LA CANASTA MECÁNICA

LA CULPA NO ES MÍA.- Invento sensacional para eludir responsabilidades es echarle la culpa a alguien cuando cometemos errores. Es lo más fácil y accesible nunca estar presente cuando sucede el problema. Al final nadie te ayuda, dice el personaje que se supone omnipotente, es experto en victimizarse y despotrica contra el mundo, mientras espera que le llegue el éxito servido en bandeja. La pose de mártir ante los problemas no soluciona la situación ni libera de culpa y es, además, una claudicación de la libertad personal. Un clásico caso es la respuesta que Adán da a Dios, cuando quiere liberarse de su parte de responsabilidad en la metida de pata: La mujer que me diste por compañera me dio la fruta del árbol y yo comí.

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Cuesta hacerse cargo de las fallas. La prensa me persigue, el periodismo tiene la culpa, se ensaña conmigo, dice el político pichado, en vez de tomar conciencia de su defectuosa administración y buscar las soluciones inteligentes.

Cuántas veces damos la mano y nos toman el codo, pero no nos animamos a enfrentar la situación. Es preferible hacer de víctima, callar, sin hacer los reclamos a quien corresponde. La cofradía de perdedores voluntarios conoce los secretos la victimización. Pero cuidado que creerse siempre libre de culpa y cargo es renunciar a la posibilidad de crecer, de ganar batallas, de expandir la conciencia, de prosperar.

Un antiguo cuento dice: por culpa de un clavo se perdió la herradura. Por culpa de la herradura se perdió el caballo. Por culpa del caballo se perdió el jinete y no llegó el mensaje. Porque no llegó el mensaje se perdió la guerra.

Culpar a otra gente para no hacerse cargo de los propios fracasos es el pretexto redondo para disfrazar la incapacidad de asumir la responsabilidad de los errores cometidos. Echar la culpa no resuelve rencores, falencias y remordimientos.

En realidad, no es nada nuevo esto de culpar a otro de las propias desgracias. Cada pueblo, cultura, religión tuvo su propia manera de expiar pecados o echar el fardo a algo o a alguien de sus infortunios.

Había quienes hacían responsables a unos dioses concretos y quienes usaban animales como forma de expiación. Por ejemplo, la ceremonia del rito judío que consistía en elegir un macho cabrío –chivo– que era llevado al desierto, donde lo apedreaban para luego abandonarlo con el fin de que pagase por los pecados que el pueblo cometió. De ahí nace lo del chivo expiatorio.

En la Grecia antigua, la forma de purgar los vicios y transgresiones consistía en conseguir culpables de todas las calamidades que habían ocurrido en el año. Esto se conocía como phamarkos (remedio). Se trataba de escoger ciudadanos a los que se les culpaba de las desgracias, aunque ellos nada tuvieran que ver con los desastres. El sacrificio se hacía durante las targelias, que eran celebraciones en honor a Apolo y Artemisa.

Ahora, entre nosotros, tenemos el caso de un senador calesitero que asume su inocencia de una culpa que él mismo confesó haber cometido. Afirma que en su momento se ofreció como la víctima propiciatoria, para evitar que los dioses electorales se encarnizaran con otras autoridades de su partido. ¿Y tenemos que creerle? Bueno, ya saben, la culpa no es mía.

carlafabri@abc.com.py

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