«Movidos por una desordenada pasión»

Como sucede en todo conflicto de intereses de esta magnitud, bajo el ruido del enfrentamiento bélico y lo explícito de los tratados políticos, el trasfondo de la guerra de los guaraníes se tejía también con intrigas.

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El 8 de noviembre de 1755, Juan de Escandón le envía a Francisco Martínez, el provincial de los jesuitas, un largo relatorio de más de ciento cincuenta páginas, fechado en Córdoba de Tucumán. El documento ofrece un interés muy especial, ya que no se limita a describir los acontecimientos que desembocarían en la «guerra de los guaraníes», sino que analiza el momento político y las ambiciones portuguesas de adquirir la mayor cantidad posible de territorio a expensas de los territorios españoles.

En el primer artículo de esta serie decía que los portugueses llegaron con retraso a la conquista de las nuevas tierras, pero se dieron mucha prisa para recuperar el tiempo perdido. Aun más, de no haber existido las reducciones de Paracuaria, Chiquitos (Bolivia) y Moxos (Bolivia y Perú), el mapa de Brasil hoy llegaría hasta el Pacífico.

El padre Escandón comienza haciendo referencia a una carta enviada el año anterior, en la que informaba al padre provincial del «poco favorable y aun deplorable estado, y no tan remoto peligro de su perdición así temporal como eterna, en que entonces se hallaban (y se hallan todavía) en estas partes de la América Austral la célebre cristiandad de los guaraníes o tapés, que hoy pasa de cien mil almas; y de la guerra que españoles y portugueses le hacían sobre el asunto de quitarles sus pueblos y tierras; y en fin de la ninguna esperanza que había de que los dichos indios por fuerza ni de grado jamás conviniesen en darles sus dichas tierras y pueblos a los portugueses, a quienes desde su primera conversión, por los bien sabidos males que siempre les han hecho, siempre también han mirado (y ahora más que nunca) como a sus más capitales enemigos» (1).

El enfrentamiento con los nativos por la posesión de aquellas tierras no solo se llevaba a cabo en el campo de batalla, sino también en las Cortes de Lisboa, de Madrid y de la propia América, a través de intrigas, rumores falsos y manipulación de noticias. «Las mismas intentaron los portugueses –dice el documento del padre Escandón– y sus dependientes y coligados, esparcir y hacer creíbles por acá. Pero como de acá se miran las cosas más de cerca, en lugar del crédito que pretendían se les diese, hallaron solamente el desprecio en todas estas provincias, y aun en todo este reino del Perú, a excepción de tal cual de Buenos Aires y no sé si también de Santa Fe y Corrientes, que son las ciudades a que más ha dolido algo el que las obligasen a salir a la guerra contra dichos indios resistentes con no querer, sino con la vida, darle sus propios pueblos y tierras a Portugal. En todas las demás partes de por ahí se ríen de dichas calumnias y las tienen y han tenido siempre por increíbles, o por tan creíbles y verdaderas como son las fábulas del Talmud o los milagros de Mahoma» (2).

Parte de la «guerra psicológica» que se había desatado era hacer creer que los jesuitas eran los más interesados en que no se diera cumplimiento a lo estipulado en el Tratado de 1750 firmado entre España y Portugal. Era importante para los portugueses desprestigiar a los misioneros debido a la gran ascendencia que tenían sobre los indígenas. No es aventurado pensar que, quitando del medio a los misioneros, los indígenas verían debilitados su fortaleza y su temperamento y terminarían abandonando sus pueblos para volver a la selva.

«Mas por si acaso después a dichas calumnias (que todas se reducen a que nosotros no sólo no hemos cooperado al real tratado, sino que hemos persuadido a los indios a que no les cedan sus pueblos y tierras a Portugal) se les prosigue dando por allá el crédito que no parecía negárseles del todo a su primera llegada a esta nuestra corte, y a los oídos de su primer ministro, como lo insinuaban las cartas que por acá llegaron, y para que dicha calumnia o conjunto de ellas aflija menos a V.R. [Vuestra Reverencia] me ha parecido conveniente darle algunas más individuales noticias, que aunque no le sirvan de mucho, nada le dañarán ni a V.R. ni a sus sucesores en ese oficio, para desvanecer en cualquier tiempo tales calumnias, o el eco que siempre perseverará de ellas a lo menos por algunos años» (3).

Los jesuitas de las reducciones se encontraban, pues, en una difícil situación, ya que los indígenas no tardaron en asumir frente a ellos una actitud contraria, pues no podían explicarse por qué aquellos sacerdotes, en los que tenían puesta toda su confianza, les aconsejaban abandonar sus pueblos y buscar nuevas tierras donde asentarse, aun cuando esto significara muchas pérdidas materiales e incluso de vidas en una marcha larga y penosa llevando a cuesta los enseres que pudieran cargar, además de sus mujeres, sus niños y los ancianos.

«Nosotros –dice el informe de Escandón– (y esto sí puede creer V.R. como lo creen y dicen acá todos los demás) hemos hecho todo nuestro deber, procurando no faltar con lo que debemos a Dios y al rey, y proseguimos sin demasiada pesadumbre, contentándonos solamente con el testimonio que en esta parte nos daba y nos da nuestra buena conciencia, esperando en Dios que desvanecería acá y allá estas calumnias, como ha desvanecido otras iguales, o mayores, que los de esta provincia desde el principio de ella nos han casi siempre levantado, no ya portugueses, sino españoles y entre ellos algunos así seglares como eclesiásticos que por sus oficios y carácter eran y debían ser en nuestra corte menos sospechosos y más ajenos de que a ellos les moviese el propio interés, o alguna otra desordenada pasión, como sin temeridad alguna se puede juzgar que en el presente caso de sus propios intereses y dilatación de los domingos de su Brasil, mueve a los portugueses» (4).

Notas 

1. Legajo 120, 54, Archivo Histórico Nacional de España, Madrid.

2. Ibdm.

3. Ibdm.

4. Ibdm.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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