Escrita en el mar

“No mar estava escrita uma cidade”. En el mar estaba escrita una ciudad. El verso del poeta Carlos Drummond de Andrade se lee en el bronce de su escultura en Copacabana. Pero Río de Janeiro, la cidade maravilhosa, también está esculpida entre las rocas de sus montañas y el verdor de la selva, entre el Corcovado y el Pan de Azúcar.

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En un extremo de Copacabana, sobre el inconfundible mosaico blanco y negro de las veredas, está sentado el poeta hecho escultura de espaldas al mar. Aparece con la mirada puesta hacia la ciudad que conjuga armoniosamente —como en pocos lugares del planeta— la mano del hombre con la naturaleza.

En Río cada rincón es un deleite, junto con su gente, flora y fauna. Las sorpresas de la maravilla salvaje de esta ciudad empiezan desde el momento en que uno aterriza en el aeropuerto Santos Dumot o en Galeao y se va adentrando en esa selva domada.

Bordear el Parque do Flamengo, entre la playa y los edificios del art decó, el encuentro con el Morro da Viuda van subiendo los decibeles de la más grata de las experiencias. El interés es aún mayor al adentrarse en la vida del carioca —el nacido en la ciudad de Río de Janeiro— y el fluminense —nacido en el Estado de Río—.

Fue fundada 28 años después de Asunción, el 1 de marzo de 1565, con el nombre de San Sebastián del Río de Enero —según la traducción en español—. ¿Por qué el nombre del primer mes? Según los datos históricos, en el día de Año Nuevo de 1502, la expedición del navegante portugués Gaspar de Lemos, de la cual participaba también Américo Vespucio, aquel que dibujó por primera vez el continente y le dio su nombre, recaló en la Bahía de Guanabara. En el idioma hablado en esa época, bahía también significaba ría o río.

El enclave se convirtió en la residencia de la Corona portuguesa, que se mudó allí desde la metrópoli tras la invasión de Napoleón Bonaparte, en 1808, a la península Ibérica. Fue la segunda capital del Brasil, de 1763 a 1960 —la primera fue Salvador de Bahía—, pasando por los periodos de máximo esplendor durante las tres etapas históricas: la colonia, el imperio y la república.

“Río de Janeiro es una de las ciudades brasileñas más conocidas en el exterior y donde las diferencias parecen convivir en armonía. Allí encontramos la infraestructura de una metrópoli, una de las mayores selvas urbanas del mundo, la brisa marítima de las playas y el aire fresco de las montañas”, dice la guía de ciudades del Brasil del Instituto Brasileño de Turismo.

Aunque ha dejado de ser el centro del poder político, es una urbe mundial que marca y exporta tendencias, además de un estilo de vida inconfundible en el que sus habitantes nunca pasan desapercibidos. “En Río, gran parte de la vida social ocurre en las playas, donde los habitantes, turistas y clases sociales se mezclan. A los cariocas les gusta caminar, leer, jugar con la pelota en la playa, muchas veces mezclando varias modalidades. La playa es el centro de atención para quien llega a la ciudad, que aprovecha de su bonito paisaje para vivir al aire libre. Paseo en bicicletas, caminatas, carreras a la orilla del mar, y almuerzos en pequeños y encantadores restaurantes son lo cotidiano del carioca, quien recibe a turistas con simpatía y los incluye en la rutina saludable de la ciudad”.

Las calles y avenidas circundantes de las principales playas de Copacabana, Ipanema y Leblón se convierten en ciclovías, espacios para andar en patines o, simplemente, caminar los fines de semana y feriados.

El carioca es un amante de su ciudad y naturaleza. No se cansa de disfrutar de las bellezas y la expresa con aplausos, así se trate de un atardecer visto desde Arpoador, donde el sol pareciera meterse en el mar con su estela rojiza sobre las olas, o del crepúsculo de un amanecer primaveral.

Todo esto es contagiante para cualquier turista que llegue a las playas. Es fácil tomar el hábito y quizá de ahí aquello de que solo hay que “echarle la culpa a Río”.

Río es uno de los principales puntos turísticos de todo el hemisferio sur y posee sitios obligados para una visita. También ha desarrollado el nuevo concepto del “turismo social”, en el que las favelas, que parecieran escalar los más empinados y sólidos morros, son el principal atractivo. De este modo, han cambiado el estigma de la violencia por el pacifismo y la inclusión social en el mundo globalizado. Independientemente de todas las protestas que hemos visto durante el Mundial.

Pero existen dos lugares en los cuales se puede contemplar la ciudad en todo su esplendor, con todo el frenesí natural confundido con la selva de cemento. La mano del hombre y la naturaleza parecen haberse domado mutuamente y en la más completa armonía, desde los miradores del Cristo Redentor y el Pan de Azúcar, que permiten tener una vista de 360° sobre cada rincón de la gran metrópoli.

El Pan de Azúcar

Desde el Pan de Azúcar, el Cristo Redentor —omnipresente en la ciudad— aparece entre los haces de luz del sol descendente que se deja filtrar entre las nubes en un cuadro místico, donde se unen bajo una misma mirada: mar, montaña, selva y ciudad.

El mirador de este famoso morro está ubicado a 396 m de altura y es el más antiguo de Río. El teleférico “bondinho del Paô de Azúcar”, que lleva a la cima del morro monolítico de granito, se habilitó en 1912 y desde entonces transporta a los turistas a lo largo de 1400 m.

Se estima que cada día unas 7000 personas visitan el mirador de este promontorio, cuyo nombre —no se sabe muy bien— hace referencia a los panes o terrones de azúcar con forma de cono, tal cual se presentaban hasta finales del siglo XIX.

Ingnacio Piedrahíta, en sus crónicas, describe: “Los morros se formaron bajo la corteza terrestre cuando Suramérica y África estaban unidas, y solo comenzaron a subir a la superficie después de que los continentes se separaron. Al igual que los habitantes de la ciudad, estas rocas tienen sus parientes en África, y al estar levantados sobre la costa parecen intentar avistar a lo lejos su tierra natal...”.

El Cristo Redentor

Durante todo el Mundial del Fútbol no habrá pasado un solo día en que la televisión dejara de mostrar la imponente estatua del Cristo Redentor, que corona el morro del Corcovado. La imagen con el disco solar poniéndose detrás de los brazos abiertos recorrió el mundo y ha maravillado a propios y extraños, mientras se jugaba la final entre Alemania y Argentina en el estadio Maracaná.

Es que no existe una postal que identifique tanto a Río de Janeiro como esta escultura de 38 m de altura, erguida en 1931, y hoy considerada una de las siete maravillas del mundo moderno (2007).

La vista panorámica que ofrece desde una altura de 706 m es fantástica y se accede hasta los pies de la escultura a través de un trencito, un ferrocarril que data de 1884. Nadie que haya llegado hasta sus pies resiste la tentación de dar las gracias por encontrarse en ese lugar y poder admirar tanta belleza.

La monumental obra, considerada la estatua ard decó más grande del mundo, fue construida en 1921 para conmemorar el centenario de la Independencia del Brasil y estuvo a cargo del escultor Paul Landowski. Está hecha de “piedra jabón”, un material maleable y resistente a los efectos del tiempo.

En enero de este año, un rayo impactó en el pulgar derecho y fue noticia en todo el mundo, como lo ha sido en tantas otras ocasiones desde el momento mismo de su inauguración que tuvo lugar recién en 1931.

Es visitada y admirada cada día por 8000 turistas, tanto como lo hicieron Albert Einstein, Juan Pablo II, Michael Jackson o el presidente norteamericano, Barack Obama.

Y por la noche, Río es una ciudad fascinante. Nadie deja de pasar por su recién recuperado centro histórico, donde la alegría del carnaval carioca se proyecta los 365 días del año.

Texto y fotos pgomez@abc.com.py

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