LA CANASTA MECÁNICA

DOCTOR, ME DUELE AQUÍ.- Según la sabiduría popular no hay nada más quejoso que un varón enfermo. También se dice que las mujeres somos más aguantadoras, aunque tenemos la tendencia a quejarnos permanentemente de una cantidad de dolencias menores.

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La organización británica Engage Mutual descubrió a través de un estudio que si los hombres se enferman cinco veces en el año, las mujeres nos enfermamos siete y faltamos más al trabajo que los hombres. Sobre una muestra de 3000 personas, esta compañía encontró que el 50 % de los señores exageran los síntomas, para producir compasión en su pareja y conseguir más atención. ¿Hasta dónde llega el amor femenino? Dos tercios va hasta la farmacia a comprar los remedios necesarios para el varón enfermo; el 45 % les prepara un buen baño y el 27 % les lleva el desayuno a la cama.

Por otra parte, la investigación de un equipo científico italiano concluyó que la enfermedad se manifiesta de manera diferente en hombres y mujeres. Por ejemplo, la enfermedad cardiovascular, considerada una enfermedad masculina, produce estrechez en el pecho y un dolor que irradia desde el brazo izquierdo cuando se anticipa un ataque al corazón de un caballero. En cambio, en las mujeres, los síntomas habituales son náuseas y dolor abdominal bajo. El estudio señala que, cuando ellas se quejan de esos síntomas, no reciben la atención médica correspondiente, como un electrocardiograma, angiografía coronaria y análisis de enzimas.

También se detectó que hombres y mujeres reaccionan de diferentes maneras ante la aspirina y otras sustancias. Las diferencias en la acción y los efectos secundarios tienen que ver con la variación en los tiempos de absorción y la eliminación de los fármacos, y también se debe a un estado hormonal bastante diferente entre el hombre y la mujer. Por consiguiente, para medicar de manera segura y eficaz la dosis y duración de un tratamiento, se sugiere tomar en cuenta el género del paciente.

En el plano más personal, confieso que soy de las que gruñen bastante, dos o tres veces al mes, cuando me afectan algunas de mis dolencias. Me considero casi una épica representante del estornudo alérgico matutino y el chorreo nasal, lo que me convierte en una gran amiga de los pañuelos.

Me causan envidia insana las personas saludables, que jamás se resfrían, ni pescan gripes ni conocen lo que es toser como una dama de las camelias. Pese a todo esto, no soy bicho de internación hospitalaria ni asidua de quirófano (alabado sea el Señor). Como mucho, habré estado dos o tres veces, una de ellas para dar a luz a mi hija y la última fue para extirparme del hombro un quiste sebáceo. En estas oportunidades, más que de dolor, chillé por la espantosa música que hería el aire de los pobres bisturíes. Una selección musical de gusto dudoso puede atravesar mis delicados oídos como si fuera un taladro atómico y puede aumentar mi malestar antes que mejorarlo. Es así, mujeres y varones sentimos el dolor de manera diferente y, a su vez, cada persona también tiene sus particulares percepciones. Por algo es tan hermoso este mundo diverso. Cada ser humano tiene su propio biomisterio y le duele aquí de acuerdo a su singularidad.

carlafabri@abc.com.py

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