Grandiosa novela: Chico Bizarro y las moscas, de Mónica Bustos

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Cuando una crítica literaria es buena –digo, dicen, es un decir— ha de sustraerse al sentimiento. El crítico ha de ser objetivo y abandonar cualquier expresión subjetiva o afectiva. Si no obra desde este planteamiento, su análisis se resentirá y perderá su finalidad profesional: ser un vehículo de comunicación analítica entre la obra y el lector. Con Chico y Bizarro y las moscas no es posible dejar la subjetividad a un lado. La novela de Mónica Bustos nos atrapa de tal forma que resulta imposible detener su lectura. El lector la iniciará y, aunque incluso no piense en su argumento, quedará secuestrado de inmediato por el poderoso discurso monologal de Chico Bizarro. Es que estamos ante uno de esos libros cuya lectura se inicia y ya es imposible abandonarla incluso para cumplir con necesidades fisiológicas humanas: comer o dormir.

Se sostiene en un texto articulado sobre una aparente espontaneidad y el fragmentarismo derivado de los vaivenes de la memoria del narrador-protagonista. Un aparente desorden. Pues nada está más lejos de ello: la novela atrapa gracias precisamente a un orden interno donde una secuencia va unida a la anterior, deriva hacia una contigua sin una vinculación clara pero con algún anclaje argumental. Todos los lectores de la novela hablamos de la traslación literaria de un discurso heredado de la fuerza cinematográfica de Quentin Tarantino, un director admirado por la autora. Pero nos quedamos cortos porque el carnavalesco discurso fílmico de Tarantino no tiene fácil traslación literaria, salvo en lo grotesco o el flash continuo de secuencias, muchas de ellas desmesuradas, y Mónica Bustos lo supera hasta darle mayor fuerza en imágenes novelescas.

Hay varios factores de necesaria toma en consideración como marco cartográfico de la novela:

1)Desde lo paraguayo se construye lo universal.

2)Desde lo más oculto pero visible, la delincuencia, se vehicula la descripción de la sociedad paraguaya actual. Estamos ante una representación global del submundo urbano del siglo XXI.

3)Su discurso no sería posible sin el sostenimiento de las dos formas artísticas más populares en el siglo XX: la música pop y el cine.

4)El delirante pensamiento del protagonista expresa la frustración individual y social característica de nuestra época.

5)El carácter traslaticio del discurso manteniendo su referencialidad y su narratividad.

6)La reivindicación de una manera de narrar, si no nueva, sí en los cauces de la reivindicación de la autonomía del discurso literario y su vitalidad.

7)Unificación de distintos registros y estilos, hasta la conformación de un texto “democrático” donde se bañan lo culto y lo popular hasta su mezcla y confusión. Se reivindica así una cultura juvenil donde no hay diferencias entre culturas.

Pero algunas de estas cuestiones pueden sonar a académicas; a dogmas de experto. Aclarémoslas.

Chico Bizarro es un delincuente. Está acostumbrado a la consecución de sus propósitos. Sus trabajos sucios son muy valorados y no le faltan nunca contratos. Pero no puede conseguir lo que más ansía: el amor de Soledad. Le ocurre como al mariscal López con Pancha Garmendia: con poder y dinero, se puede comprar todo menos el corazón. De hecho, el subtexto que sostiene la novela y le da el hilo de la continuidad es el continuo anhelo hacia Soledad. Ahí es donde el disparatado discurso de Chico se detiene, gira y se vuelve sentido y romántico: se pasa del cinismo a la ternura, porque en realidad se discurre desde lo delincuencial a lo sentimental. Ese nido de amor soñado “junto al lago azul de Ypacaraí” es el “Rosebud” de Orson Welles en Ciudadano Kane. El propio Chico reconoce que “mi vida ha resultado ser una asquerosa obra maestra”.

Y así es: una vida “ejemplar”, con un ascenso social progresivo merced a la delincuencia. A su alrededor giran personajes que parecen extraídos de Freaks. La parada de los monstruos, aquella película de los años treinta del siglo XX repleta de seres deformes y oligofrénicos. Tarantinianos, de acuerdo, sobre todo en el uso disparatado de la violencia, pero también con taras físicas y psicológicas. Quizá el más simbólico sea Artimis, el artista fracasado que alcanza el éxito gracias a que los marcos de sus cuadros transportan droga: al éxito por medio de la delincuencia, así se consiguen logros en esta sociedad. Muy llamativos son los siameses Gervasio, el izquierda y el derecha, siempre compartiendo mundo hasta que descubren el amargo problema de la soledad, o los Niños Cotonetes, alicatados albinos que representan un nuevo modelo de delincuencia que rompe con el pasado histórico, como simbólicamente representa la escena donde el narrador comenta que juegan a la ruleta rusa con un revólver del mariscal Estigarribia. El Béseler que muere sin haber publicado una sola obra a pesar de haberse pasado la vida escribiendo, mientras Élmer se muestra como la antítesis de Chico, por su escasa inteligencia a pesar de ser diez años mayor que él. Entre ellos discurren personajes reales de la historia y el presente paraguayos, como el propio Roa Bastos (con referencias a sus últimos años de existencia) o el dictador Francia. Una novela de voces variopintas, distintos estilos (recordemos las cartas infantiles a Fidel Castro) que no llegan a ser corales pero sí dan un tono polifónico a la melodía única: todas se unifican bajo el tenor solista Chico Bizarro. Estamos por tanto ante un discurso fragmentario que discurre por el apogeo de su actividad delincuencial (comienzo in medias res) para ir volviendo hacia el pasado, al mejor modo del Tarantino de Pulp Fiction, y encontrar la raíz de su infelicidad. Y todo ello para ser crónica del presente.

Por el argumento van pasando personajes entre lo grotesco y lo sobrio, aunque predominen sus historias a veces absurdas y herederas del realismo mágico. Pero cuidado porque no se está reivindicando ningún movimiento literario: está defendiéndose la fantasía narrativa. Las lecturas citadas son Kafka y García Márquez (curiosamente lo lee la madre de Chico), un cóctel explosivo porque para Bustos todo lo bueno vale y todo es útil. La autora posee una grandiosa inventiva y la despliega sin autocensura. Si ha de describir una escena desagradable, lo hace sin más prejuicios, de la misma manera que muestra una sensibilidad exquisita para dibujar los sentimientos amorosos profundos de ese neorromántico llamado Chico Bizarro. Ahí radica la sorpresa de la novela: en el grácil contorneo de un rico y variado discurso. Es la causa por la que empezamos a leerla y no pararíamos hasta acabarla.

Una estructura fragmentaria, quebrada como le llaman algunos, no está reñida con un orden. Por esta razón, Mónica Bustos ha creado sus capítulos y les ha dado un nombre de movimiento artístico o estético, sobre todo de vanguardia: por este orden, Cubismo, Dadaísmo, Arte Conceptual, Surrealismo, Romanticismo, Vorticismo, Minimalismo, Pop Art, Impresionismo, Expresionismo Abstracto y Neocubismo, que cierra ese discurso inicial, con lo cual del Cubismo se pasa al Neocubismo, dado que el arte también ofrece un sentido circular a lo largo de su historia, no solo los sucesos, como defendió Borges para su literatura. Siempre hay cierta relación semántica con el contenido narrativo: en “Romanticismo” se desarrollan las secuencias de acercamiento amoroso de Chico hacia Soledad, donde él le dice: “Te puedo matar. Quemar. Violar. Puedo hacerte todo lo que quiera, porque tengo dinero y poder. Y no te hago nada de eso, ni lo voy a hacer jamás, porque yo te amo” (p. 153). Un romanticismo muy bruto pero romanticismo al fin y al cabo: esa rudeza causa de su éxito en el Paraguay pero también de su frustración sentimental.

Si tenemos que destacar por su originalidad un capítulo, este es “Vorticismo”. Extensísimo, de setenta y ocho páginas de pausada lectura dado que no existen pausas gráficas en su escritura. Pero en realidad las pausas vienen marcadas por el propio sentido del discurso. Cuando nos damos cuenta, estamos parando la lectura donde gráficamente debería haberse puesto un punto o una coma. Curiosamente, el capítulo más largo para el movimiento estético de menor vida de todos con los que la autora titula sus capítulos, el vorticismo, pero también donde mejor se intenta expresar con una frase corta una imagen. Pero nuestra sorpresa crece cuando vemos que el siguiente capítulo se titula “Minimalismo” y apenas ocupa una línea con una disposición tipográfica in crescendo muy sugerente. Y nos dejamos para deleite del lector la nota final.

Rubriquemos con la fuerte presencia de la cultura popular juvenil, la cultura pop se manifiesta en la inclusión de letras de temas de Michael Jackson o Abba, así como del grupo argentino Soda Stéreo. Entre el discurso del personaje merodean estas letras del pop, como en la vida real resucitan en nuestra memoria ante un estímulo. Esta presencia viene aderezada por la presencia del folklore paraguayo, así como de sus mitos vivos en la raíz popular aunque no se expliquen en la vida actual. Son esas circunstancias de la vida real las que conforman la novela; se habla poco de política, pero se advierte la realidad política del país; no hay peroratas históricas, pero se explica el presente mirando un poco a la historia paraguaya; no hay costumbrismo, ni siquiera juvenil, pero esas costumbres están descritas para retratar la vida actual. Estamos por tanto ante una novela del Paraguay real, del Paraguay vivo, pero también del universo humano real porque la historia de Chico Bizarro, a pesar de estar muy implicada en su país, no deja de tener un sentido de mostrar lo local sin muros, como definió el gran escritor portugués Miguel Torga a lo universal en la literatura. El mundo latinoamericano ya no está lejos de la cultura universal dominante.

¿Se da cuenta Vd. de que apenas he hablado de la autora? ¿Para qué hablar de ella si ya habla su novela lo suficiente? Una autora de veintiséis años ganadora del premio Augusto Roa Bastos en 2010, organizado por la editorial Alfaguara en Asunción. Todo el mundo se sorprende de la edad de la autora, cuando no debería serlo si uno piensa en que Lord Byron o Larra presentan sus mejores composiciones cuando tenían “veintipocos” años. Ahora parece que solo se pueda conseguir una gran novela después de doce tentativas y a partir de los cincuenta años de edad. Nos debe resultar indiferente su juventud cuando la obra creada es inmensa, extraordinaria y digna de quien tiene una capacidad innata y una formación precisa del significado de la narratividad: Bustos tiene claro que no ha de contar lo que ella quiere, sino lo que su personaje desea. De esa forma, construye su Chico Bizarro, que pasa ya en letras grandes a la historia de los personajes literarios paraguayos, siguiendo a los Miguel Vera, Félix Moral o Francia, de Augusto Roa Bastos, o el Gilberto Torres de Gabriel Casaccia.

Todo es mejorable. Pero difícil lo tiene Mónica Bustos para mejorar esta novela, por la solidez de su discurso, su desarrollo argumental fragmentario pero muy bien trabajado, y el manejo magistral de distintos registros culturales y lingüísticos. Y paro porque no tengo más espacio disponible. Pero tengan presente que no será la última vez que escriba sobre esta estupenda novela que marcará época y estilo. Espero que no solo en Paraguay. No saben lo que se perderán los lectores de los países adonde no llegue esta novela.

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