José Ele y el carro de Tespis

Dos curiosas coincidencias entre la risa y el crimen. El 25 de octubre de 1970, el público entra en pánico y una función, con José Ele entre otros, se suspende porque se acaba de perpetrar un homicidio cerca del lugar, y el 27 de octubre de 1984, otra vez José Ele y los herederos de esa antigua rencilla se citan con la muerte el mismo día.

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Aunque usted no lo crea, pese a ser un grande del humor, casos desdichados nos unen a la memoria de José Ele. Voy a referirlos aquí porque vale la pena que conozcan estas cosas raras.

La noche del 25 de octubre de 1970, los pacíficos hermanos Rubén y Anselmo Zapata, ambos, de profesión, faenadores, de la matadería de Ypacaraí, apuñalaron, en una partida de chinchón con ronda de caña y viejas querellas de clanes familiares, al «Siete Aguai», príncipe Chaparro.

Chaparro, que acababa de retornar de la Argentina, a donde viajó para trabajar y comprar un revólver, había ultimado antes a tres tahachi en una pista de baile de Cerro Verá, Pirayú. Una de sus víctimas era primo de los mencionados hermanos Zapata. Y este primo, a su vez, había asesinado antes a un comisario, tío del extinto, por tener ese apellido.

El sitio del sangriento caso no estaba lejos de cierto escenario hecho de tablones montados sobre tambores, al costado del oratorio Santa Rosa del barrio de igual nombre, ante el cual esa noche un público entusiasta esperaba ansiosamente la velada con José L. Melgarejo, además de las actrices Dora y Elba del Cerro, Máxima Lugo, Blanquita Villalba, el conjunto musical de Aníbal Lovera, Ramón Gamarra; o sea, la Fiesta Folclórica Campesina de ZP 7 Radio Guaraní.

La función se suspendió porque el público, lleno de pavor, se desbandó para siempre en la noche.

Eso malogró para algunos la última oportunidad de ver al famoso cómico y músico, que poco después, en 1974, sufrió una trombosis cerebral, que fue superada pero lo alejó de toda actividad.

Según relatan, José Ele aparecía nomás en escena y la gente se mataba de risa. Estaba ahí, sin decir palabra, y la diversión se daba por descontada, en una materia de sortilegio, insólita.

En la niñez, seguíamos sus audiciones por ZP 1 Radio Nacional, a las 12:45, después de la cadena oficial de radioemisoras. Desarrollaba en ellas chispeantes diálogos en guaraní y en yopará con su hijo Juancito, que era algo así como un escudero. O desataba su innata capacidad de monologuista, precursor del stand up, prestidigitador de las palabras. A veces cruzándose con el no menos insigne rabelero invidente Roquito Mereles y su lazarillo, Anselmo Orué, que llegaban de otra época, de una época de tonadas sobre cruentas asonadas y enamorados de mujeres bellas pero maléficas.

En estos días, gracias a su nieto Luis, han caído en nuestras manos unos ajados cuadernos escritos con pulcra caligrafía por el propio José Ele. Contienen comedias, sketches, parodias y reveladoras notas sobre el arte popular. También un casete, con su canto copiado de un crepitante y melancólico disco 75 RPM, material fácil de desmigajarse en el olvido. Están en él, por ejemplo, su antológico vals jocoso El zoológico, en el que imita pajaritos y animales del bosque, o la polca Rohenoika, ndaipotái reju (Te mando llamar, no quiero que vengas), una joyita de lo absurdo. Y, además, contratos e ingenuos afiches y programas de las veladas que podrían figurar en la mejor exposición de arte naïf. Y una libreta de almacén de barrio con olor a kerosén y yerba.

José Leandro Melgarejo nació en San Lorenzo del Campo Grande el 13 de marzo de 1897. Se interesó por la armonía, y en 1928 formó parte de la orquesta de Teófilo Ochoa, en la Compañía Boquerón, en Caazapá, tierra de gentes que llevan bajo la piel las uñas de los pies de los angelitos y son, por tanto, inmortales. Tocaba el bajo chancho, alternando con la improvisación, modalidad que concibió sin querer, representando al «karai agraciado».

Al poco tiempo, fundó su agrupación en Ñemby, con la que, hasta 1930, tocó en los más inverosímiles acontecimientos, como el velatorio de un caudillo que llegó a cumplir 117 años, 11 meses y 29 días, aunque no pudo llegar a los 118, como era su propósito de fanático liberal. En la Guerra del Chaco, a pesar de haber sobrepasado la edad para alistarse, decidió presentarse como voluntario, y entró en el acantonamiento número 1, hoy Estadio Defensores del Chaco, integrando la orquesta Comanchaco, dirigida por Herminio Giménez, con el mago del avapaye, que hacía desaparecer el paisaje, según dicen, y con Agustín Larramendia, el dúo Pérez-Samaniego y Fidelino Castro Chamorro, por citar a algunos. Entre el fuego, andaba escribiendo sus mejores versos el poeta Emiliano R. Fernández. José Ele se volvió un humorista que hacía reír a los soldados en tan dramático trance antes de que tuvieran que cruzar la línea, ya con una sonrisa en los labios, como diciendo, «esto nomás pio es la muerte».

Al concluir la contienda, incursionó en la radiofonía, en Radio Prieto, en 1936. El teatro popular lo reclamaba, y estrenó en el Municipal piezas en castellano y en guaraní. En 1939, el presidente Félix Paiva lo convocó para un festival benéfico. Hizo un chiste, que no cayó bien, sobre el general Domingo Perón, en ocasión de su visita, y eso le valió ir preso. Fue en otro momento, en realidad.

Visionario con sed de horizonte, formó el conjunto Los Hijos del Pueblo, compuesto también por el locutor Manuel González Godoy y el mítico actor Jacinto Herrera, nuestro Humphrey Bogart. En 1940, la velada, representación artística condimentada con teatro popular, declamación, danza y música, andaba como sobre una cuerda floja, sin libreto ni nada, y no había red.

En 1945 fue el heroico viaje de Los Hijos del Pueblo, que comenzó el 2 de marzo y abarcó cuarenta pueblos. Partieron de Itá, siguieron por Yaguarón, Paraguarí, Roque González, Quiindy y, girando hacia Quyquyhó, bajo un diluvio, en el fango, tuvieron que contratar un boyero, con tres yuntas de bueyes y una carreta. Exploraron Misiones hasta Coronel Bogado, y en una precaria balsa cruzaron el Paraná hasta Posadas, Argentina.

Dicen que en aquellos trayectos, en los que se abrían camino con machetes, se encontraron con tigres a los que espantaron con el arpa. Y con la malavisión, como un largo y siniestro resplandor en lontananza. Y que hasta tuvieron que pedir paso a un misterioso caballero con armadura, yelmo, escudo y larga pica, según cuentan, pero eso es la imaginación popular, seguro.

Terminada la función, cargaban sus cosas en el carromato y amanecían en otro lugar sin nombre.

En San Ignacio el conjunto gustó tanto que, cuando ya no les quedaba nada qué representar, para solucionar el inconveniente salían uno detrás de otro, dando vueltas sin parar, y así por dos días continuados. Y la concurrencia, festiva, vestida de domingo.

Además de José Ele, otros héroes y heroínas de esos días son Juancito, su retoño, actor y animador, Máxima Lugo, Amalia Benítez, cantantes y actrices, el arpista Emilio Aguilera y el dúo de voces y guitarra Ramón Mendoza y Eulogio Ayala Recalde. Para llamar la atención, en las propagandas recurrían a impensados elementos; incluso recorrían las compañías montados en una vaca pintada de rosa. Los tomaban por lunáticos o aventureros, y después se encariñaban con ellos y los llenaban de regalos: quesos, cerdos, gallinas y hasta un caballo andaluz.

El 6 de enero de 1950 nace su programa Fiesta Folclórica Campesina, que comenzó y terminó en Radio Guaraní. José L. Melgarejo dejó de actuar en 1970, por su primera trombosis cerebral, y luego en 1976, por otras dolencias, pero tuvo tiempo de recibir el homenaje de la gente sencilla.

Rudi Torga, estudioso del teatro, dijo que José Ele había repetido la odisea de Tespis, un dramaturgo griego del siglo VI a.C. que fue obligado a recorrer los caminos con un carro, según la leyenda.

Falleció el 27 de octubre de 1984, a la avanzada edad de 87 años, en la misma fecha en la que, en Ypacaraí, el joven Patroncito Zapata, que había viajado a Buenos Aires para comprar un arma, arma que le falló en esa pelea, se enfrentaba con el tropero Nazario Chaparro, que lo degolló con una chaira para destajar reses. Dicen que vuelve cada año, en el aniversario de la tragedia, a jugar baraja con la cruz, y que hasta hoy jamás le ha ganado una sola partida al muerto.

jpastoriza.2008@gmail.com

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