Mujeres que derriban mitos

Rompen con el paradigma de “carreras para hombres”. Luchan por lo que quieren y son felices con lo que hacen. Cuatro mujeres que se animan a trabajos masculinos cuentan sus vivencias y aseguran que pueden lograr lo que se proponen. Así se convierten en ejemplos de lucha en el marco del Día Internacional de la Mujer, a celebrarse el 8 de este mes.

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Una joven con carácter

Limpia tiene solo 22 y trabaja en una de las profesiones consideradas muy masculinas: es mecánica y soldadora. Se ocupa en una empresa de transporte público en la que realiza tareas como cambio de fibra, regulación de freno, tornería, soldadura, ajuste completo, motor diferencial, mantenimiento completo, masa, cardán, soporte de embrague, soporte..., de todo. “En un mbyryry mbararán hago lo que sea”, cuenta orgullosa. A sus manos le ganan la negritud de las grasas, los aceites, y lubricantes, pero es lo de menos para ella. “Demasiado me gusta lo que hago. A los 12 años ya entré a un taller; a escondidas de mi mamá. A la mañana me iba a la escuela y a la tarde, al taller, hasta que un día me pilló, ha hetaiterei aipo’o. Desde la punta de mi pelo hasta la punta de mi dedo ligué y eso que era mejor alumna siempre”, recuerda riendo. Su madrina, quien le ofreció absorber los gastos de sus estudios universitarios, le aconsejó seguir la carrera de Medicina. “Pero ndahejamo’ãi voi la taller”. En contrapartida, tiene siete títulos en mecánica, otros siete en tornería, soldadura, más uno en inyección básica y otro más en electricidad básica. “Tengo también conocimientos de computación y administración, porque a la par nos capacitan en estas profesiones”, dice. Sus estudios para el oficio los realizó en el Servicio Nacional de Promoción Profesional (SNPP). Y piensa continuar capacitándose. Raúl Chamorro del departamento de Recursos Humanos de la empresa en la que trabaja, La Sanlorenzana, resalta esta actitud. “Siempre (está) a la búsqueda de aprender más. Eso es lo bueno de ella: busca superarse. Ahora está estudiando electricidad e inyección electrónica y le va a venir bien con las nuevas flotas de vehículos con aire acondicionado”. Sueña con abrir su propio taller y ayudarle a su mamá. “Mi papá falleció electrocutado en su trabajo y quedamos 11 hermanos. Tengo una hija de tres años que se llama Milagros Daniela, a quien quiero darle lo mejor y también a mi mamá por todo el apoyo que me da. Aprovecho para agradecer a los directivos (Pin Peña, Carolina Peña y el Ing. Duarte) por darme la oportunidad y a todos mis compañeros de trabajo por la ayuda”, dice. Mientras espera ese momento trabaja duro, pero con alegría. Es lo que le gusta. Nunca tuvo problemas con los arreglos que hizo. “Al principio, ndo jeroviai che rehe, pero ahora soy una más”, afirma. Se siente orgullosa por haberse destacado en un ambiente en el cual el paradigma indica que es una carrera de hombres. De hecho, es de mucho esfuerzo, pero Limpia Margarita Mendoza asegura que vale la pena.

“Cualquier mujer puede dedicarse a este oficio”

Sandra Morínigo no le teme a la fuerza ni a los desafíos. Por eso cuando su hermano decidió abrir un taller de motos en su casa, no dudó en sumarse al equipo, previa capacitación. “Desde agosto de 2015 estoy trabajando con mi hermano en motor y parte eléctrica. Al principio, comenzamos con una gomería y lavado; ahora, ya solucionamos cualquier problema de moto”, dice riendo y haciendo gala de su fuerza al tocar un motor. Sus inicios algunos dudaban de su capacidad, “ndo jeroviai che rehe”. Pero ella demostró con hechos que el talento no se mide por el género. “En un día soluciono el problema que sea, de cualquier modelo de moto”, se jacta. “Y trabajo con garantía de un mes”, añade. Como tiene el pelo muy cortito, siempre está con remera holgada y su constitución física no es pronunciadamente curvilínea, a veces, ni se dan cuenta, “después recién y mejor para mí”, dice riendo. Junto con su hermano tiene pensado ampliar el taller con venta de repuestos. “Es lo que vamos a hacer más adelante, también quiero ser réferi de hándbol, por eso estoy estudiando en la Secretaria Nacional de Deportes. Me fui un tiempo y después dejé, pero quiero retomar porque también me gusta mucho”, cuenta. A sus 22 años, Sandra trabaja, posiblemente, en una de las profesiones más exigentes desde el punto de vista físico para la mujer. Dice que uno de los desafíos a los que se enfrenta, día a día, es el esfuerzo. Otra desventaja es lo “desaseado” que puede ser el trabajo, pero es lo que le gusta. “Cualquier mujer puede dedicarse a este oficio, ahora ya no hay discriminación, pero te tiene que gustar mucho”, dice. Definitivamente, las mujeres tienen mucho que aportar al mercado laboral. Es necesario que se confíe más en ellas a la hora de contratar y que no sean descartadas, a primera vista, por ser mujeres. Aunque aún tienen un reto doble, no solo el de encontrar una oportunidad acorde con su preparación, sino el mismo nivel salarial que los hombres. Si bien se está avanzando en este punto, todavía queda un buen trecho.

Paciencia tecnológica

Hace unos 15 años, Lucy Ortiz de Torres (47) renunció a su trabajo en una tienda de venta de cueros para abrir un taller de reparación de celulares en la zona de la entonces Corposana, actualmente Essap. Su idea era tener una persona que realizara el trabajo y ella controlaría el negocio. Pero le resultaba muy difícil conseguir técnicos. Entonces, su marido, Diosnel, le sugirió: “Si no conseguís personal, pero querés seguir con el negocio y te gusta, ¿por qué no estudiás vos?” Ella se dispuso y siguió el curso de reparación de celulares. “Y así empecé. En un principio, para controlar nomás. Uno tiene que saber lo que pasa en su negocio”. Con la ayuda de sus hijos pudo seguir adelante. “Ahora se queda conmigo Lorena, mi hija de 19 años. Trabajamos juntas”. Y asegura que, con lo que gana, le alcanza para ayudar a su marido a mantener a su familia. ¿Tiene clientes fieles? “¡Sí, de años, de la primera hora! A veces, no aparecen por un tiempo, pero siempre vuelven. Y desde que me inicié, siempre estuve en la misma zona. Entonces, me conocen y confían en mi trabajo”. En efecto, hace 13 años que está en el mismo local, sobre la calle José Berges de nuestra capital. Comenta que los primeros aparatos que reparó fueron los Motorola Tango 300 y demás. Actualmente, se dedica a los Samsung y iPhone. “Hay que tener carácter para dedicarse a esto. Especialmente, mucha paciencia y te tiene que gustar; de lo contrario, es imposible”.

Transportando sueños

De pequeña, Blanca González Villalba solía acompañar en sus largos viajes a don Leonor, su padre, conductor de vehículos de gran porte. En sus fantasías, soñaba con que, algún día, ella también lo haría. Blanca se casó muy joven, casi adolescente. Pronto vinieron los hijos y, para ayudar con el presupuesto familiar, tuvo que salir a trabajar. Consiguió empleo en la Municipalidad de Asunción. “Hace 15 años ya. Primero comencé en la guardería. Después, como estaba embarazada y tenía un hijo muy pequeño, para estar cerca de mi casa me mudé en el comedor de la Comuna, en Pelopincho, mi barrio”. La familia se iba agrandando, entonces, para obtener más beneficios, solicitó en el Departamento de Aseo Urbano el puesto de barrendera en horario nocturno. “Cuando vi los camiones recolectores de residuos, recordé mi sueño. Al surgir la oportunidad, golpeé puertas y se me dio”. Con la ayuda de sus compañeros de la Comuna, hace dos años, comenzó a practicar. Como todo, llevó su proceso. “Poco a poco fui evolucionando. Luego de conseguir mi registro, hace nueve meses, comencé a salir a la calle”. Blanca trabaja de 20:00 a 2:00 de la madrugada. “Me quedé en mi antiguo horario”. Madre de seis hijos, Blanca ya tiene cinco nietos. Cuenta que estos últimos, que ya la han visto conducir todos los tipos de transportes en la Comuna, desde camionetas, camioncitos, hasta el actual de mayor porte, le dicen: “Abuela, cuando seamos grandes, queremos ser como vos”. “Les digo: ‘No, ustedes tienen que ser mejores que yo. ¡Quiero que sean pilotos de avión!’. Hay que incentivarlos”. Asegura que en Pelopincho, Chacarita, el barrio donde vive, hay gente buena y trabajadora que lucha para que sus hijos sean gente de bien, útiles a sí mismos y la sociedad. “Los delincuentes de afuera vienen a refugiarse aquí”. A los 42 años, Blanca afirma que si bien hasta ahora todos sus sueños se han cumplido, todavía le queda uno por cumplir en el trabajo: “Estoy llegando a las metas que me propuse. Mis compañeros me preguntan: ‘¿Qué más querés ahora?’. Y yo les contesto: ‘El tractor (con pala). Eso también quiero aprender a manejar’. Y ellos me enseñan sin problemas. Son muy buenos conmigo”. Resalta que, desde el principio, tanto los compañeros de trabajo como sus jefes la han ayudado mucho. Y quién sabe, con su perseverancia, de seguro, un día de estos la veremos a cargo de uno.

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Fotos ABC Color/Gustavo Báez.

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