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Las casas primigenias

Algunos pueblos indígenas guaraníticos vivían en casas aisladas unas de otras, desperdigadas por los claros abiertos en la selva, teniendo como centro la casa del jefe religioso, llamada ogaguasu o tapyiguasu, o casa de fiestas religiosas, que era el punto de convergencia de las actividades sociales y religiosas de la tribu.

Antiguamente, la gran familia vivía en una sola y espaciosa habitación, que albergaba a varias docenas de personas. El ogaguasu o gran casa era de base cuadrangular y sus principales características contenían que el techo descendía hasta el suelo, formando –a la vez– los frontones, y la cumbrera no tenía soportes. Su aspecto asemejaba a una canoa volteada, con las paredes laterales en forma de ojiva.

Algunas casas grandes tenían unos 18 m de largo x 8 m de ancho. Sus frontones y paredes estaban cubiertos por pajas de una gramínea de hojas duras. Esta cobertura cerraba todos los lados de la casa, la que estaba orientada, longitudinalmente, de norte a sur.

Esta casa comunal tenía tres entradas: al norte, otra al sur y una tercera hacia el este, que daba a un gran patio, como plaza de danza, de unos 500 m2.

Sucios por decreto

El 3 de agosto de 1954, el Gobierno nacional emitió un decreto declarando insalubres las zonas de los arrabales asunceños: Chacarita Baja, Bajos del Palacio y Kurecua, e inhabilitó esos lugares como residencias permanentes o temporales, por las condiciones de total “carencia de salubridad e higiene requeridas para toda zona que deba servir de asiento a una población”. Pasaron más de seis décadas y esos lugares están densamente poblados. O una de dos: o cambiaron radicalmente las condiciones de salubridad de esos lugares o nadie hizo caso del decreto presidencial…

En busca de metales

Ya los jesuitas realizaron intentos –con relativo éxito– para la extracción y fundición de minerales. También en Asunción, en la época de la independencia, se tiene documentada la presencia de talleres de fundición. Parece ser que en esa época ya se tenían localizados algunos yacimientos de hierro.

Los primeros trabajos de fundición que dieron origen al alto horno de la planta siderúrgica de El Rozado datan de los últimos años de la dictadura francista (hacia 1938).

El profesional que llevó adelante aquellos primeros ensayos en El Rozado fue un herrero irlandés llamado José Antonio O’Diagan, más conocido como Pepe Antón.

Durante el gobierno de López, el Viejo, se encaró con mayor ímpetu la actividad de producción metalúrgica en el país. En 1849 se contrató al técnico inglés Henry Godwin.

Con Godwin llegó un alemán llamado Friederich Feiger, quien a través de sus conocimientos de química (y medicina) fue el responsable de constatar la existencia de material ferroso en San Miguel, Caapucú (yacimientos ya conocidos en la época) e, inclusive, Quyquyhó. Después llegaron otros técnicos, quienes con su trabajo convirtieron al país en el primero en poseer tecnología siderúrgica en el continente.

Nomenclatura castrense

El 30 de julio de 1930, el gobierno del Dr. José P. Guggiari decretó la nomenclatura de varias unidades del Ejército nacional, las que posteriormente tuvieron descollante actuación durante la guerra contra Bolivia.

La medida gubernamental afectó a los regimientos de Infantería numerados del 1 al 8, que recibieron los siguientes nombres: 2 de Mayo, Ytororó, Corrales, Curupayty, General Díaz, Boquerón, 24 de Mayo y Piribebuy. Por el mismo decreto, el Batallón de Zapadores n.° 1 recibió el nombre de Gral. Aquino. Igualmente, la Guarnición de Artillería y los regimientos de Caballería n.° 1 y n.° 2 recibieron los nombres de General Bruguez, Comandante Valois Rivarola y Coronel Toledo, respectivamente.

Para no saltar ni golpearse

A fines del siglo XIX, la presencia en nuestro país de inmigrantes europeos se tradujo en importantes obras edilicias que cambiaron radicalmente la fisonomía de la ciudad. Una de esas fue el pavimentado pétreo de las calles asunceñas, realizadas, en su mayoría, por ciudadanos italianos.

Todo el desarrollo que iba experimentando la ciudad hizo necesaria la adaptación de las legislaciones de la época. Por ejemplo, una ordenanza municipal del 28 de abril de 1891 disponía que todos los carruajes para el servicio público en la ciudad se construyeran –de esa fecha en adelante– montados sobre elásticos y que desde el 1 de abril del 1892 “quedará prohibido por completo el tránsito por las calles empedradas de todo vehículo, sin excepción alguna, que no esté montado sobre elásticos”.

surucua@abc.com.py

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