Escenas birmanas de la vida del Buda

Dentro de las grandes tradiciones de manuscritos iluminados en Oriente y Occidente, los parabaik de Birmania están probablemente entre los menos conocidos en nuestro medio.

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En la British Library de Londres hay tres manuscritos birmanos ricamente ilustrados sobre «La vida del Buda». Son parabaik, libros plegables en los que se suelen representar contiguos en el espacio los hechos sucesivos en el tiempo conforme a una antigua convención iconográfica propia de tradiciones tanto orientales como occidentales aunque hoy generalmente en desuso, por lo que los hechos expuestos así parecen, a nuestros ojos, simultáneos.

En el relato tradicional que recrean estos libros, antes de concebir al príncipe Siddhartha, la reina Mahamaya soñó que un elefante blanco con una flor de loto blanca en el tronco entraba en su vientre, y los brahmines supieron por ese sueño que tendría un niño que se convertiría en el soberano de todo el universo, el Buda iluminado.

El hijo del rey Suddhodana nació el día de la luna llena –viernes– del mes de Kason –mayo– hacia el año 563 antes de nuestra era en Lumbini, en el bosque de Himavanta, en las colinas del Himalaya. Ocho brahmines eligieron para él su nombre, Siddhartha, «El que ha logrado su propósito».

El rey Suddhodana solo deseaba que su hijo Siddhartha fuera su sucesor en el trono y rey de los sakyas. Cuando el príncipe cumplió dieciséis años, desposó a su prima, la princesa Yasodhara. Pero un día, ya en el ocaso de sus mocedades, a los veintinueve años de edad, cuando iba al jardín real, Siddharta vio por el camino lo que conocemos desde entonces como «las cuatro señales»: un anciano, un enfermo, un cadáver y un asceta, y, horrorizado, descubrió la vanidad de la juventud, de la salud y de la vida, bienes inciertos y mudables que en cualquier momento pueden desaparecer como si nunca hubieran existido, y comprendió que para salir de este mundo sufriente del samsara hay que buscar el camino correcto y, una vez encontrado, seguirlo a toda costa.

Por esos días su esposa, Yasodhara, dio a luz a Rahula, su primogénito, y el príncipe Siddhartha temió que su hijo estorbara su búsqueda. Tomó una decisión. Ordenó a su ministro Channa que ensillara su caballo Kanthaka, dejó todo atrás y partió en busca de la Verdad.

Cuando, más adelante, Siddhartha ordenó a su auriga que volviera al palacio con su caballo, Kanthaka se negó a regresar sin él, su amigo y jinete, y murió de dolor.

El príncipe Siddhartha, con un cuenco de limosnas, comenzó su vida de mendigo errante. Cuando el rey de Magada lo supo, le ofreció, admirado, su reino de Rajagaha al Bodhisatta. El Bodhisatta rechazó su obsequio y explicó al rey que había roto todos sus lazos con el mundo porque quería liberarse de su engaño.

Siddhartha alcanzó la iluminación a los treinta y cinco años de edad. El Buda pasó a partir de ese momento el resto de su vida enseñando el Dhamma, el camino de la rectitud, a sus discípulos. Nunca enseñó nada que no hubiera visto y conocido directamente, por sí mismo. Octogenario ya, sufrió un ataque de disentería en Kusinara. 

Consoló a su seguidor Ananda, que estaba llorando amargamente, llamó a sus demás discípulos y los instruyó para que siguieran trabajando con diligencia en su salvación. 

Y entonces el Buda entró en Paranirvana, de donde no hay retorno.

Son escenas de esta historia, la antigua historia de la vida del Buda, las que se encuentran representadas en los tres manuscritos birmanos que guarda la British Library de Londres. En una de las dos páginas plegables reproducidas aquí –la de abajo (B)–, vemos La Gran Partida: a la izquierda, el príncipe Siddharta mira por última vez a su esposa, que duerme, y a su hijo recién nacido; al lado, sale de palacio mientras los dioses ponen las manos bajo los cascos de su caballo para que el sonido de sus cascos no despierte a los que duermen en el palacio y la ciudad. En la otra página aquí reproducida –la de arriba (A)– vemos El Milagro del Árbol de Mango: el Buda recibe un mango seco, pide que lo planten y lo rieguen y de inmediato surge de la tierra enorme árbol de mango cargado de frutas y flores.

Los parabaik, antiguos manuscrito birmanos plegables, se hacían con láminas de un papel muy resistente, grueso, basto, llamado «sa», que se fabricaba con diversos materiales, sobre todo con bambú, corteza de morera, paja de arroz y diversas hojas. Estas láminas se unían para formar una tira larga que se plegaba como un acordeón, de una a sesenta y cuatro veces; el número de los pliegues permite hasta hoy clasificar los parabaik en siete distintos tipos. Con las páginas iniciales y finales, se armaban las tapas del libro, endurecidas a golpe de pinceladas de la densa laca negra que se extrae del árbol llamado «thitsi» (Melanorrhoea usitata, por su nombre científico). Como se puede observar en el borde inferior de las imágenes, la escritura en los parabaik sumaba a su fin utilitario una función estética. Una feroz alegría de vivir se refleja en el derroche de riqueza visual de estos libros singulares. La desmesura, ese rasgo asociado tradicionalmente al mundo oriental, refuerza tanto lo fabuloso como el misterio y la densidad simbólica de las narraciones mitológicas en estas escenas. La poderosa fantasía de la cultura birmana, poco conocida en nuestro medio pese a lo fascinante de sus expresiones, hace de estos libros raros verdaderas golosinas, y no solo para los bibliófilos –por otra parte, como dice la frase atribuida al Aquinate, «Timeo hominem unius libri». Nunca habrá sido más oportuna–.

juliansorel20@gmail.com

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