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Vida guaranítica

Un breve resumen de la vida cotidiana de los pueblos guaraníticos nos cuenta que los poblados indígenas estaban constituidos por cuatro a ocho grandes casas comunales con techo a dos aguas –desde la cimera hasta el piso–. Su vestimenta original –cuando la usaban– era un simple cubresexo, pero luego usaron el typói, de origen andino, constituido por una especie de larga camisa, por imposición de los misioneros conquistadores y evangelizadores. Los hombres usaban el tembetá y las mujeres se tatuaban la cara durante la pubertad.

Usaban arcos bastante grandes, con flechas con punta de madera, cuchillos de bambú (tacuara), que son terriblemente cortantes, y hachas de piedra. Su economía era fundamentalmente agrícola, con predominio del maíz, aunque también alternaban con la mandioca. Su alimentación la complementaba con otras plantas, como la batata, maní, porotos, calabazas, etcétera.

Los terrenos de cultivo eran individuales para cada familia. Domesticaban algunos animales mamíferos y plumíferos. También cultivaban tabaco y cosechaban yerba mate.

La cerámica y la alfarería eran de uso común. Los grandes cántaros eran utilizados para fabricar chicha y para los entierros. Muchos eran pintados con líneas negras y rojas, con tintes tomados de vegetales o ciertas rocas. La cestería también estaba muy desarrollada; con algodón confeccionaban sus vestimentas y con fibras de caraguatá hacían hamacas.

La maraca tenía una gran importancia mágica. Los aborígenes eran antropófagos. Con las tibias de sus enemigos fabricaban trompetas y con sus cráneos, copas.

En su organización social había caciques, con no demasiado poder; la familia era polígama y había largos ritos de iniciación para las jovencitas.

La estancia típica

Según el cronista español Juan Francisco de Aguirre del siglo XVIII, el primer cuidado del poblador era levantar una casa a la que particularmente llamaban estancia. Consistía en un rancho de una sala y dos culatas cerradas. Era la vivienda principal donde vivía el amo. Había otras dos para el capataz y los peones. “Una silla rota, una mesa del propio tenor, un catre de cuero o correas y dos tinajas, con una estampa de santo era el ajuar de casa y capilla”.

Estas estancias, que durante la dictadura francista fueron conocidas como “estancias de la Patria”, y muchas de ellas eran de carácter comunal hasta que el 7 de octubre de 1948, el gobierno de don Carlos Antonio López las declaró de propiedad estatal.

Travesuras tranviarias

El tranvía era víctima de las travesuras infantiles y los muchachones asunceños de antaño. Una de las “diversiones” más festejadas era la de colocar una piedra o una moneda sobre la vía, para comprobar luego del paso del armatoste en qué estado quedaba la moneda. Una variante de este juego era la de colocar en las vías una mezcla de nitrato de potasio y azufre, que al ser pisada por las ruedas del tranvía, producía una explosión que causaba la alegría de los “malhechores”, y el susto del conductor y los pasajeros.

Durante las fiestas de fin de año, los niños colocaban en las vías buscapiés o cebollitas, cuyo estruendo arrancaba gritos de algarabía entre la muchachada, de susto entre los pasajeros y de impotente rabia en los conductores.

La presencia de misioneros evangelizadores

Pocas aventuras colectivas habrán influido poderosamente en la historia del hombre como la de los padres jesuitas, cuya presencia ya se extiende por medio milenio desde la creación de la compañía de Jesús, por Ignacio de Loyola, en 1540, y que se desplegó por todo el planeta.

Indudables reformadores, a lo largo de su historia, los jesuitas han sido considerados de diversas maneras: sospechosos de herejía por la Inquisición, intrépidos evangelizadores de Japón y China, realizadores de utopía en el Paraguay, agentes universales del papismo, confesores de príncipes, enemigos de los jansenianos y educadores de élites, entre otras cosas. Los jesuitas han encarnado, a través de los siglos, un cristianismo adaptado al mundo, abierto a la ciencia profana y audazmente comprometido en el debate político, con consecuencias positivas y negativas.

En el corazón del continente suramericano, los jesuitas realizaron una experiencia sin precedentes de reforma cultural. La experiencia jesuítica se trató, evidentemente, de una remodelación autoritaria, primeramente del paisaje –con sus ciudades o “reducciones”– y, a través de ella, de un pueblo, de una forma de ver el mundo, de racionalización del mundo y los pueblos de la selva.

surucua@abc.com.py

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