La ‘Pancha y Elisa’ de Diego Sánchez Haase

Sobre la ópera ‘Pancha y Elisa’, del compositor Diego Sánchez Haase, basada en la obra de Augusto Roa Bastos ‘Pancha Garmendia y Elisa Lynch. Ópera en cinco actos inspirada libremente en los personajes históricos del mismo nombre’ (Asunción, Servilibro, 2006, 76 pp.)

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El estreno de la segunda ópera de creación enteramente nacional el miércoles 20 de junio del 2018 marcó un hito en la historia de la música clásica paraguaya.

Con un libreto escrito por Alcibíades González Delvalle en base a un esbozo publicado por Augusto Roa Bastos, la composición musical del maestro Diego Sánchez Haase fue ejecutada por la Orquesta del Congreso Nacional e interpretada por un elenco de cantantes paraguayos. En síntesis, todo un orgullo nacional que demostró estar a la altura del decidido apoyo que ofreció el Centro Cultural de la República El Cabildo.

Toda ópera reúne en un solo espectáculo diversos talentos, cada uno de los cuales ayuda en mayor o menor medida a la presentación en su totalidad. A la trama y el diálogo entre los personajes se suman la puesta en escena, integrada por la escenografía, el mobiliario, los trasfondos escénicos, el vestuario, el lenguaje corporal de los actores y, donde corresponde, la coreografía; el desempeño de los artistas, especialmente su trabajo vocal y actoral; y, no menos importante, la música en sí.

Desde los primeros acordes hasta la última nota, la trama de esta acción se centra en una supuesta rivalidad entre Elisa Alicia Lynch y Pancha Garmendia. En el prólogo a su obra, Augusto Roa Bastos aclara que este enfoque forma parte de su propio imaginario y que su función es crear la tensión necesaria en una puesta en escena. Es de suma importancia señalar que el propio Roa Bastos dice que esta obra no es de carácter histórico, sino ficticio. Supongo que no todos los que asistieron habrán leído el texto de don Augusto, por lo que pueden haber salido de la sala con impresiones ficticias que no se ajustan a la historia.

En la actualidad, con medios de difusión a nuestro alcance que frecuentemente confunden ficción y realidad, resulta de suma importancia dejar este punto en claro, más aún cuando la puesta artística trata cuestiones relacionadas con la Guerra contra la Triple Alianza, que no fue causada por Paraguay y cuyas verdaderas razones aún no han sido reconocidas por su principal causante, Brasil.

La interpretación musical tuvo varios puntos altos. A mi criterio, está en primer lugar la magnífica interpretación de los músicos en la fosa, para quienes esta partitura tiene que haber representado un desafío. El criterioso liderazgo de la concertino Sara Arana merece todo nuestro aprecio y elogio. También los acordes de tinte eclesiástico, en solos ejecutados por Miguel Ángel Santacruz. Y, en el escenario, el desempeño de la soprano Montserrat Maldonado demostró la altura que puede alcanzar el talento con una adecuada formación y un riguroso perfeccionamiento profesional. Muchísimas felicitaciones a todos estos artistas. También merece una mención especial la mezzosoprano Anahí Fernández Caballero, que por poco no se robó las últimas escenas con una combinación de destreza actoral y agilidad vocal en el breve pero importante papel de la vieja hechicera que predice el desenlace de la guerra más allá del alcance de esta puesta en escena. Felicitaciones también a ella.

Por otro lado, hubo puntos menos felices. Reinaldo Maldonado demostró que aún nos faltan cantantes masculinos al nivel de nuestras sopranos. Interpretó un Francisco Solano López acorde con la visión acartonada que tenemos del Mariscal. Pero me pregunto, ¿fue esta una visión del tenor Maldonado, o de la dirección actoral? ¿Tenía que estar siempre tan soberbio y altivo, nunca dispuesto a bajarse del pedestal? ¿Será que el Mariscal nunca era Francisco, que jamás se quitaba la banda presidencial, ni siquiera en los momentos de ternura con su amada? En ningún momento mostró la dimensión humana que el público del siglo XXI espera para lograr una mejor comprensión de los personajes históricos y sus épocas. (A título de contraste, vale la pena citar la reciente película Abraham Lincoln, con Daniel Day-Lewis.) Y este comentario respecto al Mariscal en escena me da pena, porque si hubo un personaje a quien esta trama y estos parlamentos ayudaron fue precisamente el Mariscal. Es él quien aparece más realista, más sensato, instando a Elisa a abandonar sus sueños de grandeza. Es él quien representa la razón, diciéndole que no pueden bautizar al hijo de ambos en el Club Nacional.

No se puede comentar en singular el personaje de Pancha Garmendia, porque interpretaron el papel dos cantantes. La de la noche del estreno recibió muy pocos aplausos. La de la segunda noche fue ovacionada, al igual que el Mariscal y Elisa en ambas noches. Esta reacción habla de un público criterioso que supo discernir las diferencias.

La representación de los demás papeles demuestra que nuestro país aún necesita recorrer un largo trecho para lograr una presentación óptima de principio a fin. Me hubiese gustado poder señalar con orgullo que quien interpretó tal o cual papel secundario promete ser un (o una) gran cantante en el futuro. Lamentablemente, no es así. Y cabe señalar, a propósito, que los compañeros de estudio de los cantantes les hacen a estos un flaco favor dándoles a entender con sus estruendosos aplausos que el esfuerzo que hicieron es sinónimo de logro artístico.

La puesta en escena en nada contribuyó a la comprensión del texto de Augusto Roa Bastos y mucho menos a un acercamiento a un momento tan crucial de nuestra historia. Los movimientos de los artistas fueron todos muy artificiosos. El mobiliario estuvo enteramente fuera de lugar para la época y no conjugaba con el minimalismo de fondo evidente en todo momento. Un caso en particular fue, lastimosamente, más trágico que cómico: sentar al Mariscal en un sillón blanco digno solamente de Gulliver. En la última escena, creo que unos cuantos huesos esparcidos en el escenario hubiesen costado mucho menos en efectivo, hubiesen producido un efecto tétrico más realista y hubiesen evitado las risas que causó la exageradamente sobredimensionada calavera. En síntesis, la escenografía no estuvo a la altura de la obra ni de la trama.

Tampoco contribuyó positivamente la coreografía, más ausente que presente. En el único momento en que estuvo al frente, en el intermezzo del segundo acto, la danza pareció más bien un baile colegial que una gran gala en el Club Nacional. Y una pregunta: ¿qué se quiso representar al hacer descalzarse a algunas invitadas? 

Esa doble escena –baile de gala y velorio– articuló en un solo momento lo negativo de esta presentación. Duró poco menos de quince minutos –una eternidad sobre el escenario–. Para quienes no hubieran leído la obra de don Augusto, el vaivén entre baile y velorio tuvo que haber resultado totalmente incomprensible. Escuché a muchas personas preguntarse: ¿Quién está en el cajón? ¿Por qué se retuerce Pancha? ¿Por qué quiere ir a la fiesta? ¿Por qué trata de seducir al Mariscal? ¿No era que no quería saber nada de él? En fin, una mejor coordinación entre dirección artística, escenografía y coreografía hubiese aclarado esas dudas y muchas más. Dice el gran director británico sir David McVicar que si una persona que no conoce nada de una obra sale del teatro sin entender de qué se trató hasta en los más mínimos detalles, falló el director escénico.

El vestuario estuvo acorde a las circunstancias excepto por la pomposidad con la que se vistió al Mariscal y la aparición, justo en el momento en que se inicia la guerra, de un interesante desfile de modas de vestidos de la década de ¡1950! 

El maestro Diego Sánchez Haase no es solamente un director e instrumentista de merecido renombre y un promotor y maestro de talentos musicales, sino también un orgullo para la composición clásica paraguaya. Muchas de sus obras merecen formar parte de un repertorio internacional más amplio, y espero que con el correr del tiempo así vaya siendo. Pero su grandeza se centra más bien en sus obras más breves. Muchas son de excepcional belleza sonora, y aquí me limito a un solo ejemplo, su manejo de la viola en El Grito del Luisón. Quizás esté equivocado o me hayan traicionado mis oídos, pero esta ópera suena como un conjunto de breves composiciones, o módulos, cada uno independiente del otro, adheridos entre sí para producir una sola obra de larga duración.

Luego de escucharla tres veces (incluyendo el ensayo general), llego a la conclusión de que a la partitura le falta lo que Richard Wagner denominó el medioambiente musical. Ese es el elemento que refleja la chispa del genio creador y debería estar presente en una obra desde la primera nota hasta la última. Es el elemento aglutinador que nos permite, al escuchar unos breves acordes, reconocer inmediatamente si se trata de una obra de Emiliano R. o de José Asunción Flores, de La Traviata o del Otello de Verdi, de La Bohème o de Turandot de Puccini, de la Sexta o de la Séptima sinfonía de Beethoven.

En una ópera, todos los instrumentos de la orquesta deben sonar como trasfondo para los cantantes. Richard Wagner nuevamente: la orquesta debe apoyar a los cantantes de la misma forma en que las aguas en calma sostienen una embarcación. Lograr este equilibrio no es fácil, y menos cuando el director de orquesta es el propio compositor, que se envuelve enteramente en su obra y puede olvidar al conjunto. La prueba es que la primera noche no se escuchaba a muchos de los cantantes (de Pancha Garmendia para abajo). Pero, por suerte para los asistentes a la segunda noche, en esa ocasión esto mejoró notablemente, aunque no lo suficiente.

Por último, me resta un punto notable que destacar. La participación en escena de artistas con capacidades diferentes. Fue un goce aparte verles. Fue un goce ver cómo se desempeñaban sobre las tablas, cómo tomaron muy pero muy en serio el adiestramiento que recibieron, cómo estaban seguras de sí mismas, distendidas y relajadas. Fue un goce ver cómo disfrutaban de su momento álgido. No sé quién tuvo la idea de hacerles partícipes, pero al fin y al cabo, como siempre se responsabiliza de lo negativo al productor principal, atribuyamos esta vez también lo positivo a la misma productora principal.

Es mi opinión.

maslopezc@gmail.com 

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