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Los guerreros también saben llorar

Mientras se esperaba el regreso del capitán Salinas, parlamentario boliviano enviado, al amanecer del 29 de setiembre de 1932, ante los jefes paraguayos para concertar una tregua, para enterrar a los muertos dentro del fortín Boquerón y pese a que aún no terminaba el fuego contra las posiciones paraguayas, según cuenta el boliviano teniente coronel Cuenca, “mi sorpresa fue grande, al encontrar ya en nuestras trincheras soldados paraguayos en conversación con los nuestros. Interrogado el motivo, me dicen que fusileros conducidos por oficiales audaces se aproximaban hacia nosotros en sitios donde ya no había vigilancia por la falta de clases y oficiales.

“Ofrecianles galletas y agua, indicándoles que se había concertado una tregua para enterrar a los muertos…”.

Ya finalizada la heroica batalla, cuenta el mayor Alberto Taborga, “el coronel Gaudioso Núñez, comandante de la II División paraguaya, hombre infinitamente humano y exquisito ‘gentleman’, nos retiene en su puesto de comando. Sus oficiales y soldados nos observan como ejemplares raros. Nos ofrecen reparador mate con leche condensada y galletas. Mezclo estos elementos con dos latas de ‘corned beef’ de fabricación argentina. Ninguno de nosotros se cuida de engullir raciones que por fuerza tendrán que enfermarnos… De pronto, aparece el coronel Marzana, saliendo de una picada, le conducen con los ojos vendados. Le contemplamos absortos. Las gargantas se anudan, las lágrimas inflaman los ojos resecos, imposible de contener los sollozos…

Gaudioso Núñez ordena:

¡Oficiales y soldados del Paraguay, saludad las lágrimas de estos valientes! ¡Los guerreros también saben llorar!… ¡Atención!”.

“Todos se cuadran y saludan, ellos también lloran. Son los soldados que por veintitrés días nos han atacado furiosamente, hasta vencernos”.

El parque Caballero 

Este señero lugar asunceño fue propiedad originalmente de don José Díaz de Bedoya, quien vino al Paraguay hacia 1760 y fue un alto funcionario colonial.

José Díaz de Bedoya se casó con Margarita Valiente Ramoa, con quien fue padre, entre otros, de Francisco Ignacio Díaz de Bedoya, quien se casó con María del Carmen Urbieta.

Viudo de Margarita Valiente Ramoa, don José Díaz de Bedoya se casó con Juana María de Lara, en 1787.

Don Francisco Ignacio Díaz de Bedoya y doña María del Carmen Urbieta fueron padres, entre otros, de Francisco de Paula Díaz de Bedoya, casado con Mercedes Aguilera, padres –a su vez– de María Concepción Díaz de Bedoya, casada con Juan Bautista Gill.

Del matrimonio Gill – Díaz de Bedoya nacieron Elisa (casada con Mateo Morínigo), Elvira (casada con Eduardo Fleitas), Luisa (casada con Manuel Pratts), Juan Andrés (casado con Elodia Aguínaga Riera, luego con Ernesta Maciel) y Juan Bautista (casado con Adela Heyn).

Luego del asesinato del presidente Juan Bautista Gill, el 12 de abril de 1877, su viuda, María Concepción Díaz de Bedoya, contrajo nupcias el 7 de setiembre de 1883 con el general Bernardino Caballero.

Del matrimonio Caballero – Díaz de Bedoya nacieron Melchora Rudecinda (casada con Francisco Saguier) y Ramón Victorino (casado con Marta Cohen).

El 22 de marzo de 1884, la señora María Concepción Díaz de Bedoya falleció a causa de complicaciones de parto y la propiedad la heredó su viudo, quien falleció en 1912.

El 27 de marzo de 1919, la Intendencia Municipal asunceña fue autorizada a adquirir, de la sucesión del general Caballero, la quinta de 17 ha.

La cuna del prócer

En un hermoso paraje en los campos de Quyquyhó se encuentra una casa que, en su aparente humildad, encierra siglos de historia. Con el paso de los años, luego de diversos avatares, pasó a manos del Estado paraguayo. Hoy, este histórico patrimonio está en serio riesgo de desaparición a causa de las vandálicas medidas populistas del Gobierno.

Presidiendo una colina de hermosa vista y rodeada de ondulados campos, arroyos de cristalinas aguas, risueños parajes al pie de serranías, se encuentra Isla Alta, el antiguo feudo del añoso linaje de los Yegros del Paraguay. Allí, en Isla Alta, paraje de Quyquyhó, sigue en pie, cargada de siglos, la casa que perteneció a uno de los próceres de la independencia, Antonio Tomás Anastasio Yegros y Franco.

Vestigios de una tumba

En uno de los cuartos posteriores de la fastuosa iglesia del barrio asunceño de Santísima Trinidad se encuentran pedazos de lo que fue la losa de mármol que cubrió la tumba del presidente Carlos Antonio López, fallecido el 10 de setiembre de 1862.

Dicha losa estuvo guardando los restos presidenciales hasta 1939, año en que fueron exhumados y trasladados hasta la cripta del Panteón Nacional de los Héroes, donde actualmente se encuentran.

surucua@abc.com.py

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