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Costumbres fúnebres

Muchas son las costumbres o ritos que la gente de pueblo tiene en cuenta cuando fallece una persona. Por ejemplo, que el velorio sobrepase la noche demuestra cariño hacia el extinto. De ocurrir lo contrario, se está revelando poco aprecio y falta de piedad hacia el finado.

Entre las otras costumbres está la de bañar al finado, peinarlo, cortarle las uñas, afeitarle –si es varón–, cerrarle los ojos, etc.

Frecuentemente, a la vestimenta del difunto se le agrega el cíngulo, al que llaman corô (cordón).

Este cordón debe llevar nueve nudos –hechos por los parientes– si el muerto es casado y siete si es soltero.

La cama del muerto no debe ser usada hasta después del novenario. Las sábanas y ropas se lavan recién a los cinco días del deceso.

Para que el muerto no tenga sed, se coloca debajo del féretro un vaso de agua. Hay que tocar el cadáver para dejar de temerlo y no soñar con el muerto.

Cuando el féretro es trasladado primero al templo y, luego, al cementerio, hay que llevarlo con los pies hacia adelante, para que “vea su futuro camino”. El toque de campanas es muy valorado. Si es ánima, se toca el doble, señal de dolor; si es angelito, el repique, señal de júbilo por la ida de un inocente al paraíso. El féretro debe entrar en el templo; de lo contrario, el alma del difunto no se salvará.

Al llegar al cementerio, se coloca el cajón frente a la cruz mayor, se destapa para ver y llorar al muerto, y se le sacan las ataduras, porque debe llegar libre delante de Dios; igualmente, se procede a sacarle el crucificado, se baja el ataúd en la fosa, cuidando que no dé la espalda a la cruz mayor y de ser posible, debe mirarla.

Al depositar el ataúd en la fosa, los parientes y amigos tiran un puñado de tierra sobre el cajón, de esta manera se cumple, simbólicamente, con el mandato de enterrar a los muertos.

La cantidad de gente que acompaña a un muerto es el parámetro con el que se mide el grado de aprecio que el difunto supo ganar en vida.

Viejo hipódromo

Una de las distracciones populares muy arraigadas en nuestro pueblo es la carrera de caballos. Pocas son las poblaciones del interior del país que no tienen canchas de carreras, y esta diversión es número puesto en las tradicionales fiestas patronales. Asunción no podía ser menos. Los numerosos baldíos de épocas pasadas fueron escenarios de competencias hípicas realizadas por los simpatizantes de tal modalidad deportiva. Allá por 1929, una familia de apellido Lebrón construyó en su propiedad (unas cuadras más allá de la avenida República Argentina) el que fue el primer hipódromo de Asunción, desmantelado hacia 1944, y el maderamen de sus instalaciones fue adquirido por el club Nacional para construir con él su primera gradería. El actual hipódromo del barrio Tembetary fue habilitado a mediados de los años 50.

Un 26 de noviembre…

De 1904 nació en Hungría, Florian Kroneis, un sacerdote católico muy apreciado por los sanlorenzanos.

Perteneció a la congregación del Verbo Divino y vino a ejercer su vida religiosa a Suramérica. Luego de trabajar durante más de una década en el Chaco argentino, fue asignado a la parroquia de San Lorenzo del Campo Grande, el 14 de mayo de 1943.

Durante la revolución de 1947 supo levantar la voz a favor de los derrotados y así evitó muchos desmanes. Trabajó denodadamente en la construcción del templo de San Lorenzo, que fue habilitado durante su curato, en 1954.

A finales de los años 50 viajó a Europa para la adquisición de vitrales para el templo y tratarse de una afección en los ojos. A su regreso vivió retirado hasta su muerte, el 16 de julio de 1976.

surucua@abc.com.py

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