Mario Halley Mora, el escritor de la palabra maciza

Bernardo Neri Farina Hoy, 25 de setiembre del 2005, Mario Halley Mora, uno de los novelistas y dramaturgos más prolíficos y referenciales de nuestro país, debería haber cumplido 79 años de edad. Con ese motivo, la Editorial El Lector lanza en estos días, dentro de la Colección Homenaje, la reedición de tres libros suyos. Dos de ellos con dos obras de teatro en cada uno y el tercero, con la novela “Cita en el San Roque”, uno de sus últimos y más representativos textos.

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Hoy, 25 de setiembre del 2005, Mario Halley Mora, uno de los novelistas y dramaturgos más prolíficos y referenciales de nuestro país, debería haber cumplido 79 años de edad. Con ese motivo, la Editorial El Lector lanza en estos días, dentro de la Colección Homenaje, la reedición de tres libros suyos. Dos de ellos con dos obras de teatro en cada uno y el tercero, con la novela “Cita en el San Roque”, uno de sus últimos y más representativos textos.

Mario Halley Mora está instalado en la historia de la literatura paraguaya no sólo por el volumen cuantitativo de su obra, sino, esencialmente, porque sus escritos tienen una identidad tan maciza y enérgica, que lo hicieron despuntar manifiestamente sobre otros escritores de este país no tan pródigo en ellos.

Halley Mora fue de esos narradores de palabra fornida, sin arrebatos pretendidamente esteticistas. Su estética se delineó medularmente en la exposición fría y áspera del concepto puntual y estricto, antes que en la formulación retórica, preciosista, descriptivamente inocua de situaciones e ideas.

Tuvo una marcada habilidad para cincelar personajes a partir de la gran verosimilitud de las tipologías a las que acudía casi recurrentemente, rasgo que emergió, sin duda, de su extremada facultad observadora. Mario fue un afilado y penetrante observador de caracteres y de hechos.
De ello deviene que esas existencias ficticias (y no tanto) que manejaba con diligencia y prolijidad en sus textos, aparecieran perentoriamente familiares, incuestionablemente cercanas, señaladamente reconocibles, decididamente reales.

Llegó a dominar, como un domador a sus fieras, la técnica literaria que permitió que fueran sus propios protagonistas quienes se presentaran, gradual o precipitadamente, tal como eran, a los lectores, ahorrándose él, como relator omnisciente, la fatigosa y casi convencional tarea de describirlos por dentro y por fuera.


Sus personajes queridos

A sus relatos y obras teatrales acudieron con precisión escrupulosa, marginales de distintas raleas, buscavidas queribles, mercachifles de la ética, irredentos redimibles, seres malvados pero no tanto, filósofos macerados en alcohol, mercenarios de la virtud, políticos de moralidad difusa, prestidigitadores de emociones, seres comunes de virtudes escondidas, malandrines sensibles, funcionarios de principios borrosos, ordinarios que se vuelven extraordinarios y extraordinarios que se tornan ordinarios, prostitutas sentimentales, hombres emotivos y mujeres... una infinita diversidad de mujeres, sobre todo aquellas con vocación de redentoras.
Mario Halley Mora pareciera haberse sumergido en la literatura para rescatar el valor intrínseco de la mujer. Tenía una muy notoria “debilidad” por lo femenino. Sus protagonistas favoritas fueron las mujeres. Sus obras están selladas por la presencia de “las hijas de Eva”, reivindicadas hasta casi obsesivamente como las definitivas catalizadoras de la condición humana.

Pero más allá de sus preferencias de género y sexo, Mario Halley Mora convivía lealmente con sus personajes. Estos manipulaban su albedrío a su propio arbitrio. Volaban tanto como pudieran volar en forma autónoma. Y hablaban (cosa notable en la literatura de estos lares) tal como se suponía debían hablar de acuerdo con sus respectivas condiciones y extracciones.

Su parquedad en la vida real, la proyectó Halley Mora a su existencia literaria. El se escudaba detrás de sus personajes, dejándoles a estos la potestad de expresarse con mayor o menor locuacidad, según lo prefirieran ellos mismos.


Escritor urbano

Una cualidad que se manifiesta con absoluta nitidez en la obra de Mario Halley Mora es la utilización del escenario urbano, con todo lo que ello significó en novedad cuando él irrumpió como escritor dentro de una literatura que hollaba con preferencia los ya muy trajinados espacios rurales.

De su mano, la ciudad de Asunción se convirtió en una protagonista cíclica y omnipresente, que a su vez aportó a la creación halleymorana elementos tan ricos como su geografía de personajes variopintos, sus rincones sugestivos, sus callejones insinuantes, sus suburbios incitantes y su hasta ahora irrevocable condición de urbe con corazón de aldea.

Hay en Mario casi una fascinación por esta capital de la República, a tal punto que la convirtió en una aliada, casi cómplice, literaria, de valor interpretativo y de contribución indefectible e indeleble.


Obras reeditadas

Como un tributo a Mario Halley Mora, a 79 años de su nacimiento, ocurrido el 25 de setiembre de 1926 en Coronel Oviedo, El Lector reedita en estos días cuatro de sus obras teatrales fundamentales (en dos libros): “La madama”, “Un rostro para Ana”, “Magdalena Servín” y “Testigo falso”. Asimismo, presentará una nueva edición de una de las últimas novelas del autor, y quizá una de las mejor logradas: “Cita en el San Roque”.

Las versiones originales de todas estas obras están totalmente agotadas, y constituye una iniciativa plausible dar oportunidad al público, sobre todo el joven, de acceder a estos textos esenciales de la novelística y de la dramaturgia de nuestro país.

Es incontestable la calificación de Mario Halley Mora como el más prolífico de los dramaturgos paraguayos, pero son precisamente sus obras teatrales las menos conocidas por la generación actual.

“Testigo falso” pertenece a su primera época, data de 1965, y es demostrativa de su inicial evolución como autor teatral que comenzó en 1956, con la comedia dramática “En busca de María”, nacida del desafío que le lanzó Ernesto Báez a Halley Mora a raíz de la crítica negativa que publicó éste sobre una pieza presentada por aquel gran actor.

En “La madama” y en “Magdalena Servín” aparece la figura de un personaje que ronda permanentemente la obra de Halley Mora: la prostituta que asume su condición de tal sin renunciar a ciertos principios morales que para ella están por encima de su condición “profesional”, que es apenas coyuntural.

Para Luisa (la madama) y Magdalena Servín la prostitución es un estado que no las rebaja como personas, porque es la situación a la que les relegó la sociedad en contra de su propia voluntad. Es más, desde su condición de prostitutas sorprenden con actitudes nobles y acciones capaces de redimir a otra gente que públicamente abomina de las meretrices pero que clandestinamente actúa como la más perdida de ellas, en el caso de mujeres; o que las utilizan para sus placeres a escondidas, en lo que se refiere a los hombres.

Las putas de Halley Mora, al contrario de las tristes de García Márquez, son seres vitales, capaces de extraer una gota de alegría de las miserias sólidas que las rodean, y dispuestas a sacrificarse al máximo para rescatar del oprobio a quienes ellas consideran merecedoras de ayuda.

En “Un rostro para Ana” también asoma la Ana prostituta, entre varias Anas de diferentes constituciones éticas.


Una novela impactante

La novela que reedita ahora El Lector, “Cita en el San Roque”, es uno de los últimos textos de Mario Halley Mora. Y quizá uno de los más logrados trabajos literarios de este autor que siempre logra conmover con algún recurso nuevo.

Esta vez, Halley Mora apela al procedimiento de la contra verdad a la novela “original”. Es decir, esta es una obra desdoblada en dos: un primer texto adjudicado finalmente al propio protagonista, y un segundo texto que desenmascara la supuesta falsía del primero. Es una técnica no novedosa, precisamente, pero poco utilizada, infrecuente en la novelística paraguaya.

En esta ficción (una mentira que no es tal, como diría Mario Vargas Llosa, o una verdad hecha con mentiras) Halley Mora se regodea con una serie de críticas descarnadas a diferentes estratos de nuestra comunidad.

No se salvan ni la prensa, ni el sistema judicial, ni los políticos. El periodismo aparece con su rostro de irresponsabilidad y de pretendido poder sobre todos los poderes: denunciante, fiscal, juez y verdugo, todo en uno. Por su parte, la política repta por los cubiles más repugnantes en los que habita la bajeza humana.

Se le pueden discutir y cuestionar muchas cosas a Mario Halley Mora, menos algo: que es un escritor fundamental para la literatura paraguaya. Su discurso adusto no exento de identificable humor, su palabra ruda, su voz rugosa, su dominio de los caracteres humanos y su familiarización profunda con el temperamento y los rasgos tan ancestralmente nuestros, hacen que él sea, definitivamente, un pasajero perenne e inevitable de las letras nacionales.
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