LA CANASTA MECÁNICA

ME GUSTA VERTE SONREÍR.- Ya creo haber comentado en esta columna que en mi infancia me llamaba la atención la seriedad de los rostros de próceres, santos y heroínas. El doctor Francia con el seño fruncido, un poco cara de perro. Don Carlos Antonio y su hijo el Mariscal López con caras de circunstancia. Bernardino Caballero por ahí tiene una onda más piola, sus ojos expresan inteligencia y un leve toque de picardía. A don Antonio Taboada, fundador del Partido Liberal, se lo ve muy churro, con una seriedad agradable, en una foto a sus 22 años, en 1970, según el libro de Manuel Pesoa. En su foto oficial, al Mariscal José Félix Estigarribia se lo ve serio, pero se percibe que está seguro y satisfecho de sí mismo.

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Las mujeres también muestran gesto adusto. En algunas hay algo de fastidio, es lo que veo en la expresión de doña Juana Pabla Carrillo, una mezcla de tristeza, casi desesperación; en doña Juana María de Lara, aburrimiento; en Madame Lynch, inteligencia; en Asunción Escalada, porte aristocrático, belleza; y enigmática sonrisa en los ojos de Pancha Garmendia. A los santos y santas tampoco se los ve sonrientes.

Cuando preguntaba sobre esto, mi mamá me respondía que tal vez no sonreían porque las injusticias y la dura realidad no promueven la sonrisa de quienes persiguen altos ideales. Mi papá, con su ironía, afirmaba que lo más probable era que tenían los dientes poco presentables, descompuestos, con mal aliento.

La sonrisa es un elemento de conexión clave entre la gente. Hoy, más que nunca, también conlleva un contenido de poder, según me decía la doctora Moreira, mi odontóloga, una capa profesional y de gran humanidad.

Ella me comentó sobre una empresa aérea (que hoy ya no existe), que impuso entre sus azafatas lo que se convirtió en la famosa sonrisa Panam, de actitud amable, en la cual las comisuras de los labios se curvan hacia arriba, mientras la parte superior del rostro permanece relajada.

También me habló de la sonrisa de Duchenne, auténtica, espontánea, llamada así por el investigador francés Guillaume Duchenne, quien en su estudio de la fisiología de las expresiones faciales descubrió una forma de sonrisa que podría considerarse auténtica, para nada falsa, abierta. Consiste en una contracción del músculo cigomático mayor, cerca de la boca, que provoca que se eleve la comisura de los labios, así como el músculo orbicular cercano a los ojos, cuya contracción alza las mejillas y produce arrugas alrededor de los ojos. La sonrisa de Julia Roberts, podríamos decir.

Asociamos la sonrisa con la felicidad, con la alegría. Sin embargo, hay sonrisas que son sarcásticas, otras son forzadas o de labios apretados. Existen sonrisas falsas y otras que son tiernas, algo tristes. Imposible no mencionar la sonrisa misteriosa de la Monalisa.

John F. Kennedy, Tony Blair y Bill Clinton revirtieron la idea de la seriedad en el rostro del poder. Imagino que en el futuro se estudiará la sonrisa de Lady Di, quien dejó su impronta en la monarquía y en todo nuestro tiempo. Algo parecido sucedió en 1786 con el autorretrato de Marie-Louise-Elisabeth Vigée-Lebrun con su hija, que causó polémica en su época porque la madre dejaba ver sus dientes blancos detrás de la sonrisa, gesto revolucionario para aquel momento y que hoy es una cosa normal.

Tanguito canta me gusta verte sonreír… natural, y un proverbio escocés dice que la sonrisa cuesta menos que la electricidad y da más luz.

carlafabri@abc.com.py

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