LA CANASTA MECÁNICA

La gente antipática puede tener un fallo en su cableado cerebral. Difícil que sea inteligente quien proyecta amargura y esparce mala onda. Sobre todo, si tomamos en cuenta que la inteligencia está considerada como la cualidad más estable en el tiempo y depende mucho de la herencia genética. Aunque el ambiente puede estimularla, la inteligencia es la habilidad y rapidez de cada uno para procesar la información. Para descubrir si alguien es o no inteligente, basta prestar atención a cómo piensa y desarrolla sus argumentos, y observar su capacidad para generar humor.

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La gente amable, simpática, produce buena vibra y hace amistades con facilidad. En cambio, la que es desagradable destila amargura, tiene pocos amigos e incapacidad para relacionarse con los demás.

La amargura es el resultado del resentimiento. El enojo del corazón de una persona que guarda un gran rencor y no quiere perdonar, y esa falta de perdón se convierte en ira, dolor, odio.

Según el psicólogo Harry Mills, la gente cambia su dolor por ira para liberarse de algo que le duele mucho, como manera de protegerse del sufrimiento, evitando así lidiar con los propios sentimientos. Es una forma de ocultar la realidad de la propia vulnerabilidad ante algo que le produce dolor. La ira crea un sentimiento de justicia y poder, que lo aleja de sí mismo y le permite culpar a los demás.

Todos nos enojamos o amanecemos de mal humor de vez en cuando. Pero si la amargura y la rabia se hacen crónicas, producen una dinámica destructiva. Es tremendo lidiar con alguien que se enoja, no sabe escuchar y quiere tener siempre la razón, aun cuando existan evidencias que demuestran su error.

Necesitamos gente simpática, agradable, que nos sonría, que pueda detenerse un rato a charlar y compartir una broma. No se puede tener paz y ser feliz con un corazón angustiado, endurecido, que causa daño a los demás con actitudes y palabras.

Pensadores contemporáneos opinan que la felicidad no tiene que ver con el placer, y más bien deriva de la capacidad de sentirse útil y dar sentido a la vida, independientemente del bienestar material que se alcance. También sostienen que la felicidad suele ir de la mano de personas que conocen sus propias debilidades, no son controladoras y tienen claros sus valores e ideales. Son personas íntegras que se recuperan con rapidez de los reveses de la vida, son tolerantes y confían en sus semejantes.

Para concluir esta minicampaña contra la argelería, qué tal si empezamos a practicar la paranoia al revés que proponía Salinger cuando afirmaba: “Siempre sospecho que la gente está planeando algo para hacerme feliz”. Buen domingo.

carlafabri@abc.com.py

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