Memorias de un poeta universal

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Hay que leer Confieso que he vivido, del gran poeta chileno Pablo Neruda, para entrar en el universo de un hombre que con la publicación de su poemario Crepusculario dio a la literatura una iluminación única en su género.

Aquel libro primerizo tuvo una repercusión sin precedentes. El autor había escrito que el texto hizo su propio camino y que “Farewell” había llegado a ser aprendido de memoria por mucha gente.

“En el sitio más inesperado me lo recitaban de memoria, o me pedían que lo hiciera”, se lee.

Su conocida militancia política lo llevó por numerosos sitios y también hizo que entablara amistades con exponentes de gran influencia en generaciones posteriores, como Federico García Lorca, Rafael Alberti, Miguel Hernández.

En sus memorias, Neruda utilizaba un lenguaje marcado a menudo por el tinte poético. Es que tan natural y espontáneamente sus palabras se deslizaban por las metáforas.

Tardó treinta años en reunir muchos libros entre los que estaban volúmenes de Quevedo, Cervantes, Góngora, en ediciones originales así como Laforgue, Rimbaud y Lautréamont. Y tuvieron que transcurrir veinte años para que llegara a juntar una colección de cinco mil volúmenes de caracolas que obsequió a la Universidad de Chile.

Pues bien, aquel noble gesto suyo despertó polémicas y reacciones airadas en su país. En el momento de escribir sus memorias, profundamente desencantado, confesó que fue como si aquellas caracolas hubieran regresado al océano.

Se refugió en la poesía. Escribía hasta cinco poemas al día. Enamorado infatigable de los crepúsculos, decía que el capítulo central de su libro se llamaría “Los crepúsculos de Maruti”.

El autor de Veinte poemas de amor y una canción desesperada había dicho que la timidez lo había convertido en una especie de sordomudo. En vez de acercarse a las muchachas que despertaban en él alguna simpatía, optaba por mostrar indiferencia, desinterés...

Es imperdible el párrafo en el que se refiere a su amistad con el genial Juan Ramón Jiménez, quien fue el encargado de hacerle conocer, según sus palabras, la legendaria envidia española. Su estadía en España lo marcó profunda, hondamente. Escribiría en su nombre: “España en el corazón”. Los pintores mexicanos llamaron su atención. Se había hecho amigo de Diego Rivera, a quien consideraba maestro de la pintura y de la fabulación.

Un párrafo tocado por la dulzura es aquel en el cual recuerda a su mujer, Matilde Urrutia, provinciana como él. A ella le había dedicado sus Cien sonetos de amor. “Aunque esto no interesa a nadie, somos felices”, había escrito, para agregar que a Matilde le dedicaba siempre cuanto escribía y cuanto tenía.

La misma causa política (ingresó al Partido Comunista de Chile el 15 de julio de 1945) que abrazó fervorosamente le costó no solo el exilio sino el dolor de perder, de ver derrumbado un mundo que trató de hacer crecer con encendidos poemas.

Confieso que he vivido empieza a andar el sendero de sus confesiones de manera casi melancólica: “Comenzaré por decir, sobre los días y años de mi infancia, que mi único personaje inolvidable fue la lluvia”.

El libro no es solo un ardiente recuerdo donde van apareciendo personajes de una época especial de la literatura, sino también un recorrido largo, a veces sorprendente, por un tiempo sociopolítico y literario que marcó a fuego a poetas que hasta la fecha siguen siendo señalados como referentes.

En el amplio abanico de las letras, pocos creadores han alcanzado tanta celebridad como Pablo Neruda.

Hijo de un obrero ferroviario, enamorado de su Chile, apasionado por una causa política que habría de crearle bastantes enemigos como disgustos, él es todavía una figura relumbrante dentro de la poesía.

No en balde obtuvo el Premio Nobel de Literatura 1971.

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