Lopistas y antilopistas

La dictadura que sometió el país durante 35 años tomó como estandarte al Mariscal López y su increíble gesta, porque necesitaba un factor convocante para crear orgullo nacional basamentando así su mandato.

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En ese tiempo, no escuchábamos tanto antilopismo como ahora, cuando han salido publicaciones, novelas e investigaciones que ponen a nuestro héroe en un nivel más humano y, por tanto, más permeable a la crítica. No olvidemos también que en la posmodernidad ya no es de mal gusto profanar mármol canonizado, ni tampoco olvidemos la pulsación de la historia: la sístole del enaltecimiento de una figura primero y la diástole de un severo cuestionamiento después.   
  
Pues en esas estamos ante nuestro héroe máximo: a su brillo le han salido demasiadas sombras… como parte de una actitud posmoderna de desmitificarlo casi todo.

En terreno aparte está el antagonismo de los lopistas y los antilopistas.   
  
Tenemos gente que venera a López hasta el fanatismo religioso, y otra que lo denuesta con tenacidad desmedida. Los argumentos son por todos conocidos: que era un monstruo del egoísmo, ya que por su orgullo hiperbólico llevó a todo un país al desastre, mientras que quienes lo aman dicen que hay que considerar la época y que en aquel momento sus decisiones eran necesarias y hasta inevitables… Otros recuerdan aterrorizados los enjuiciamientos de San Fernando "lugar donde sangró la época más trágica de la guerra" —al decir de Delfina Acosta—.   

En fin, Francisco Solano no deja a nadie indiferente: los contendientes lo aman o lo odian abrazándose a sus posturas con riguroso acantonamiento.   
  
A quienes dicen que no puede ser padre de la patria un hombre que hizo tanto daño, se les puede responder con otra pregunta: ¿existe algún guerrero legendario que no sea megalómano, grandilocuente, egocéntrico, despótico? En todos los relatos originarios, en todas las leyendas fundacionales, vemos que el superhombre realiza una hazaña grandiosa siguiendo solamente su convicción, su fe y su abrazadora pasión. Al héroe no va a importale el costo en vidas ni sacrificios de quienes lo siguen imantados por su presencia enceguecedora, aunque vayan a morir. Es el caso de Moisés, de Alejandro Magno, de Gengis Kan… y modernamente de Colón, de Magallanes, de Napoleón, de Federico de Prusia, de Robin Hood, del Mio Cid, de varios guerreros de la mitología artúrica, de Mao y del Che...   

Estamos describiendo una situación que se repite en todo relato épico: el superhombre no tiene piedad ni se preocupa por cuestiones domésticamente terrenas sino se encuentra capturado por una idea que lo trasciende, que va más allá de él. Por eso no escatima el esfuerzo de los otros a quienes considera meras prolongaciones de sí mismo y a quienes ama en tanto y en cuanto hagan lo que él precisa… Nuestro hombre es ya un arquetipo que se siente poseído por un llamado poderoso que lo excede y desde ese mandato, no pregunta ni ruega ni pide : ordena.   
  
Claro que lo que él no sabe es que ese destino que lo transporta lejos de sí está hecho del paño de su narcisismo ególatra.   

En la gesta de 1870, estamos ante un relato fundacional de nuestra nacionalidad y en él ocurre lo que ocurre en todos los relatos primigenios, cual es que el héroe es tomado tal cual sin la lupa crítica de la realidad ordinaria. En la Biblia —que es el relato sobre el que se funda Occidente—, nadie se indigna porque Yavé Dios fuera colérico, cambiante, vengativo y que tuviera favoritos. En efecto recordamos, por ejemplo, que a David le perdonó que enviara a un desdichado esposo a una empresa de muerte segura para quedarse luego con la bella mujer, concediéndole luego la posibilidad del arrepentimiento… mientras que a otros hijos de Israel no les concedió las mismas chances… Absalón, por ejemplo.   
   
Qué viene primero, ¿el individuo o la masa?   

Pero ¿quién es ese mortal que logra tantos predicamentos sobre sus congéneres? Para analizar al líder, permítame, querido lector, un rodeo preguntando: qué deviene primero, ¿el individuo o la masa?

La respuesta desafía el sentido común. Pareciera que lo lógico es pensar que primero es el individuo y que la muchedumbre es después. Sin embargo, tanto la antropología, la sociología como el psicoanálisis descubren que primero es la aglomeración informe de seres que viven amontonados, sintiendo, pensando y actuando en bloque obedeciendo leyes desconocidas por ellos mismos.   

La masa tiene un poder de concentración tan poderoso como invisible: sus integrantes viven y se comportan sin vida independiente: se conducen según las leyes del conjunto. Su pensamiento es elemental, básico, movido por fuerzas instintivas de amor y odio. Todo lo hacen sin diferenciarse, al unísono y como unidos por un fluido invisible que Gustave Lebon (1841-1931) describe como "sugestión y contagio". Así como en un gallinero muere una gallina por pánico al ver una comadreja y acto seguido mueren mil como reacción en cadena, así también una turba humana puede contagiarse de rabia y linchar a alguien que circunstancialmente se ha convertido en odioso enemigo.   

Individuarse implica poder crecer extramuros de las leyes de la masa. La autonomía fue un logro extraordinario de hombres extraordinarios en los tiempos heroicos, como en la actualidad lo es liberarse del stablishment con su consumismo y compulsión a la instantaneidad y la imagen.   

Es así que quienes se individúan son los menos: son sujetos que tienen conciencia propia y respetan más sus propias exigencias resistiendo la sugestión y el contagio.   

Volviendo a los relatos inaugurales, los relatos homéricos, la Biblia, el Ramayana y el Mahabarata de la mitología hindú, son las primeras crónicas de la humanidad. En estas narraciones, quienes pueden separarse de la masa son sujeto con una autoimagen grandiosa de sí mismos y convencidos de un destino superior. Generalmente son príncipes o hijos de dioses. Los príncipes o los que se creen hijos de inmortales consiguen una educación esmerada. No es determinante, claro, pero ¡cuánto favorece! He ahí a Alejandro, ¡quien fue discípulo de Aristóteles!,            conjeturó que todo su ejército sufría de una identificación con Alejandro: eran inferiores en número y usaban vestidos de gastado algodón ante el destello y el relumbro apoteósico de Darío el Persa. Pues, estos casi harapientos macedonios sabían de su grandeza inconmensurable ante los otros: pese a sus resplandores los persas eran pobres bárbaros politeístas mientras ¡ellos eran superiores porque tenían el concepto parmenídeo del ser!  

Confieso que me lancé demasiado afuera de mis objetivos, cuales son mostrar el egoísmo enérgico y declamatorio de un jefe, pero discúlpenme que la tentación de hablar de la grandeza de los macedonios en los albores de la humanidad, fue muy grande.

El líder es, generalmente, un paranoico. El paranoico cree que suya es la verdad y suya por tanto ya la tierra y todo lo que hay en ella. Todo lo que va en contra de sus deseos por tanto es malo, lo enfurece y hace perder los estribos. Así vemos a los jefes mandar injustamente a la muerte a algún triste súbdito –claro que ahora esto nos empaña la figura del héroe, porque– uno de los grandes avances del siglo XX ha sido el desarrollo de los Derechos Humanos. Pero en tales tiempos, no se sentía así, pues el señor era el amo de la vida y de la muerte de sus vasallos y él mismo era visto como el dueño del rayo y del trueno.   

Sigmund Freud, en Psicología de las masas estudia las causas de la maleabilidad de las multitudes en manos de un líder. El hombre, lobo del hombre, dice Hobbes. Sin embargo, ¿por qué en tumulto no se matan todos, intransigentes contra el prójimo? Eso no pasa, porque la gente se hermana, fraterniza, se homogeneiza a partir de la figura del líder a quien se le toma como un padre.   

Dice Freud que el humano, más que gregario es una criatura de horda, es decir, busca un macho violento que le haga de padre. El macho primordial es violento porque se cree infalible, porque se comporta como quien no duda de ninguna manera, mientras que nosotros, secretamente les envidiamos la capacidad de prescindir de la opinión y la crítica de los demás.  

Los individuos que conforman la masa se igualan entre sí a partir de creerse todos amados por el mismo guía, en quien depositan todos sus anhelos (es él quien sabe y nos guía por la sendero de luz ). Gracias a eso no se matan los unos a los otros pese al egoísmo constitutivo que los condiciona. En cambio el conductor no se ama sino a sí mismo  o, en todo caso, ama a los demás en tanto le satisfagan. Pero el pueblo sí se cree amado por quien consideran el padre común a todos.  

Por eso, así como la libertad es un cimiento esencial para el desenvolvimiento humano, también lo es el anhelo de sujeción y de depositación de nuestros derechos y libertades en manos de un iluminado (un iluminado es, por cierto, un paranoico) que está seguro de conducirnos hacia la senda de la justicia y la felicidad.   
  
La importancia del mito

La soberanía patria no la vamos a procurar hoy con belicismo sino con Educación:  los países fronterizos no nos respetan porque vamos a las negociaciones sin idoneidad. Funcionarios y políticos improvisados son presa segura de todos los facilismos a los que sucumben por falta de objetivos trascendentes. Quien tiene el inmenso placer y el orgullo de hacer bien una obra no se tienta con el dinero malhabido y sí les desafía a hacer bien su trabajo.   

No, sin duda el Mariscal no es nuestra solución, sino la educación.   

Pero el Mariscal es una imagen demasiado gloriosa como para desaprovecharla como basamento de una identidad nacional, sobre todo en períodos de desaliento y desorientación, como ahora.   

La imagen de Solano López es inmensa en su martirio. Ni Sófocles ni Eurípides ni Esquilo imaginaron una tragedia de las proporciones de nuestra gesta del 70.   

Patria es el país de los padres   

La historia del 70 está en los umbrales de nuestra subjetivación y nos aglutina como paraguayos.   

Las imágenes de Mma Lynch, de su hijo Panchito, y de Francisco Solano ya están en el sitial más alto de nuestro sentido de patriotismo.   

A ellos ya les pertenece el suelo sagrado.   

Es necesario que diferenciemos a Franciso Solano, persona histórica real, de Francisco Solano, mito.   

Que del personaje histórico se ocupen los investigadores y los novelistas. Pero el Paraguay debe aquilatar en los discursos dirigidos a los ciudadanos todos el mito de  nuestro pasado donde contamos con un padre colosal.   

Es a ése al que hoy recordamos con sentimiento religioso (no al verdugo, no al tirano).   

Este padre es ya parte constitutiva de nuestro inconsciente.   

Los versos que vienen a continuación son de Héctor Pedro Blomberg:

IBA LÓPEZ, NO EL VERDUGO, NO EL TIRANO  
IBA INMENSO COMO EL MISMO, DE SOMBRAS Y RAYOS FATAL  
CONMOVIENDO IBA EL COLOSO TODO EL SUELO AMERICANO  
EN SU TRAGICA DERROTA QUE CUAN GRANDE FUE TRIUNFAL.   

ERA UN HOMBRE QUE BAJABA Y UN DIVINO QUE ASCENDÍA  
Y QUÉ DURA ESA CAÍDA PARA LA GRAN ASCENCIÓN  
SI FUE SOMBRA SU DERROTA, TODA NOCHE GESTA UN DÍA  
Y ÉL EN MEDIO DE ESA NOCHE ERA INMENSA IRRADIACIÓN.

 

Mara Vacchetta Boggino

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