Adiós a la Dueña del Boom

Había nacido en un pequeño pueblo de La Segarra, vieja comarca de Lérida cuyos prados se empaparon de sangre por las batallas entre sarracenos y cristianos durante la Edad Media y en el cual el tiempo parece hoy detenido entre restos de caserones y castillos, onduladas llanuras cubiertas de cereales, bosques, solitarias colinas y pequeños núcleos urbanos que conservan aquel «sosiego» de otras generaciones. Con la agente literaria más importante del siglo XX, se termina toda una época.

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«¿Y qué voy a decir sobre ella en este momento? La importancia de su labor por el mundo editorial fue ingente. Hay un antes y después de Carmen Balcells en nuestro universo», escribió en estos días Juan Marsé (que también cuenta: «Hace una semana le entregué mi última novela, que va de la memoria, y que por eso se titula Esa puta tan distinguida… La puta es la memoria, claro»). «Antes no se conocía a los autores», añade Marsé, «no se les tenía en consideración».

En las cerca de seis décadas durante las cuales construyó una de las agencias literarias más potentes del mundo, fue una pionera en el mundo del libro al implantar las cláusulas de cesión por tiempo limitado de derechos y además, entre otras cosas semejantes, su división en derechos electrónicos o por adaptaciones al cine o al teatro o televisión, etcétera, con lo cual puso punto final a la tradicional situación de inferioridad, en este sentido, del escritor en el mercado editorial en lengua castellana.

Eso, con una mano. Con la otra, tomó bajo su protección a autores que son fundamentales hoy, cuando era prácticamente desconocidos aún, como Gabriel García Márquez o Mario Vargas Llosa, de modo tal que pudieran dedicarse solamente a escribir, y se convirtió, de esa manera, en la artífice del «Boom» literario latinoamericano.

De hecho, en 1965 hizo un periplo durante el cual contactó con la mayoría de los que luego conformarían el «Boom», y supo ver en ellos la mina de oro que no dejaría de explotar para su beneficio y el de ellos, sus clientes (así como, me podrán decir, de los lectores), hasta el pasado lunes, hace menos de una semana.

En términos simples, cuando Carmen Balcells se inició en el sector editorial, se encontró con que tenía ante sí un campo prácticamente virgen si decidía dedicarse a defender los intereses de los escritores; en especial los de aquellos que personalmente creía que tenían valía literaria y que, según astutamente observaba, no podían dedicar todas sus energías a desarrollar dicha valía por tener que preocuparse de cuestiones materiales (por poner un caso sobradamente célebre, para reclutar a su último premio Nobel, Mario Vargas Llosa, lo fue a buscar a Londres y le ofreció en préstamo, de su propio bolsillo, los quinientos dólares que necesitaba mensualmente el escritor peruano para sobrevivir sin pensar en otra cosa que en su obra. A condición de que se dedicara a escribir y de que terminara una novela, que se tituló Conversación en la Catedral).

Para muchas generaciones de escritores, desde los años sesenta, ser «fichado» por Carmen Balcells se convirtió, de esta manera, en un delicioso sueño, más o menos remoto, o cercano, una especie de accesible, o imposible, según la fantasía, las capacidades o la confianza de cada cual, pase para una estadía vitalicia en la sucursal literaria del paraíso. La agencia de «la Balcells» fue, de este modo, una suerte de moderno mito libresco que, en relativamente discreto, pero de ningún modo invisible, traje, cruzó el mundo intelectual de las últimas seis décadas.

En 1962, Carlos Fuentes publicó La muerte de Artemio Cruz; en 1963, Mario Vargas Llosa ganó el Premio Seix Barral con La ciudad y los perros y Julio Cortázar publicó Rayuela; en 1965, José Donoso publicó El lugar sin límites; en 1966, Vargas Llosa, encore, ganó el Premio Rómulo Gallegos con La casa verde; en 1967, Gabriel García Márquez publicó Cien años de soledad. El «Boom» latinoamericano estaba servido: solo faltaba alguien que lo descubriese, y ese alguien fue Carmen Balcells, cuya agencia literaria no dejó de crecer desde entonces.

Quizá cuando la inauguró, a los veintipocos tacos, esta catalana de Lérida no se imaginaba que llegaría a «fichar» a los «jugadores» más famosos de su tiempo, por decirlo así, id est, a reclutar a los escritores más importantes de su época en lengua española –Rafael Alberti, Camilo José Cela, Manuel Vázquez Montalbán, Eduardo Mendoza, Joan Marsé, José Donoso, Mario Vargas Llosa, Alfredo Brice Echenique, Luis y Juan Goytisolo, Gabriel García Márquez, Augusto Roa Bastos, Ana María Matute, Carlos Fuentes, Juan Carlos Onetti…–.

Las décadas de 1970 y 1980 fueron de gloria para esta poderosa agente literaria: Marsé, por ejemplo, ganó el premio Planeta en 1978; Juan Carlos Onetti ganó el Cervantes en 1980; y García Márquez y Camilo José Cela ganaron el premio Nobel, respectivamente, en 1982 y 1989...

Y pensar que todo comenzó con la visita de un empresario brasileño que quería encontrar un editor en portugués y que la llevó a conocer al rumano Vintila Horia, que tenía una agencia literaria en Madrid, Acer. Ella le haría la representación en Barcelona. Cuando el escritor ganó el Goncourt y se instaló en París, Carmen Balcells se quedó con su cartera de escritores, se estableció por su cuenta y en pocos años cambió completamente el mapa internacional de la edición imponiendo contratos a favor de los autores al tiempo que comenzaba a edificar un verdadero imperio que, desde su despacho barcelonés de la Diagonal, dirigió en persona hasta su muerte, ocurrida hace unos días, el pasado lunes.

Había nacido hace ochenta y cinco años en un pequeño pueblo de La Segarra, aquella vieja comarca de Lérida cuyos prados se empaparon de sangre por las batallas entre sarracenos y cristianos durante la Edad Media y en el cual el tiempo parece hoy detenido entre sus antiguos restos de fortalezas, murallas, caserones y castillos, sus onduladas llanuras cubiertas de vastos cultivos de cereales, sus bosques umbríos, sus solitarias colinas y todos sus pequeños núcleos urbanos, que conservan aquel memorable «sosiego» de los días de otras generaciones.

En medio de los nuevos retos de nuestro siglo XXI para el futuro del libro, de las actuales y problemáticas adaptaciones, reinvenciones y metamorfosis de las figuras de las agencias y de los agentes literarios y de sus funciones, a nivel global, y, en suma, de la inevitable crisis de un sistema editorial y de un mercado, que, tras su máxima expansión, se enfrenta ahora a la complejidad creciente que introducen en el mundo de las letras y en la industria literaria las numerosas y muy diversas repercusiones de la digitalización general de la experiencia contemporánea, por llamarla así, o, si se prefiere, de la ubicuidad del universo de internet y del auge de las nuevas formas de comunicación, con esta que fuera la agente literaria más importante del siglo XX se termina toda una época.

El funeral de la superagente mundialmente famosa fue en la pequeña iglesia románica, de una sola nave y ábside, de su pueblo, en la pequeña iglesia de Sant Pere; el entierro, tras una breve procesión seca y sobria por las pocas y estrechas callejas medievales de Santa Fe, fue en el cementerio del mismo lugar, su natal pueblo de La Segarra; blancos muros encalados del camposanto, breve Padrenuestro, y basta. Como en los viejos tiempos. Adiós a Carmen Balcells, la «Dueña del Boom».

juliansorel20@gmail.com

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