LA CANASTA MECÁNICA

El programa de televisión tiene el formato de una competencia de aptitudes artísticas entre niñas y niños. Se entiende que la intención es entretener a la audiencia y a la vez exponer al público la excelente capacidad infantil para el canto y la danza, que se encuentra oculta por falta de estímulo. Hasta ahí, más que interesante. Lo desagradable sucede cuando se plantea el concurso como una confrontación áspera entre perdedoras/es y ganadoras/es. No hay términos medios. Dos vulnerables criaturas se disputan un triunfo. Una criatura vence gloriosa y la otra es eliminada, aplastada por el fracaso frente a una audiencia exigente y numerosa que opina, critica, alaba y reclama desde la comodidad de su casa y también desde las redes sociales.

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La exposición es inmisericorde. Quien pierde llora y su llanto es conmovedor. Nunca sabremos qué sentimientos de dolor, humillación e impotencia hay en esas lágrimas. Tampoco sabremos qué lacerante herida puede quedar abierta en esa pequeña alma tierna. Cada participante tiene sus particularidades, mayor o menor sensibilidad ante la frustración, distinta habilidad para reaccionar y soportar determinadas circunstancias.

También lloran los padres. Mamá, papá, familiares y amigos comparten el sollozo televisado ante el pesar de la derrota. El llanto perdedor tiene primer plano y lastimera música de fondo.

Para salir de semejante brete, el conductor tiene que arreglárselas como puede. Pero quién tiene la fórmula para dar consuelo y secar las lágrimas de una criatura avergonzada ante el público, su familia y sus amistades. A lo mejor le esperan burlas crueles de sus pares en la escuela. Miradas compasivas o irónicas de docentes que también sufren maltratos, cobran un salario indigno y es probable que tampoco cuenten con herramientas pedagógicas para estos casos. Profesionales de la salud mental concluyen que participar en estos concursos puede afectar la psiquis infantil.

¿Es necesario el escarnio público? ¿Acaso no es posible que un participante quede y el otro gane un premio, una laptop, una tablet, una beca de arte, la promesa de ingreso en un próximo repechaje?

Es acertada la idea de promover el talento infantil de la gente organizadora del certamen y podría ser una experiencia de aprendizaje para la gente menuda. Sin embargo, no se puede pasar por alto la falta de un libreto organizado, con preguntas inteligentes, dirigidas a cada participante. Los mismos padres pueden aportar datos. Si la niña o el niño tienen un gato o un perro, cómo se llama su mascota. Si tienen hermanos o no. Cuál es la materia que más le agrada en la escuela, cuál es la que más le cuesta. Premiar las tres mejores libretas de calificaciones, sin que los demás tengan que exponer sus notas.

Es innecesario someter a la niñez a las concesiones de la lógica del mercado y al marketing.

Resulta delicado poner a competir a párvulos como gladiadores romanos ante el plebiscito comercial del rating. Los padres podrían comprender que no es necesario sacrificar la dignidad de un hijo, de una hija, por unos minutos de cruel fama en la televisión.

Carece de amor filial la creencia de que la fama es la mayor felicidad y que vale todo para llegar a ella a través de la televisión. La nueva pedagogía propone que niños y niñas jueguen cooperativamente, que jueguen entre ellos y ellas, no contra ellos y ellas, que busquen metas colectivas y no objetivos individuales. Recordemos que Jesús dijo que el reino de los cielos pertenece a la infancia. No les robemos el cielo.

carlafabri@abc.com.py

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