LA CANASTA MECÁNICA

DEL PESIMISMO A LA ESPERANZA.- Los pesimistas sostienen a diario que vivimos en el peor de los mundos posibles. Una dimensión en la que el dolor y la miseria son la constante. Aquí estamos condenados a intentar conseguir lo que nunca tendremos. El pesimismo critica a las religiones, a las que denuncia por ser falso consuelo y por su intento de darle un sentido a la vida a partir de un Dios todopoderoso. El pesimismo y el nihilismo andan casi siempre en yunta. De alguna manera son necesarios como las lombrices que realizan la descomposición de la materia orgánica, o sea, transmutan el estiércol y colaboran con el desarrollo de la estructura del suelo y el ciclo de nutrientes. Aristóteles las llamó el intestino del mundo.

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En fin, que pesimistas y nihilistas, al igual que los seboís, hacen el terreno más apto para la siembra. Por ejemplo, la siembra de esperanza. Quien tiene esperanza se cura cuando aparece un mano santa que llena de seguidores una cancha de fútbol. La persona esperanzada confía, se compromete activamente con la prueba, con su situación de enfermedad y aspira a salir de ella. Es paradojal que, cuanto mayor consciencia de la vida como destierro, como valle de lágrimas, tenga el ser humano, tendrá más capacidad para experimentar el brote de la esperanza, y ver el brillo velado y misterioso que ilumina el centro mismo del lugar en el que habita la esperanza. La esperanza es un misterio, no un problema, y a través de ella se alcanza la certeza que brota de la participación con la totalidad del ser.

La esperanza no es abdicación, sino aceptación responsable del momento trascendental. El pesimismo no espera, porque no cree en la realidad. Por eso, el pesimismo y el nihilismo, al igual que las lombrices, fertilizan el terreno para que crezcan la esperanza, la fe, la solidaridad.

El pesimismo representa ese permanente deseo insatisfecho que, como las lombrices, fertiliza el suelo con los deshechos del sufrimiento, el dolor, la angustia. Desde el racionalismo no es posible acercarse a la comprensión de realidades metaempíricas, como la esperanza. La esperanza echa sus raíces en aquella parte de nuestro ser que aún es inocente, que todavía no fue mancillada.

Gabriel Marcel dice: Hay en el ser un principio misterioso de convivencia consigo mismo que no puede no querer lo mismo que yo quiero, al menos si lo que yo quiero merece ser querido y es en realidad querido por todo mi yo. Esta creencia que hace cuerpo con todo el esfuerzo humano real significa claramente que, para el ser que sufre y lucha, el universo tiene sentido, que hay alrededor de nosotros una finalidad de la que participamos y gracias a la cual el destino del ser humano tiene que realizarse según todas sus exigencias, y acabar en un desenlace conforme a sus más secretas aspiraciones.

Marcel dice también que quien espera se parece más a un creador, a un inventor, que solo se fija en el fin y después piensa que debe existir algún medio para alcanzarlo.

También sostiene que la esperanza surge como perforación del tiempo y memoria del futuro, como apertura de crédito a la realidad.

*La Filosofía de Gabriel Marcel: De la Dialéctica a la Invocación – Feliciano Blazquez Carmona.

carlafabri@abc.com.py

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