«Os encontraré y sabréis el horror de la guerra»

Una carta fechada en Asunción el 28 de abril de 1752, firmada por «el Dean», sin nombre alguno (aunque su autor dice ser sobrino de Roque González de Santa Cruz) y dirigida al «ilustrísimo y reverendo padre confesor Francisco de Ravago», expresa preocupaciones por el destino de los indígenas que van a ser desalojados de los siete pueblos reduccionales que reclaman los portugueses en virtud del tratado firmado en 1750 entre las Coronas de España y Portugal. El firmante analiza la situación con lenguaje calmo y, sin saberlo, se adelanta varios años a los acontecimientos.

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«La piedad cristiana y fidelidad que profeso a S. M. [Su Majestad], que Dios guarde, me mueven a informarle de las vejaciones, violencias e impiedades que se seguirán de echar los indios guaranís de sus famosos pueblos de esta banda occidental del gran río Uruguay, dejando sus casas, templos y haciendas a los portugueses, sus enemigos capitales; como lo verá V. S. [Vuestra Señoría] en el informe que va incluso con dos mapas que lo aclara todo, para que visto por V. S. cierre la carta informe para S. M. y se la dé. En otro informe verá V. S. los prejuicios y crueldades que se seguirán con los indios, de el orden, o de la ejecución del orden que trae el señor mayor y será cosa lamentable que se sigan tan grandes perjuicios, de pérdidas de cerca de treinta mil almas, vendidas con la sangre de nuestro Señor Jesucristo y sacadas de los bosques, y su infidelidad al gremio de la iglesia a costa de la sangre de mi venerable tío, padre Roque González, apóstol del Uruguay» (1).

En toda esta correspondencia, los padres jesuitas relacionados con las Misiones insisten en el temor de que los indígenas, disgustados por el trato recibido del rey de España, decidan regresar a sus antiguas poblaciones abandonando sus ideas cristianas. Incluso más, existía el temor de que el ejemplo cundiese y los otros pueblos, aunque no estuvieran afectados por estos desalojos violentos, los siguieran.

«Temo prudentísimamente –sigue la carta–, por el conocimiento del genio de los indios, que viendo los otros 23 pueblos situados en esta banda, el descarrío y despojados de sus parientes, recelando les suceda lo mismo a ellos, se levanten cogiendo las armas, ligados con los expulsados, y las numerosas naciones de guanás, (no se entiende) y charrúas, infieles comarcados y suceda lo que en Santiago de Chile con los arucas con menos motivos para ello, y se (tomen) el Paraguay y las Corrientes y se vuelva todo esto en su primer estado» (2).

Estos temores eran compartidos por todos los que tenían alguna relación con los treinta pueblos indígenas. A esto se sumaba una gran confusión debida no solo a las habladurías que corrían sino también al intercambio de cartas en algunas de las cuales se comenzaba a hablar de que el tratado de límites había sido anulado en España y las fronteras quedaban como hasta entonces.

Paralelamente, los portugueses proseguían sus presiones sobre los jesuitas y los indígenas para obligarlos a abandonar sus tierras. Así, el general Gómez Freyre de Andrade, desde su cuartel de Río Pardo (hoy Río Grande do Sul), el 18 de julio de 1754 escribió una carta a los pueblos remisos recordándoles su obligación de hacerlo. En ella señala: «El marqués de Valdelirios y el señor gobernador José Andonaeguy me expusieron el poco fruto que los padres, vuestros directores, habían sacado de las instancias que os habían hecho para haceros conocer la obligación que el vasallo tiene de obedecer a su señor, y que los mismos padres afirmaban que el único remedio era obligaros con las armas pues vuestra rebeldía llegó últimamente a poner en prisiones a vuestros curas, no consintiéndoles se retirasen al colegio de Buenos Aires (...) y que viendo los dichos señores Andonaeguy y marqués de Valdelirios estaban apurando todos los medios de poderse convencer vuestra tenacidad, me rogaban los auxiliase con las tropas del rey fidelísimo mi amo hasta que completamente el señor gobernados José de Andonaeguy hubiese cumplido lo que estaba determinado, y que el auxilio fuese tal que con la fuerza de las armas viese el mundo reducido a las cenizas estos pueblos para memoria y escarmiento de semejantes barbaridades» (3).

Como ya se ha visto a través de otros documentos expuestos anteriormente, la escalada de violencia en el uso del idioma y en las amenazas tremendas que se incluyen después de corteses fórmulas, por lo menos aparentemente, se va haciendo cada vez más intimidante.

«Pero cuando no queráis venir a mi presencia, despreciando la real clemencia de vuestro soberano, os declaro iré marchando a buscaros hasta que encuentre vuestra oposición y supieseis el horror de la guerra y la fuerza del invencible espíritu de las tropas portuguesas; y podéis estar ciertos que al mismo tiempo experimentaréis igual fuerza en las tropas del rey católico, las cuales vienen marchando a atacar los pueblos que les están destinados; y os advierto si llegáis a oponeros al último suceso de las armas, que la piedad que ahora os prometo, igualaré el rigor del castigo». Y a manera de despedida: «Dios os deje conocer el riesgo a que estáis expuestos por vuestro negro proceder. Escrita en el campo de río Pardo a 18 de julio de 1754» (4).

Notas 

1. Legajo 120, 20, Archivo Histórico Nacional de España, Madrid.

2. Ibdm.

3. Legajo 120, 49, doc. Nº 2, Archivo Histórico Nacional de España, Madrid.

4. Ibdm.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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