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Vacuna indígena

Se puede decir que los indígenas guaraníes conocían las vacunas, pues como método de prevención contra las mordeduras de víboras se hacían morder por un ofidio conocido como mbói hu˜. Los aborígenes recurrían a este reptil porque conocían que ese ofidio puede comer víboras ponzoñosas sin que le hiciera daño. La eficacia o no de la “vacuna” no la conocemos.

Un año “argel”

El mismo año que azotó la gripe española (1918, hace un siglo), nuestro país soportó una ola de frío cuya intensidad no era conocida desde 1789. El fenómeno climático causó innumerables contratiempos, perjudicando tremendamente a la fauna y flora de todo el país y sus alrededores. Entre los animales más afectados figuraron las aves, cuya población llegó a repuntar recién hacia 1925.

La gran mortandad de pájaros –por el frío y la consecuente escasez de alimentos– hizo que proliferaran insectos de toda laya, especialmente orugas, pulgones, tábanos, moscas y langostas, causando estragos en la agricultura. En diciembre de 1918, toda la producción hortícola y frutal fue destruida. Los meses siguientes fueron calamitosos, y recién en 1920 las cosas parecieron mejorar.

Todo este desastre se debió a la ausencia de aves, especialmente los insectívoros que fueron los más perjudicados, debido a que los insectos, base de su alimentación, durante las heladas se refugiaron bajo tierra, quedando las aves sin comida. Una vez pasado el frío, los insectos —que se salvaron hundiéndose en la tierra o en los detritus, o escondiéndose en los bosques, cuyo suelo nunca se enfría tanto como para dañarlos— volvieron y causaron los estragos mencionados.

Primero fue aquí

A principios de siglo se anunció en los Estados Unidos de Norteamérica –como gran novedad– la apertura de un curso de Silvicultura Tropical.

En nuestro país esto no era nada nuevo, pues hacía ya varios años que en la vieja Escuela de Agronomía se enseñaba un curso de Silvicultura General y Especial –introducido por Moisés Bertoni– en el que se enseñaban numerosas especies forestales tropicales.

Carnavales de antaño

Las carnestolendas celebradas en Asunción décadas atrás tenían sus encantos. Muchas de ellas se organizaban en casas particulares, con rigurosas invitaciones y cada invitado debía asistir disfrazado.

También importantes clubes, como el Centenario, Sajonia, el Mbiguá, el Sol de América y otros realizaban muy concurridas fiestas, en la que los jóvenes competían con el disfraz más llamativo, lujoso y colorido. Estas fiestas eran amenizadas únicamente por orquestas de jazz.

También se realizaban novedosos corsos, generalmente en la calle Palma –tradicional feudo juvenil–, o en la avenida Mariscal López. Se distinguían por el bullicio y la alegría de los participantes y espectadores, así como por el lujo de las carrozas y de los grupos disfrazados.

No se acostumbraba representar al Rey Momo, solamente desfilaban las carrozas y los representantes de clubes y sus respectivas reinas, así como las carrozas particulares.

El público lanzaba serpentinas, papel picado, perfume, flores y caramelos finos, especialmente a las chicas. Entonces no existían los juegos de agua, pues podían echar a perder los costosos y lujosos trajes de las reinas, quienes mantenían su señorío y prestancia hasta el final del desfile.

Los hombres se unían en grupos y se disfrazaban, generalmente, con trajes que imitaban a caballeros de la Edad Media y estaban confeccionados en satén de distintos colores, bordados con lentejuelas, sombreros con plumas y grandes capas también bordadas con lentejuelas. No pocas veces surgían romances, antifaces de por medio. 

Bebida fría, corazón contento

Las tres primeras heladeras que llegaron al Paraguay fueron traídas al país por don Fidel Zavala, para repartir en sus tres estancias.

Dichas heladeras, fabricadas hacia 1850, no son como las que conocemos actualmente ni mucho menos. Una de ellas se conserva en el museo municipal de Concepción y consiste en dos recipientes esféricos, uno de ellos dotado de un orificio cilíndrico capaz de contener una botella.

El principio utilizado en estas heladeras es el mismo concebido por el francés Carrier: había descubierto que al calentar amoniaco, contenido en uno de los recipientes, se convertía en gas frío, que pasaba al recipiente con el orificio cilíndrico por medio de serpentinas y enfriaba la botella.

Claro que, en aquella época, no se acostumbraba beber en cantidades industriales como hoy vemos hacerlo a la gente.

surucua@abc.com.py

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