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Pioneras y heroicas

Era una mujer de ojos verdes como su padre gallego, don Mateo, pero de tez cobriza como su madre aborigen, Savé, de la parcialidad payaguá.

Su padre había llegado a Asunción cruzando desde la costa atlántica, formando parte de las huestes del adelantado Álvar Núñez Cabeza de Vaca.

Nacida en Asunción, fue pareja de un español llamado Rafael Forel. Viuda de este, se casó con Pedro Isbrán, con quien tuvo una hija llamada Felipa.

Se sumó a la expedición del capitán Juan de Garay y participó de la fundación de Buenos Aires, el 11 de junio de 1580, hace 437 años.

Cuando se hizo la repartición de solares, en 1583, fue adjudicada con uno, convirtiéndose en la primera mujer propietaria de un terreno en Buenos Aires, donde después se casó con Tomás Hernández (otras fuentes dicen que con Juan Martín). Su propiedad estaba en donde, actualmente, confluyen las calles Florida y Corrientes de la capital porteña.

Un modesto homenaje a aquella mujer paraguaya llamada Ana Díaz.

Además de Ana Díaz, la única que no tenía marido, cuando el acto fundacional de la que después sería capital argentina, también participaron otras, como Ana Méndez, mujer de Cristóbal Altamirano; Ana de Somoza, de Luis Álvarez Gaitán; Inés, de Antón Bermúdez, y su hija, Mariana.

La lista sigue con Juana de Cobos, mujer de Francisco Bernal; Luisa de Balderrama, de Víctor Casco de Mendoza; Mariana de Aguilera, de Miguel del Corro; María Cerezo, de Alonso de Escobar, y su hija, Margarita; Isabel de Becerra, de Juan de Garay, jefe de la expedición; Lorenza Fernández, de Alonso Gómez, y su hija, Felipa; Beatriz Luiz de Figueroa, de Miguel Gómez, y su hija, Úrsula; Agustina de Aguilera, de otro Pedro Isbrán.

También participaron Elena de Payva, mujer de Pedro Luyz; Isabel de Carvajal, de Gonzalo Martel de Guzmán; María, de Andrés Méndez; Agustina de Zárate, de Hernando de Mendoza; María Cristal, de Pedro Morán; Juana de la Torre, de Rodrigo Ortiz de Zárate; Juana de Enciso, de Pedro Rodríguez de Cabrera; Bernardina Guerra, de Juan Ruiz de Ocaña; y Beatriz de Cubillas, de Pedro de Sayas Espelucas.

En total, con Ana Díaz, 25 mujeres participaron de la fundación de Buenos Aires, aquel 11 de junio de 1580.

Para rezar y rogar

En la época de la América colonial, las actividades de recreación social estuvieron enmarcadas en un documento llamado Ceremonial Borgognon, adoptado por la Corte española y que los reyes hicieron valer en sus colonias de ultramar por medio de una serie de cédulas reales.

El ceremonial ordenó la vida social en una gradación de jerarquías, cuyo centro estuvo en el mismo monarca. En los diversos lugares, y a lo largo del transcurso del tiempo, el Ceremonial Borgognon sufrió diversas interpretaciones, pero, aun así, plasmó formas de protocolo, reglas de cortesía y urbanidad, tanto en las visitas y recepciones como en las festividades religiosas, ceremonias de iniciación, duelos, matrimonios y actos privados.

En los años de la conquista, entre las diversiones predominaban los juegos de caballería. Los días en que estos se desarrollaban, predominantemente, eran en las fiestas religiosas. Las romerías y los días de santos patronos eran las ocasiones en que el pueblo aprovechaba para dar rienda suelta a sus manifestaciones lúdicas.

Estas ocasiones, en un primer momento, eran explotadas por los misioneros religiosos, pues aprovechaban para introducir las nociones religiosas que despertaban la emotividad del pueblo. A través de los juegos, en que se mezclaban lo religioso con lo profano, la festividad se transformaba tanto en culto como en diversión.

A Buenos Aires en automóvil

El primer viaje automovilístico de Asunción-Córdoba-Buenos Aires se realizó en 1939 y lo protagonizaron los señores Héctor Blas Ruiz y Manuel Giagni.

El raid se realizó en un automóvil Chevrolet, año 1939, y a lo largo del mismo menudearon las dificultades. El primer gran escollo fue el cruce del río Paraguay, que lo hicieron sobre tablones apoyados en dos canoas.

Luego de sufrir incontables peripecias llegaron a Buenos Aires, de donde retornaron días después. El recorrido de 3260 km lo hicieron en 30 días.

Casas de indios

Las construcciones que servían de habitaciones a diversos pueblos aborígenes americanos respondían a varios factores que las caracterizaban.

Existían claras diferencias entre las habitaciones de pueblos con culturas paleolíticas y neolíticas. Por ejemplo, los pueblos cultivadores-cazadores construían una o varias casas comunitarias plurifamiliares, mientras que los cazadores-recolectores construían viviendas unifamiliares.

Cuenta la antropóloga Branislava Susnick que la rutina diaria de los cazadores-recolectores (nómadas) se desarrollaba, primordialmente, en espacios abiertos y que sus viviendas eran apenas unos cobertizos que les protegían –mal que mal– de las inclemencias del tiempo, a diferencia de las viviendas de los cultivadores-cazadores, que eran más sólidas y constituían en sí un centro no solo habitacional, sino social y ceremonial.

surucua@abc.com.py

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