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Costumbres alimenticias guaraníticas

Según cuenta el sabio Moisés Bertoni, refiriéndose a los hábitos alimenticios aborígenes, no comían a hora fija, pues su reloj era el estómago –no comían cuando no tenían apetito– y si era preciso para preparar bien los alimentos –que solían cocer muy lentamente y con poco fuego–, aguantaban el hambre con la mayor paciencia.

Solo en las grandes ocasiones los indígenas pasaban por alto esa sobriedad habitual. Según Bertoni, “si en algunas reuniones se excedían, era solo en el beber, pues los guaraníes cuando bebían, no banqueteaban, y viceversa. La costumbre general cuando beben es no comer”.

Además, refiere, “su ka’uy –chicha– era muy poco alcohólico y ninguna de sus bebidas fue comparable en fuerza a nuestro vino”.

Los indígenas guaraníes tenían, además, la costumbre de ayunar obligatoriamente: “En todas partes y todo tiempo, los ayunos fueron frecuentes y, en general, rigurosos”.

Los guaraníes ayunaban por diversas causas. Había ayunos místicos,medicinales, de educación de la voluntad “y otros eventuales”. Por lo demás, señala Bertoni, el saber resistir el hambre durante mucho tiempo siempre fue un deporte entre los guaraníes. Lo consideraban –dice– como un ejercicio necesario de tiempo en tiempo “y sacan motivo de orgullo en no ser esclavos del comer”.

Por otro lado, su alimentación era esencialmente vegetariana. Sus alimentos básicos eran la mandioca, el maíz, las leguminosas, las frutas y la miel. Los animales de caza se consumían muy esporádicamente.

En cuanto a la alimentación, agreguemos que algunos autores, como Azara y otros, sostenían que los indígenas guaraníes gozaban –como ya se ha dicho– de gran longevidad, con una estupenda fortaleza física. Según el suizo Moisés S. Bertoni, ello se debería al régimen alimenticio que practicaban.

El ceibo y sus propiedades

Uno de los árboles cuyas propiedades estudió el hermano Pedro Montenegro –un jesuita que se dedicó a investigar la naturaleza de nuestro país y sus propiedades terapéuticas– fue el ceibo o zuinandí, su nombre vernáculo guaraní. Observó que sus flores eran utilizadas para teñir paños y lienzos de un bello rojo morado.

Respecto a sus virtudes medicinales, explicó que la corteza debe quedar limpia de lo áspero y leñoso. Machacada, cruda o hervida, se aplicaba a las heridas provocadas por los yaguaretés, como “único remedio para que no se inflamen ni envenenen, porque además de quitar el dolor, ardor e inflamación, las cura; siendo así que se muestra tan húmeda y viscosa en su sustancia: lo mismo hace su cocimiento así de la corteza como de sus cogollos, y si se quiere tener más a mano para caminos, se hace bálsamo o extracto del mismo modo que el del aguaraivaí”.

Este tipo de remedio era de uso muy común en la época, pues durante los largos viajes uniendo las misiones del Paraguay con Córdoba y Tucumán era frecuente el encuentro con feroces tigres. “Dudo haya remedio mejor que cure las heridas y mordeduras, según lo tengo experimentado”, comentó.

Con respecto a otras aplicaciones del ceibo, escribió: “También las llagas de las piernas por destemplanza caliente y colérica, y aplicada su corteza machacada o su zumo mixto con clara de huevo bien batida, las inflamaciones de los testes las reprime y mitiga con admiración y, asimismo, a cualquier inflación violenta de cólera y sangre, como es el flemón, etc. De su flor molida con sus cortezas será mejor el bálsamo hecho y si fuere bien limpia, en tiempo sereno cogida será mejor es todas sus partes expuestas a corrupción. Puede de su palo hacerse rodelas de defensas muy buenas”.

Evacuación de heridos en las guerras

Hasta la Guerra de Secesión, la evacuación de los heridos hasta los improvisados puestos sanitarios de socorro en la retaguardia se realizaba en literas o “a hombros” de sus propios compañeros, muchas horas después de terminados los combates.

Para facilitar el traslado de heridos, el Ejército de la Unión creó un cuerpo de ambulancias y se planificó un sistema de evacuación efectiva con un número específico de ambulancias por unidad militar.

Cada una contaba con un conductor y dos camilleros. Su construcción, según una crónica, “era liviana, de cuatro ruedas, tirada por un caballo y con capacidad de transporte de uno o dos soldados heridos. Las ambulancias se desplazaban en conjunto aun durante la batalla desde el hospital de campaña hasta el frente. Recogían a los heridos y los transportaban nuevamente al mencionado hospital. El sistema resultó ser muy eficaz y, en 1864, el Congreso autorizó la creación del Cuerpo de Ambulancias del Ejército de la Unión.

La cadena de evacuación del soldado herido se completaba de la siguiente manera: se le brindaba la asistencia inicial en el hospital de campaña. Los cirujanos habían aprendido por su previa experiencia en la guerra con México y por su experiencia inicial en el presente conflicto que las primeras 24 h eran decisivas en el tratamiento de las heridas de combate, por lo que rápidamente se realizaba el lavado de la herida o la amputación de un miembro. Estabilizada y curada la misma, el soldado era trasladado por ferrocarril o embarcaciones fluviales hasta el Hospital General”.

Por otro lado, la Guerra de Secesión norteamericana fue la primera contienda bélica en la historia en la que se emplearon “trenes hospitales” para la evacuación de heridos. Estos trenes contaban con “vagones transformados en quirófanos, cocina, sala de internación y dispensarios, por lo que eran en el estricto sentido de la palabra ‘Hospitales de evacuación’”. Además, fueron creados buques hospitales, con capacidad de transportar y atender a más de mil heridos.

Por otro lado, se había incorporado personal femenino para el cuidado de las víctimas.

Durante la Guerra de la Triple Alianza, en el sector enemigo fueron muy utilizadas las ambulancias para la atención de los heridos hasta los puestos sanitarios y hospitales de campaña.

surucua@abc.com.py

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