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La finca del pequeño productor y su familia tiene que ser una unidad económica rentable y una opción ambientalmente válida que favorezca el arraigo familiar; el trabajo digno de la familia que toma conciencia del valor de los recursos naturales, como suelo, agua, los árboles, la flora y fauna, gracias a los que puede lograr su sustento alimenticio; y contar con una fuente importante de ingresos, por la venta de excedentes naturales o transformados. Por otra parte, la seguridad alimentaria y, dentro de ella, la producción orgánica tienen en este sector productivo una de las claves reconocidas, incluso, por los organismos internacionales, con el fin de hacer frente a la producción de alimentos para una humanidad que demanda cada vez más qué comer y sigue creciendo en número.
SUSTENTABILIDAD Y DIVERSIFICACIÓN
El concepto de sustentabilidad productiva se basa en que la pequeña familia rural tipo pueda vivir planificando con registros y desarrollando sus actividades con un enfoque silvo-agropecuario o agroforestal, en los cuales, de acuerdo a las condiciones y posibilidades de la zona, se dedican pequeñas parcelas a cultivos agrícolas competitivos de sustento y renta; a rubros pecuarios menores, como aves, cabras, cerdos; especies forestales nativas y exóticas; a apicultura, piscicultura, así como a diversas actividades de conservación o transformación artesanal; e, inclusive, al turismo ecológico. Y en esta combinación y alternancia de actividades productivas radica el concepto de diversificación productiva, que hoy cobra una mayor vigencia e importancia ante el creciente deterioro del ambiente por la deforestación y contaminación, y por las consecuencias del cambio climático que se acentúan por la acción del hombre.
DESAFÍOS
Pero la realidad es otra. Hace falta dignificar el trabajo del pequeño productor y la mujer rural. Es necesario dotarles de la asistencia técnica y tecnología accesible (riego, media sombra, invernaderos, sembradoras) que les permita producir más y mejor; que les dé la oportunidad de asociarse e integrarse a las cadenas de competitividad productivas en las cuales el país tiene reconocidas ventajas, como ser, granos, carne, hortalizas, ka’a he’ê; plantas aromáticas y medicinales; sésamo, chía, algodón, yerba mate, azúcar orgánica. Pero esto requiere un trabajo interinstitucional público-privado serio y eficiente con continuas actividades de capacitación y seguimiento integral, acciones que promuevan la implementación de las buenas prácticas agrícolas (BPA) como sistema de producción que permite obtener alimentos inocuos y de calidad, con posibilidades de certificación para la exportación. Y ello acompañado del uso racional de recursos naturales y forestales, y el cuidado del ambiente, el uso de prácticas agronómicas conservacionistas: utilización de abonos verdes, rotación de cultivos, sistemas agroforestales, entre otros.
(*) Especialista en Comunicación Rural.