Gimnasia sueca

El año pasado sin Literatura y este año sin Premiación, podría subtitularse esta nota sobre la peor crisis en los anales de la Academia de Estocolmo, una historia de acosos y subsidios acabada este 2018 estéril con la promesa de entregar dos Nobeles a fines de 2019.

Busto del químico sueco Alfred Bernhard Nobel, creador de los premios anuales que llevan su nombre.
Busto del químico sueco Alfred Bernhard Nobel, creador de los premios anuales que llevan su nombre.Gentileza

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De todas las Academias de Letras de la tierra, la más conocida es la Academia Sueca. Desde 1900, adjudicó cada año el Premio Nobel de Literatura: un millón de dólares (y la fama universal), asegurados en el testamento de Alfred Nobel, humanista inventor de la dinamita. En este 2018, una explosión sin fuego ni municiones mutiló a la Academia de Estocolmo. Un escándalo sexual que culminó en la expulsión de una poeta muy arcaizante pero muy cool, la académica Katarina Frostenson. Y en varias renuncias que se precipitaron en desordenado efecto dominó. La Academia boreal, que en 2017 había preferido premiar a un cantautor ya multimillonario, el norteamericano Bob Dylan, este año se abstendrá de premiar siquiera a un no-literato, hasta que se reorganice. Como en diversos juegos de azar, el pozo crecerá para quien se alce con el Nobel 2019. Y el año que viene, anunciaron, habrá dos laureados: si son dos los o las cantantes, podrán hacer un dueto en la ceremonia de entrega.

Aunque no siempre venerada, a la Academia holmiense no faltan los atributos propios de una institución venerable. Es dos veces centenaria, y se acerca ya al cuarto de milenio de antigüedad. Fue creada en 1786 por el rey Gustav III de la dinastía Holstein-Gottorp, en estricta observancia del riguroso patrón neoclásico de la parisina Académie Française. Pero, gracias a su misión anual de escoger al Premio Nobel de Literatura, es más célebre que su modelo, y por cierto mucho más que otra afrancesada, la madrileña Real Academia Española consagrada por el muy borbónico y flamante monarca absoluto Felipe V en 1714. A pesar de que en Estocolmo las asentaderas académicas solo calientan dieciocho sillones, frente a las cuarenta de París y las cuarenta y seis de Madrid.

Cada año, esos dieciocho sillones suecos entregan el millón de dólares del Premio –la cifra puede variar, casi siempre para arriba– al «autor de la obra literaria más notable de inspiración idealista», según la fórmula testamentaria Nobel.

La Sueca es la más conocida de las Academias. Pero no la mejor conocida. No solo por los esquivos mecanismos de premiación, senderos bifurcados, de dudosa jardinería, unas veces tortuosos, otras caprichosos. En este 2018, salieron a la luz los hechos que había detrás de acusaciones de abuso sexual: iluminación cruel, pero no engañosa, que dio en las caras de los dieciocho académicos que, según la divisa de la institución, deben regir su vida y su arte «por el Talento y por el Gusto» (Snille och Smak, en sueco).

Hace menos de un año, el Dagens Nyheter, cotidiano de Estocolmo y mayor diario de Suecia, publicó declaraciones acusatorias de dieciocho mujeres que afectaban el prestigio de la Academia Nobel. Dieciocho víctimas mujeres: el doble que los nueve miembros varones con que cuenta hoy la Academia sueca, más única que rara en su igualitarismo genérico simétrico.

El presunto acosador sexual de las dieciocho, sin embargo, no era un académico. Era el marido de una académica de 65 años, traductora de Duras y de Bataille, caballera de la Legión de Honor francesa. Katarina Frostenson escribe prosa lírica y elegíaca. Su libro más leído es Historias de ellos (Berättelser från dom, 1992). Son poemas en prosa sobre la vida de una etnia o nación muy desdichada, que, sin Academia de la lengua, agoniza y agoniza, porque ha perdido su idioma, que, sin embargo, Frostenson inteligentemente reconstruye. El cónyuge de la diligente reconstructora es el fotógrafo y escritor francés Jean -Claude Arnault. Los delitos de los que se lo acusa, algunos prescritos, todos encubiertos por la Academia holmiense, fueron cometidos entre 1996 y 2017 en Estocolmo, donde dirigía el Forum –un centro de exposiciones subvencionado por la Academia Sueca que «marcaba tendencias»– y en París, en un lujoso departamento céntrico –también propiedad de la Academia del Nobel–.

Conocidas las acusaciones, la secretaria perpetua de la Academia (el cargo más alto de la institución letrada) suspendió los subsidios en coronas al acusado y encargó a un estudio de abogados que investigara el affaire. Sara Danius es profesora universitaria, especialista en estética, en fotografía, en Walter Benjamin y en Marcel Proust. Y crítica literaria del Dagens Nyheter, el diario que publicó los testimonios contra el fotógrafo francés marido de académica y beneficiado por la (su) Academia.

No todos los ni las académicas encontraron satisfactorio el informe del bufete de abogados. Las sesiones de la institución se sucedieron, cada vez más tumultuosas. Y nuevos informes paralelos denunciaron a la Secretaría de la Academia. Acusaron a Danius de haber perdido el tiempo, de no haber buscado jamás ese tiempo perdido, de haber conocido los hechos de la acusación y de haberlos encubierto antes que reencontrado. Los nuevos informes también insinuaron que el escritor, fotógrafo y galerista francés traficaba influencias que habían determinado o torcido diversas premiaciones, entre las que no faltaron ni el bufón italiano Dario Fo ni el cantautor Bob Dylan.

El 5 de abril se votó la expulsión de la poeta abanderada de las etnias sin Academia. Los votos no alcanzaron, pero Frostenson renunció el 12 de abril. Ya habían renunciado el 6 de abril tres miembros varones de la Academia: el historiador pop Peter Englund, anterior secretario perpetuo, el narrador Klas Östergren (autor de las novelas dickensianas –o galsworthyanas– Gentlemen y Gangsters, sobre complots, encubrimientos y mujeres fatales) y el novelista e historiador de la literatura Kjell Espmark. Durante 17 años, Espmark había dirigido el comité del Premio Nobel de Literatura: «Desde que miembras eminentes de la Academia colocan la amistad por sobre la responsabilidad y la integridad, no puedo participar más de sus trabajos», comentó este ilustre narrador y crítico a la prensa internacional.

Técnicamente, antes que renunciar al sillón académico, estos académicos anunciaron que no participarían más de sus trabajos. Por definición, el sillón es irrenunciable: como los franceses, los académicos suecos, más que de vitalicios, son tratados de «inmortales». El 12 de abril votaron «agradecer» a Sara Danius su actividad como Secretaria Perpetua, que ejercía desde casi un lustro atrás; ella sí anunció que abandonaba su sillón, algo que por reglamento tampoco puede hacer, desde luego. El 13 de abril nombraron un secretario perpetuo ad interim, el crítico literario post-estructuralista Anders Olsson, académico desde 2008 y figura clave como difusor en Suecia del pensamiento y la actividad deconstructiva.

Como los sillones son irrenunciables y se necesitan 12 sobre 18 académicos activos para la activación del Comité Nobel, solo hay una opción: la reforma constitucional. El septuagenario monarca Carl XVI Gustav reformó las normas y permitió la muerte en vida de los inmortales. Aceptadas sus renuncias, los sillones académicos pueden ahora encontrar nuevas asentaderas y escoger nuevos cantautores o cantaoras. Es dudoso que las premiaciones modelo 2019 sean repudiadas. Pocos declinarían al honor, como lo hizo Jean-Paul Sartre. «No tengo por qué aceptar un Premio de Literatura de 18 señores que escriben pésimos libros», escribió medio siglo atrás, en 1964.

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