Para el rey, solo mentiras y falsedades

En medio de los alarmantes rumores sobre la firma de un tratado en Madrid que supondría la cesión de extensos territorios a la corona portuguesa, los jesuitas recibieron una carta, enviada desde Roma, que les pedía que fueran preparando el ánimo de los indios de siete pueblos que dejarían de formar parte de la corona española.

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Mientras toda la región de las reducciones de Paracuaria era un hervidero de comentarios, opiniones, afirmaciones y desmentidos sobre la existencia de un tratado firmado entre las coronas de Lisboa y Madrid que significaría la cesión de enormes extensiones de territorios a favor del monarca portugués, los jesuitas recibieron una carta desde Roma en la que se les pedía que fueran preparando el ánimo de los indios de siete pueblos que dejarían de formar parte de la corona española. Aunque no lo decía expresamente, era una confirmación de los temores que hacía tiempo se venían viviendo en la región. El tratado existía, gran parte de aquellas tierras dejarían de pertenecerles y los habitantes de siete pueblos de las reducciones tendrían que buscar nuevos parajes donde establecerse. 

En su relatorio, el padre Escandón hace referencia a la carta llegada de Roma y a su contenido. Después de la advertencia sobre el obligado éxodo de aquellos indígenas, continúa diciendo: «En lo cual (proseguía la carta y se supone que también por insinuación de nuestra corte) el rey católico N.S. no miraba tanto en esto a otra cosa cuanto el bien de los mismos pobres indios, y a que no los pervirtiesen en la fe las naciones extranjeras que solían venir de Europa a comerciar con ellos en el sitio que hasta entonces estaban (y habían estado por más de 120 días) y atento también a que con la tal nueva mudanza se facilitaría mucho la conversión de los gentiles que andaban vagando por las dichas tierras que se señalaban de hacia el mar, para que los ya cristianos se mudasen a lo que su majestad también ayudaría con dinero de su real erario. Motivos ambos muy dignos por cierto de la gran piedad y no menos celo de nuestro católico monarca, cuales lo son el de conservar y proteger también la fe católica, pero que al mismo tiempo manifestaban que a su majestad no se le había informado con la verdad, ni sinceridad que a su real persona se debía; antes bien le habían informado de todo lo contrario de lo que en la realidad había, abusando indignamente de su real benignidad y confianza que tales informes le habían dado» (1). 

Es llamativa en todos estos documentos la insistencia en el descaro con que se mentía en los informes, incluso en aquellos que eran presentados a la corona, por lo menos a la de España, pues evidentemente, como dijo el gobernador de Río de Janeiro, Gómez Freyre, los portugueses se habían lanzado a llevar adelante «un gran negocio». Es decir, a sumar más tierras a las que ya tenían conquistadas desde su llegada al continente. En su largo relatorio, el padre Escandón se muestra puntilloso al desmentir todos los argumentos utilizados por los portugueses en favor de sus pretensiones. 

«Por ser falso, y falsísimo –escribe Escandón– (como lo sabían muy bien los informantes que tan de propósito habían registrado todas estas tierras) el que tal comercio ni hubiese entonces, ni jamás lo hubiese habido de naciones extranjeras con dichos indios, ni que moralmente hablando lo pudiese jamás haber por distar sus pueblos más de 150 leguas de la orilla del mar; a donde precisamente se habían de aportar las tales naciones, y no poder llegar después por tierra a los dichos siete pueblos, sin pasar primer por entre los españoles o portugueses que están poblados a la dicha orilla del mar; y eso caso que lo emprendiesen había de ser por unos caminos tan poco practicables como lo acababan de experimentar los mismos portugueses, que les fueron este año pasado [el relatorio está fechado el 8 de noviembre de 1755] a hacer la guerra» (2). 

Contrariando así las súplicas y los relatos de abatimiento y sufrimientos sin fin que les causaría abandonar sus pueblos en cartas escritas por los propios indígenas, el rey de España estaba convencido de que aquella expulsión, pues no era otra cosa, sería de gran beneficio para los nativos y que incluso terminaría ayudando a expandir aún más las ideas religiosas. 

«A más de que el mandarlos y acercarlos más al mar como el buen celo de nuestra corte y la refinada malicia de los informantes proyectaba, era acercar más a los indios y a sus pueblos al desembarcadero de las otras naciones, y por consiguiente al peligro de que se pretendía apartarlos como también es cosa clara y evidente aun en el mismo mapa que como quisieron formaron los informantes para imponer con él a nuestra dicha corte, como lo hicieron. El si se facilitaba o no con dicha mudanza de los cristianos la conversión de los infieles (segundo motivo tan poco conforme a la verdad como el primero) lo verá V.R. en lo que después diremos. Ínterin de la ninguna verdad y abominable e infame falsedad de estos dos puntos del informe que se dio en nuestra corte para el real tratado, puede V.R. colegir cual sería la sinceridad que se guardaría en todos los demás. Y lo más gracioso es que después de todo esto no quieren oír por acá los portugueses que consiguieron su tratado con siniestros informes ni que tal cosa se piense de ellos. Y al pensarlo o decirlo lo llaman ellos decir mal y oponerse al tratado» (3). 

Notas 

1. Legajo 120, 54, Archivo Histórico Nacional de España, Madrid. 

2. Ibid. 

3. Ibid.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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