

En ese sentido, uno de los más destacados médicos bolivianos durante el conflicto fue el doctor Enrique Berríos Vargas, jefe de la sección de Sanidad de la VII División.

El Dr. Berríos, probablemente, conoció todos los fortines del frente de batalla, ya que se movía constantemente de un lugar a otro para verificar personalmente el cuidado, tratamiento y trato que se daba a los heridos y enfermos.

Varias veces se salvó, milagrosamente, de caer abatido por las balas enemigas, como sucedió en Nanawa, donde —según testigos presenciales— balas paraguayas pasaron a centímetros de su cabeza.

Recordemos que el personal de servicio, como los profesionales médicos, corría exactamente el mismo riesgo de los combatientes de primera línea, ya que se integraban a los grupos de ataque.

surucua@abc.com.py

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