La «nueva sangre» guaireña

A partir de la peculiar historia de la población de Villarrica como «República aparte», el autor de este artículo reflexiona acerca del valor de los diversos aportes de los inmigrantes para el desarrollo y la riqueza de la cultura.

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Hasta la asunción de don Carlos A. López como presidente de la nación, la población de Villa Rica del Espíritu Santo permaneció olvidada, como una «República aparte» habitada por expatriados. La dictadura del Dr. Francia la mantuvo así, en especial tras la extraña «orden» que le dio un sacristán al llegar a Asunción de que lo fusilara inmediatamente por no haber depositado en las arcas del Estado los impuestos recaudados en la iglesia. Atónito, el Dictador, negándose a obedecerlo, lo absolvió de las deudas y lo envió a Villarrica de regreso con la condición expresa de guardar absoluto silencio sobre el insólito episodio. 

Y así la Villa, gobernada por un fiel comandante apellidado Fernández, quedó más o menos olvidada hasta la muerte del Dictador. Luego, de no ser por Vicente Estigarribia, médico personal de Francia y de los López, la «mediterránea» comunidad no hubiera figurado en el mapa oficial. Recién durante la Guerra contra la Triple Alianza, en la que destacaron algunos guaireños, la «república guaireña» se integró plena y oficialmente al Paraguay. Terminada aquella guerra, la población del Guairá –a juzgar por los apellidos– siguió siendo, básicamente, la que vino arrastrando a la «andariega ciudad» desde el otro lado del río Paraná. 

Como se sabe, a fines del siglo XIX, para pagar a los vencedores de la guerra, Paraguay ofreció al mundo grandes extensiones de tierras a muy bajo costo. Esta oferta, más el proyecto de hacer llegar la vía férrea al Paraná, más las diversas dificultades que surgían en Europa, llevaron a Villarrica –como a muchas otras ciudades– migrantes de todas partes cuyo entusiasmo revitalizó la rebelde, enérgica y perseverante estirpe guaireña e hizo surgir una particular cultura o modo de vida que los gua’i asumen con no disimulado orgullo. 

Hasta los días previos al festejo del Centenario de la Independencia Nacional, en la capital guaireña casi no se veía el pabellón nacional, y, según las crónicas, recién allá por 1915, y solo en días patrios, la bandera paraguaya empezó a flamear en edificios particulares, junto a pabellones tan diversos como el francés, el uruguayo, el suizo, el italiano, el alemán, el inglés, el argentino, el estadounidense, el español, el austro-húngaro, el griego, el serbio, el brasileño, el sirio, el libanés, el chileno... 

¿Quiénes fueron aquellos «nuevos guaireños»? 

La lista será siempre incompleta e injusta, pero con la ilusión de que los amigos nos ayuden a completarla, vamos a recordar los nombres y apellidos más conocidos que dejaron tatuada la ciudad con sus sangres y sudores bajo el carácter de sus respectivas patrias: 

Franceses fueron: don Alejo Brouchon, Jorge Balanzá, Juan Gautier, Jorge Naville, Honorio Rivet, José Couchonnal y Ernesto Poisson. Uruguayos: el doctor Juan D. Glizt, Artigas Civils, Ruperto Galindo, Manuel Casañas, Eduardo Galindo de Arrascaeta, Pedro Alvariza, Fernando Fontanella, Juan Mármol y Rosalio Perdomo. Ingleses: el doctor James Bottrell, Jorge Taylor, Willian Morgan, Luis Riot, Jorge Canninghan. Argentinos: José Couchonnal, Jorge Cantilo. Julio Chriboni, Claudio Ruiz, Timoteo Vico, Tomás de Peña, José B. Scarone, Pedro A. Rodríguez, Cayetano Sosa, Miguel y Juan Trulls, Brígido Prado, Oreste Trespalié, Pedro Real, Ambrosio Amadeo, Alberto R. Lagos, Atanacio Riera, Juan y Humberto Figún. Españoles: el doctor Santos Canillas, Luis Fernández Prestel, Baldomeo del Perelló, Navor Álvarez, Alberto Gómez, Luis Canata, Francisco Gómez, Diego Rodín, Raimundo Redondo, Manuel A. Rodríguez, Guillen Vélez, Fernando Pagano, Alejandro Herrero García. Darío Álvarez Fernández, Tomás Hereter, Pedro Nolasco Alfaro, Bernardo Cortina y Pedro Martín. Italianos: el doctor Nicolás Sardi, el arquitecto David Broggini, Pedro Galli, Francisco, Juan y Pedro Ruffinelli, Carlos Levi, Rafael Raviezzi, Tomás Vacchetta, César Sonetti, Victorio Belenzier, Pedro Volte, José Bizzosero, Domingo Traverssi, Natalio Ghezzi, José Verdecchia, Emilio Mastrazzi, Antimo Pettirossi, Pedro Boggino, Juan Lombardi, José Pirotta, Juan Campari y sus hijos Carlos Segundo y Catalina, Antonio Bertolo, Juan Laparula, José Pichiota, Pedro Rivelli, José Filippo, Nicolás Faraone, Antonio Pompa, José Brabilla, Presbítero Fiori, José M. Careaga, José Skanata, Pedro Vezzetti, Sebastián Montalvetti, Santino, Domingo Barbieri y Juan B. Spezzini. Norteamericanos: Willian Harrison, el farmacéutico Charles Chase, Hunter Davidson y James Birks. Alemanes: el Barón Von Wald, Juan, Gerardo y Arturo Voig, Federico Nill, Arturo Clebsch, Hans Salmahnn, Federico Fett, Bernardo Ghere, Leo Arens, Juan Number, Gustavo Storm, Federico Klanner, Enrique Siébols, Jorge Strubing, Pedro Mohor, Guillermo Eiselhor y Pablo Heim. Austrohúngaros: Vicente, Cristóbal, Franz y Antonio Zaputovich, Marcos Miljan y Carlos Khon. Suizos: Agustín, José, Domingo Pedro, Juan y Constantino Guggiari, José y Humberto Gamba. Húngaros: Jacobo Friedmann y sus hijos Adalberto, Eugenio, Egon, Ernesto e Irene Friedmann. Griegos: Antonio Papalucá, Cecilio Boneder y Jorge Apostolaquis. Belga: Carlos Maaox. Serbio: Marcos Tilcich. Sirio-libaneses: Simón, David y José Mussi, José Nasser, Salín, Asad y Miled Girala, José Haitter, Elías Fadul, Antonio Buzarquis, José Ray y Alberto Yaryes. Checoeslovaco: Fernando Cohler. Brasileños: Cámara Canto y Manuel Viera. Australianos: el doctor Alfredo Briskhi y Juan Cadogan. Chileno: el doctor Merino Reyes. Peruano: el doctor Kals Sierra. Finlandés: el ingeniero Solbheri. 

Creemos que estos nombres y apellidos, que formaron un crisol de culturas con los Benítez, los Andino y los Colmán, podrían asentarse en un muro dentro de una Plaza del Inmigrante, para orgullo de sus descendientes. Eso sería realmente justo.

catalobogado@gmail.com

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