Juan Ramírez Biedermann: Escribir la ciudad

Músico y escritor (así, en desorden: él mismo se rehúsa a establecer jerarquías, en su caso, entre esas dos caras de su perfil artístico bifronte), Juan Ramírez Biedermann (Asunción, 1976), fue durante un par de décadas, metamorfoseado en Zethyaz, la voz y la guitarra de la legendaria banda nacional de black metal Sabaoth, fundada a principios de la década de 1990, en la hoy vintage Asunción sepia de los cassettes y del walkman, y se inició públicamente en la literatura a comienzos de la década del 2000.

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Y por cierto, sobre la falta de jerarquías señalada, Sabaoth es un grupo cuyo tercer disco, el álbum conceptual Les Iluminations (2008), recrea la obra de los poetas malditos franceses. Un signo del conocimiento de las relaciones entre el rock y la literatura, o entre la música y la palabra, que definen en buena parte la producción de Juanma en ambas disciplinas.

Juan Ramírez Biedermann ha publicado, con auspicio del Fondec, el libro de cuentos Nobis (2007), y, con la editorial peruana Altazor, las novelas El fondo de nadie (2010) y Plegaria de penumbras (2011). Tiene un blog que el lector interesado puede visitar siguiendo este enlace: http://zethyaz.blogspot.com/, y en horario de oficina se convierte en abogado. Lo dulce y lo amargo de la aventura artística lo ha conocido tanto con el alfabeto como con el pentagrama, tanto al frente de Sabaoth, grupo pionero del black metal en Suramérica, como ahora, supongo, que acaba de regresar de la presentación, realizada en diciembre en la Universidad de Ottawa, de Plegaria y de dar allí, de paso, una conferencia sobre la literatura paraguaya del siglo XXI.

Siempre he pensado que una ciudad, para cobrar realidad, necesita ser ficción; que Londres es más real porque la escribió Dickens, San Pertersburgo porque la escribió Dostoievsky, París porque la escribió Balzac, etcétera. Y mientras conversamos Juanma y yo, una tarde lluviosa de esta misma semana, en una de las esquinas escritas ya por él del asunceno barrio de Las Mercedes, recuerdo esta secreta función de los cronistas.

Juanma, la cultura paraguaya se define, en cierto imaginario, por características que marcan también su producción literaria (pensemos en el mundo de Roa, de Cassaccia, de Plá, por citar a los más notables). Tu ficción no entra en esas definiciones. Cuéntanos algo de ese proceso de distanciamiento de ciertos cánones.

Distanciarme de los cánones no surge como un proyecto, sino como algo espontáneo y natural. Creo que resultaría imposible no escribir algo impostado y acartonado si uno, en pleno siglo XXI, tomase como partida la misma línea estética y argumental de Roa o de Casaccia. Encontrarse con un libro publicado hace meses, y notar que arranca desde El Trueno entre las hojas o desde La Babosa es una desgracia en términos artísticos. Me parece que el narrador paraguayo hoy se aleja, de forma natural, de los cánones de escritores o libros considerados íconos nacionales.

En este campo de tu experiencia, el literario (sabemos de tu trayectoria musical, pero no de hasta qué punto hay semejanzas), ¿te sientes solo, insular? ¿O ves indicios de la misma o parecida inquietud en otros autores?

Mi trabajo como artista (como músico y escritor) es absolutamente unitario. Escribir música o componer libros me resultan actos que se encuentran en un mismo plano. También es cierto que internamente encuentro diferencias entre la literatura y la música, y que me impactan de manera distinta. La música está más ligada a la expresión, y la literatura a la comunicación. En ambas disciplinas se trabaja con sus herramientas (el lenguaje y las notas), pero ambas se liberan de forma distinta. La música, una vez compuesta, una vez ejecutada, siempre será menos pensada, más instintiva, más cruda y sanguínea, y por ende más cercana a la expresión. La literatura tiene que ver con la comunicación, con esa desesperación que uno tiene de crear un vínculo con los demás, de contarle al mundo lo que uno piensa de la condición humana. Me parece que en la generación en torno a los cuarenta años hay mucha gente que está publicando libros desde propuestas muy distintas (me restrinjo a la narrativa). Por ejemplo, Verónica Rojas Schaeffer aborda temas en apariencia rutinarios con una originalidad estética asombrosa. José Pérez Reyes, en algunos de sus cuentos, se acerca hacia una Asunción inusual, incluyendo materias de anticipación. Mónica Bustos ha introducido elementos cinematográficos, e incluso de cultura pop, que vibran en sus novelas. Javier Viveros escribe sobre África en un libro que nada tiene que ver con ese prejuicio provinciano que se le achaca al paraguayo. Nicolás Granada publicó un libro que se llama Que de mi piel un robot haga origami. Cristino Bogado mantiene en alto lo que denomina el «portuñol salvaje», una especie de cruce de español y portugués de frontera, que en ocasiones resulta incomprensible, pero a la vez desafiante. Rolando Duarte escribió un cuento sobre el Maracanazo que quizá ningún brasileño o uruguayo sea capaz de escribir. En fin, me parece que mucha gente está haciendo cosas interesantes.

¿Qué es ser escritor en Paraguay? ¿Para quién se escribe? ¿Qué diálogo existe?

Ser escritor en Paraguay es un acto de fe. En el encierro de la no difusión, del aislamiento, uno escribe a sabiendas de que tu trabajo podrá ser leído por cincuenta personas, o quizá por millones, en el caso de que en un futuro, que quizá no nos encuentre vivos, nuestros libros empezasen a llegar, de alguna forma, a las manos y al interés del público lector internacional. Ese mismo hecho, creo, ha dado libertades a los creadores paraguayos. Al no estar marcados por imposiciones de la industria, cada cual escribe lo que realmente quiere escribir. Eso lo veo como algo favorable. ¿Qué se lee en Paraguay? No tengo idea. Sé lo que leen mis amigos. Sé que me interesan cosas nuevas, como la prosa de Maqueira, de Knausgard, así como los viejos maestros a los que uno siempre recurre cuando se siente perdido. Tampoco sé si hay diálogos entre los escritores nacionales, aparte de Likes en Facebook y algún que otro cruce furtivo.

Pero (me temo que yo sí soy insular, hasta el salvajismo, así que adelanto excusas por lo que voy a decir) muchos escritores «nuevos» son lo mismo de siempre con retoques temáticos y efectos de superficie. Por eso leen y aplauden a otros escritores que ya nacieron tan obsoletos como ellos en su momento. Eso está mezclado probablemente con política, intercambio de loas y favores y apoyo mutuo, y finalmente se repiten viejos usos que siguen dando resultados tan premiados y aplaudidos como pobres…

Tanto en el ámbito literario como en el ámbito musical existe tanta hipocresía como mediocridad. Acaso una cosa lleva a la otra. Con mi grupo lo sufrí en carne propia. En sus inicios, Sabaoth había padecido los prejuicios culturales, sociales y de todo tipo de la gente resentida y mediocre, incapaz de tolerar el logro de una banda nacional, fuera el que fuese. Estas manifestaciones no solo se dan entre colegas, también a través de los medios, que en ocasiones son capaces de dar destaque a un concierto para cincuenta personas en la plaza de la esquina, y no al lanzamiento de un libro o un disco con excelentes críticas en medio mundo.

¿No te asfixia ese mundito de descalificaciones mutuas y de celos? ¿Era lo que pensabas encontrar como «ambiente cultural», «artístico» o «literario»?

Yo trato de vivir al margen, porque en cierta forma pudo afectarme cuando era músico. Con diecisiete o dieciocho, tenía una banda que funcionaba, que literalmente funcionaba. Nos escribía gente de todas partes diciéndonos que les encantaba lo que hacíamos, y acá algunos nos daban la espalda porque no frecuentábamos los mismos lugares o porque pertenecíamos a tal o cual colegio. Y a un adolescente eso le genera cosas. Una vez, alguien (a quien ahora valoro, porque me habló de frente) me dijo que Sabaoth era una mierda porque no sabíamos lo que era el sudar o sufrir para tener un grupo.

Desconcertante lógica.

Y porque éramos unos «culí». Y yo le respondí que no le entendía. Que lo único que me quedaba claro era que nunca iba a tener un grupo tan bueno como Sabaoth y que jamás escribiría canciones tan buenas como las que había escrito yo, y que eso no tenía nada que ver con viajar en el 30 A. Lo cual fue un acto de arrogancia del que me arrepiento. Y también una mentira, porque para nosotros el 3, el 37 A y el 1 siempre fueron la salvación. Es decir, todo gira en torno a los prejuicios.

Juanma, ¿tu narrativa es la de un «sanjo»?

¿Que si soy un escritor «sanjo»? ¿Qué sería eso?

Viniendo de mí, una provocación, naturalmente.

Roa, Appleyard, Gómez Sanjurjo, Mazó, ¿eran escritores «sanjos»? ¿Pecci era un tenista «sanjo»?

Seguí, seguí, que está subiendo el rating.

Jajá. Entendí tu planteamiento. Estoy hinchando nomás. Uno escribe sobre lo que es, sobre su manera de ver las cosas, que en gran medida está marcada por su educación, su familia y sus amigos. Pero eso no es todo. Es apenas una parte.

Acabas de presentar Plegaria de penumbras en la Universidad de Ottawa. Supongo que el tema de la literatura paraguaya actual habrá estado presente y que el de tu papel, cómodo o incómodo en ella, te habrá asaltado en más de un diálogo interno; ¿cierto, o ni ahí?

Es cierto: parte de la conferencia tenía que ver con la literatura paraguaya del siglo XXI, en especial con la narrativa actual. A mí no me resulta incómodo hablar de ello, porque, como le pasará a la mayoría de los autores paraguayos, cuando nos sentamos en algún foro en el extranjero, sentimos el inmenso peso del anonimato de nuestra literatura. Y eso impacta, incluso funciona como una especie de lastre cuando uno pretende hablar sobre las cosas nuevas y frescas que pudiesen estar ocurriendo en nuestro país: nos damos cuenta de que se conoce muy poco de lo que se escribe en el Paraguay. De esta forma, en ese foro o conversación o conferencia, rápidamente dejo de llamarme Juan Ramírez Biedermann y paso a ser para la gente simplemente el escritor paraguayo. Me pasa casi siempre, o al menos así lo percibo.

Tu narrativa presenta un Paraguay real, fabulado o recreado, pero dentro de los límites del barrio de Las Mercedes. ¿Ha suscitado controversia este rasgo de tu obra?

No tengo noticias de que mi trabajo haya causado controversias. La elección de escribir sobre Paraguay, restringiéndome a Asunción, limitándome a Las Mercedes, tiene como motivo elemental la verosimilitud. Qué mejor recurso para ser verosímil que escribir desde el espacio de lugar y tiempo en el que uno creció. A partir de ahí, por fabuladas que puedan estar algunas historias, se narra un pedazo del Paraguay actual, de sus miserias, sus horrores cotidianos, su desprolijidad y su encanto.

Seguimos hablando, a ratos con seriedad, a ratos acaloradamente y a ratos entre tomaduras de pelo, francas bromas y risas. La noche es siempre joven, no importa lo que pase, y sobre todo, y afortunadamente, la música y la literatura lo son también, y al fin y al cabo lo demás no cuenta. ¡Salud por eso!

«Encontrarse con un libro publicado hace meses, y notar que arranca desde El Trueno entre las hojas o desde La Babosa es una desgracia en términos artísticos. Me parece que el narrador paraguayo hoy se aleja, de forma natural, de los cánones de escritores o libros considerados íconos nacionales».

«Escribir música o componer libros me resultan actos que se encuentran en un mismo plano. También es cierto que internamente encuentro diferencias entre la literatura y la música, y que me impactan de manera distinta. La música está más ligada a la expresión, y la literatura a la comunicación».

«La elección de escribir sobre Paraguay, restringiéndome a Asunción, limitándome a Las Mercedes, tiene como motivo elemental la verosimilitud. Qué mejor recurso para ser verosímil que escribir desde el espacio de lugar y tiempo en el que uno creció».

montserrat.alvarez@abc.com.py

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