La sucesora

Macarena Ruiz Fretes (26) lleva el talento de su padre, el artista plástico Koki Ruiz, en la sangre. Comparten los mismos gustos por el arte, aunque cada uno se destaca en su estilo. Desde Misiones, ella cuenta que eligió estudiar la pasión que siempre le rodeó: la pintura.

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Desde niña, Macarena trazó líneas, formas. Se inspiraba en los personajes de Disney para hacer sus primeros dibujos. Con el correr de los años, se dio cuenta de que tenía el talento suficiente para estudiar la pasión que siempre le rodeó: la pintura.

Claro que tener a un grande en la casa ayudó bastante, aunque nunca es determinante para seguir los mismos pasos que el progenitor. Pero con Macarena, coincidentemente, se dio. Sin embargo, afirma que su interés por la plástica es innato. “Creo que igual hubiera escogido pintar. Desde chica manifesté este interés, tomé conciencia de dedicar mi vida a la plástica, de vivir para la pintura, pero ayudó ver a mi papá pintando y crecer rodeada de ese mundo”, dice muy segura.

Es así. Dibujar y pintar fue una constante en su vida desde niña. En el colegio también tenía que realizar los trabajos y dibujos obligatorios, como todos los niños y adolescentes, pero, además, realizaba numerosas pinturas con otras características, llenas de fantasías, otros colores y formas. Y así fue encontrando su propio carácter.

A nuestro paso por San Ignacio, Misiones (226 km al sur de Asunción), encontramos a la joven artista en su taller ubicado en el centro. Es ahí donde ella encuentra inspiración y da rienda suelta a su creatividad. Su arte surge de lo que le rodea. “Me gusta pintar a los niños... Es el paisaje que veo siempre que regreso a casa: niños jugando. Puede que por eso haya elegido pintar diferentes situaciones con ellos. En algunos cuadros hay chicos jugando a la pelota, haciendo volar la pandorga, en la calle o ayudando con el ordeñe de la vaca”, cuenta la joven artista.

El color es otra constante en su lienzo. Ella mantiene un diálogo plástico no con palabras, sino con formas y colores. Por medio de las tonalidades, les da vida a esas escenas propias del campo con los más chiquitos como personajes principales. Es que el color es también una forma de expresar emociones y sensaciones a los espectadores, y mucho se puede saber sobre la personalidad estudiando los patrones, la distribución y la paleta que utilizó en cada propuesta.

En este caso, hablamos de una joven alegre, con iniciativa, que sonríe a la vida. En La Arcadia, el restaurante de Norma Fretes de Ruiz, tuvo a su cargo todo el diseño y la pintura del techo y las paredes. En ese espacio ya dio muestras de sus habilidades, tras elegir los tonos correctos inspirados en la pintura jesuítica realizada en los templos de la época. Las exposiciones tampoco faltan en su andar. Participó de muchas y ahora prepara otra para el Jueves y Viernes Santo. “Van a ser obras relacionadas a la procesión”, adelanta.

Tiene estudios de Tecnicatura en Artes Visuales en el Instituto Antonio Ruiz de Montoya, además de Teatro en la Academia de Arte Lourdes Llanes. “Voy a seguir capacitándome. Tengo planes de ir a Buenos Aires a estudiar, pero todo a su debido tiempo”, dice sonriendo. Mientras espera la ocasión propicia, aporta lo suyo en las artes plásticas y escénicas. “Mi mayor aspiración es que San Ignacio sea distinguida y reconocida como la ciudad del arte en todas sus manifestaciones. En eso tenemos que contribuir todos los jóvenes, porque hay mucho talento acá. Nos reunimos y realizamos actividades en el teatro, como otra manera de incentivar la cultura”.

Pero es en los cuadros y en los paisajes en los cuales poco a poco va sobresaliendo, con su estilo personal. “Sigo los pasos de mi papá, es cierto, pero estoy encontrando mi propia expresión, mi personalidad. Me gustaría tener el mismo impacto que él tiene dentro y fuera del país”, admite.

Siente orgullo de compartir la profesión con el ser que ama, admira y respeta. Trabajar con él implica una gran responsabilidad que espera no defraudar. Para las celebraciones del Viernes Santo, por ejemplo, tuvo una participación activa. “En realidad, todos nos involucramos y estar presente en todo ese montaje representa para mí una doble satisfacción: hacer lo que me gusta y estar al lado de mi papá”.

Así, Koki y Macarena comparten mucho más que la sangre que corre por sus venas. Ellos son colegas. De hecho, Koki considera a su hija como cualquier otra profesional de la misma especialidad y respeta sus conceptos y conductas. Cada uno tiene sus fortalezas. Entre los dos no existe barrera generacional, porque hablan un mismo lenguaje: el de la pintura. Seguir la misma profesión que su padre, para ella, no es una carga, sino una enorme responsabilidad: la de continuar con el excelente nivel y la calidad de arte que logró instalar. Va por buen camino.

ndure@abc.com.py 

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