LA CANASTA MECÁNICA

CONDENAR LA VIOLENCIA DESDE LA HIPOCRESÍA.- Es condenable cualquier acto de violencia física contra una mujer, un hombre, un animal o una criatura, entre otros. Pero no es menos cierto que el acoso laboral, también, es digno de condena. Sucede que la violencia física y sus huellas se pueden ver a simple vista; en cambio, el mobbing deja contusiones en el alma de la persona perseguida. Esos golpes y moretones no son visibles a simple vista, aunque sus estragos podrían llegar a causar la muerte.

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La violencia no es solo física. En el mobbing, los sopapos psicológicos son muy peligrosos y socavan la autoestima e integridad de quien es objeto del maltrato. El acoso laboral o mobbing es intencional y permanente en contra de alguien. No es un conflicto sin importancia en el ambiente de trabajo ni una exageración de quien sufre a causa de las descalificaciones constantes sobre su capacidad de trabajo, compromiso con la empresa u honestidad por parte de su jefe o jefa. En un principio, la persona acosada no quiere sentirse ofendida y no toma en serio las indirectas o vejaciones lanzadas en su contra. No obstante, la situación resulta extraña para la víctima, ya que no entiende lo que está pasando y tiene dificultad para organizar conceptualmente su defensa. En el maltrato laboral existe manipulación para desacreditar a la persona objeto del acoso. Quien acosa tiene interés personal en maltratar a la persona acosada. Se dice que toda persona acosadora también sufrió acoso alguna vez y lo repite por su frustración, como una venganza vicaria.

Por otra parte, desde los noticiosos, más que la información, nos invade la promoción de la violencia en todas sus formas. De esa manera, nada sorprende, cunde la insensibilidad y se instaura la idea de que es normal violentarse, enojarse, actuar con prepotencia. Hay mucha ira suelta en nuestro medio. Un enojo casi contagioso que oculta frustraciones de diversa índole. Está el enojo positivo que encuentra soluciones y el destructivo que aumenta el problema. Casi siempre son más graves las consecuencias del enojo desatado que los motivos que lo produjeron. El enojo bien orientado resuelve el conflicto. El descontrolado lo magnifica. Si en nuestro cotidiano vivir nos pasamos hiriéndonos unos a otros, todos terminamos lastimados. De insulto en insulto crece la bronca que se desborda y perjudica a la buena convivencia colectiva.

Si queremos una sociedad de tolerancia, respeto y empatía, es pertinente una reflexión sobre nuestro comportamiento personal para corregir actitudes negativas, aquellas que fomentan la violencia, el maltrato y enojo descontrolado. Alguien que no me devuelve el dinero que le presté está provocando mi enojo destructivo, más todavía si me retira la palabra, desaparece y me aplica la ley del ñembotavy. Condenar desde la hipocresía es un recurso fácil, una manera de conseguir aprobación a la falsa moral.

carlafabri@abc.com.py

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