Los Padres de la Química

Para cerrar los meses de mayo y junio, llamados, respectivamente, de la madre y del padre, hoy, último domingo del segundo, recordemos a dos inmortales amantes que no desearon nunca tener hijos, como la mayoría de la gente, ni, en consecuencia, los tuvieron, pero cuya historia de amor fue decisivamente fecunda, y no solo para ellos, sino para toda la humanidad: Antoine y Marie-Anne Lavoisier, los muy felices padres de una criatura realmente extraordinaria: la Química moderna

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Antoine Lavoisier, como todos sabemos, desterró, con sus investigaciones y experimentos, la teoría del flogisto, enunció el principio de conservación de la materia y dio, en suma, el paso de la alquimia a la química en el siglo XVIII.

Lavoisier nació el 26 de agosto de 1743 en París y, como otros grandes en su siglo, siglo de revoluciones, fue un revolucionario: revolucionó la ciencia.

Es 1789, el año de la Revolución Francesa y de su brillante consigna, «Liberté, Egalité, Fraternité», también el año de la publicación del Tratado elemental de química, ópera magna del investigador: se trata, pues, de dos revoluciones.

La esposa de Antoine Lavoisier, Marie Anne, participó en la segunda.

Marie Anne Pierrette Paulze nació el 20 de enero de 1758 en la provincia del Loire, y era la única mujer de los cuatro hijos de Jacques y Claudine Paulze. Quizá si se hubiese casado –como estaba previsto que lo hiciera– con el conde de Amerval –al que ella llamaba «tonto», «insensible» y «ogro»–, nuestra historia, la del mundo contemporáneo, hubiera sido otra, y nuestra vida actual tendría una fisonomía algo distinta de la que conocemos. Pero Marie Anne se casó con Antoine Lavoisier, y, así, tomaron juntos el camino de la ciencia.

Tenía Marie Anne catorce años, y Antoine, exactamente el doble, es decir, veintiocho, el día de su boda, en diciembre de 1771. Fue el suyo, según todos los testimonios de la época, un matrimonio feliz, notoriamente lleno de respeto mutuo y de alegría, tan rico en pasión como en fidelidad, y sin otros hijos que aquellos que los han hecho ya inmortales en todo el mundo: sus ideas.

Juntos, los Lavoisier dieron a la Química su metodología y su estatuto de ciencia, en los términos de la epistemología moderna y contemporánea. En 1787 apareció el Método de nomenclatura química, con traducciones del latín y el inglés y dibujos de Marie Anne. Su traducción del libro de Kirwan sobre el flogisto fue lo que permitió a Antoine contar con los elementos necesarios para rebatir esas tesis y orientarse al estudio de la combustión; era esta una traducción que no solo requería manejo del idioma, sino también dominio de las teorías científicas de la época.

Marie Anne criticó y glosó la obra en una profusa marginalia y en muchas notas a pie de página. Tradujo, además, la importante Fuerza de los ácidos y proporción de ingredientes en las sales neutras, del mismo autor (y en este caso, por cierto, su comentario a la obra fue publicado en los Annales de Chimie en 1792), entre otros textos de pareja relevancia, como los de Joseph Priestley o los de Henry Cavendish.

En cuanto a su papel de ilustradora, Marie Anne había estudiado nada menos que con el gran pintor neoclasicista Jacques-Louis David, y los dibujos y grabados que aparecieron en el Tratado elemental de química son una muestra de su destreza.

Pero la colaboración de Marie Anne con Antoine Lavoisier no fue tan lateral como podría suponerse al describirla así, limitada a traducir e ilustrar; el matrimonio participaba de la misma búsqueda experimental y teórica (y era el trabajo conjunto en el laboratorio una de las mayores dichas y de las más gratas emociones de su vida conyugal, como consta en diversos testimonios directos), y cuando Antoine Lavoisier murió, Marie Anne, viuda, editó y publicó los apuntes de su amado y difunto marido en la obra póstuma titulada Memorias de química.

Pues sucedió que, en 1794, Marie Anne perdió, en el mismo día, a su esposo y a su padre, y se quedó, de esta forma, inesperada y absolutamente sola en un mundo que amenazaba con destruir la obra científica que Antoine y ella habían construido durante toda una vida en común. Todos sus bienes, incluidos sus instrumentos y sus documentos de investigación, le fueron arrebatados.

Le costó mucho, después de esa súbita catástrofe personal, reunir los apuntes de su marido, y aún más le costó conseguir publicarlos, pero Marie Anne se obstinó en hacerlo porque de ese modo ella quería asegurar la memoria y el crédito científico de Antoine Lavoisier, y lo logró. Logró publicar las Memorias, primero, en la barata y mala edición de 1803, y luego en la reimpresión de 1805.

Antoine Laurent Lavoisier y Marie Anne Pierrette Paulze dieron juntos el fascinante paso que condujo, con ellos, a todo el mundo moderno desde el universo, sin duda antiguo, complejo y rico, pero fuera de lugar, insostenible ya por anacrónico en esa precisa etapa de la historia, de los arcanos alquímicos medievales y renacentistas, a las reglas científicas nítidas y acotadas de la ciencia experimental, y juntos vivieron la impresionante aventura de conquistar nuevos y desconocidos territorios para la racionalidad ilustrada de su tiempo y de los tiempos por venir.

La Química, como ciencia moderna stricto sensu, tal como la entendemos y la conocemos hoy, es la hija feliz de este hermoso matrimonio de dos audaces y brillantes compañeros y enamorados. A propósito de los recién pasados días de la madre y del padre, y de los meses respectivos, el segundo de los cuales concluye ya, queden hoy impresas estas palabras de admiración para dos inmortales colegas, amantes y cómplices, que nunca desearon, ni tuvieron, hijos como la mayoría de la gente, pero cuya hermosa historia de amor y excepcional empresa intelectual fue de una fecundidad decisiva para la humanidad entera: los Padres de la Química.

juliansorel20@gmail.com

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