Por otro futuro

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EL PADRE AZAR

En el tiempo normal, dentro del orden imperante en tu mundo, vas al cine, te matriculas en un curso, te subes a un colectivo. Lo siguiente, dentro de ese tiempo y dentro de ese orden normal, es: te diviertes, asistes a clases, bajas en tu parada. Esas y las demás partes de las diversas secuencias de los actos y de los hechos cotidianos, junto con sus diversas variaciones probables y habituales, forman parte del orden de lo previsible, de lo que tácitamente se sabe o se espera por la experiencia y el conocimiento de las circunstancias y de los elementos del entorno.

Son las cosas que se pueden calcular. Sabemos, en ese orden y en ese tiempo, de su posibilidad o su imposibilidad y de los varios grados de su probabilidad o improbabilidad. A partir de lo pasado ya, tanto en nuestra pequeña historia individual como en la gran Historia, con mayúscula, podemos, y solemos, tanto si lo hacemos conscientemente como si lo hacemos de manera impensada e implícita, tener un horizonte de expectativas personales o un panorama prospectivo del futuro general.

Pero, fuera del orden del tiempo en el que transcurre lo posible y en el que suceden lo probable y lo improbable, existe otra ley, desconocida y misteriosa, que lo puede quebrar todo –una ley, en un sentido muy lato del término «ley», procedente, podemos imaginar, personificando el misterio de su origen, del Azar, o, mejor, como me dijo una vez mi amigo Darío Lancini, del Padre Azar–, que es la de lo inesperado.

Y debido a eso, por abrupta, salvaje magia, la secuencia de lo previsible puede verse rota. Así, lo siguiente puede ser: en el cine, una melodía, una frase o una imagen te hablan de un escondido sueño o una olvidada pesadilla, te conmueven de cierta manera concreta, con la barbarie perfecta de aquello que convierte, en el sentido más hondo de la conversión, y, lo sepas en ese momento o no, ya te has convertido en otra persona, en la persona que, si eres fiel a esta irrupción de lo imprevisto, llegarás a ser. Y en el aula donde se imparte el curso un concepto te atrapa para siempre. Y al colectivo que tomaste sube también, y se sienta a tu lado, alguien que despierta en tu interior la fuerza, hasta entonces desconocida, e irrefrenable, de lo absoluto del deseo, de aquello a lo que no cabe decir «No», de lo que separa tu vida en un antes y un después.

Eso que aparece así es lo incalculable. La irrupción que trastorna el orden imperante de las causas y los efectos previsibles y que transforma, que transformará, que ha transformado ya, de hecho, con su ocurrencia súbita, tu propia consciencia. Por esa irrupción, los hechos de tu vida toman un curso nuevo, y mil posibilidades que no existían antes de que ocurriera esto –esto que antes de ocurrir no era parte de lo posible– se despliegan en un nuevo horizonte vital que crea su propio futuro.

LO IMPOSIBLE

El jueves, la enfermera Graciela Díaz, ante el trato preferencial que veía, en el Hospital de Barrio Obrero, donde ella se encontraba trabajando como de costumbre, que se le otorgaba al depuesto rector de la Universidad Nacional de Asunción, el señor Froilán Peralta, inesperadamente, por primera vez en su vida, hizo aparecer, dentro del curso normal de los acontecimientos, lo que antes de su gesto no era parte de las posibles secuencias de la cadena causal del tiempo ordinario: en esos términos, hizo, en rigor, aparecer lo imposible.

Una consigna muy conocida, como es bien sabido, del Mayo del 68, fue: «Seamos realistas: exijamos lo imposible». ¿Qué significa realmente esa consigna, que tanto se repite? Tengo una interpretación. Lo imposible solo puede ser imposible retrospectivamente. Es decir que nada «es» imposible, sino que «era» imposible. Porque, cuando sucede, trastorna los términos imperantes hasta entonces dentro del orden de la posibilidad. Por eso es realista exigir lo imposible.

La enfermera Graciela Díaz salió hace unos días al umbral de la institución, en el que había numerosos periodistas esperando las nuevas del citado exrector, e hizo algo que probablemente nunca hubiera pensado que haría, que sería capaz de hacer ni que necesitaría imperiosamente hacer, y de esa manera ella misma se convirtió en lo incalculable.

La enfermera Graciela Díaz denunció, firme, conmovida e indignada, ante la prensa que «se sacó máquina que nunca se había sacado para atender a este señor, máquina que nunca se había sacado, ¿y dónde quedan los pobres? ¿Dónde quedan? Los pacientes pobres, que siempre se les decía que no hay, que siempre se les niega, ¿dónde quedan?». Reproduzco del modo más fiel que puedo sus palabras, citadas aquí de memoria, como las escuché en el video que circula desde hace unos pocos días en internet.

LA VICTORIA

Si nada altera el orden del tiempo normal durante nuestra existencia, por horrible, hermoso, aberrante o asombroso que pueda ser cuanto nos rodea, muchas veces nacemos, crecemos, vivimos y morimos sin llegar nunca a saber de qué hubiéramos sido capaces. Pero otras veces el Padre Azar interviene y nos impele a descubrirlo. La enfermera Graciela Díaz descubrió que es una persona valiente. Que al cabo de muchos años de ver injusticias cada día, como todos nosotros las vemos también a diario, al encontrarse por fin frente a una situación lo bastante absurda como para no poder admitir justificaciones ni maquillajes, era capaz de desafiarlo todo y de jugarse el trabajo y la subsistencia; que era capaz, en suma, de jugárselo todo, que en ese momento de cambio interior e irrupción de lo insólito en su vida ya no le importaba jugarse el pellejo con tal de no callar.

Cuando esto pasa, cuando la cadena normal de los acontecimientos previsibles se suspende, tú transformas el curso de los hechos, y los hechos te transforman a ti, y viceversa. Y así es como ocurre la historia, y también, con mayúscula, la gran Historia. Porque la gran Historia la escriben las personas reales y concretas. Como la enfermera Graciela Díaz. Como tú y como yo. Como los estudiantes que, un día, le dicen a una autoridad: «No lo queremos aquí. Váyase».

Porque ese «Salga de aquí» dicho por tantos no anuncia una victoria –la salida, en efecto, de su cargo de esa autoridad–, sino que ya lo es: es la victoria del Padre Azar, que libera a individuos y comunidades de las cadenas de lo previsible. Que auspicia lo desconocido y hace aparecer lo incalculable.

La victoria es ya esa revelación que trae consigo posibilidades nuevas e insospechadas, que cambia la visión prospectiva vigente, que desplaza la causalidad hasta entonces imperante, que quiebra el curso cotidiano del tiempo normal, que instaura otro futuro: la revelación de que la acción colectiva puede derrocar a una autoridad. La de que un día, por lo tanto, las personas y los pueblos serán capaces de vivir y convivir sin obedecer a nadie. Toda revuelta es ya una victoria en sí misma, porque las revueltas, triunfen o no, crean nuevos valores, crean nuevas personas, traen ya consigo otra realidad.

Por eso tal victoria se celebra, suspende en su apertura todas las diferencias, habla sin excluir a nadie ni dirigirse más a unos o menos a otros; por eso los tiempos de revuelta son siempre tiempos de furia, pero siempre también son tiempos de alegría.

EL COMIENZO

Los tiempos de revuelta son tiempos de alegría porque demuestran que nada de lo que es tiene necesariamente por qué seguir siendo. Que la resignación es un sinsentido, una especie de error supersticioso, que hasta su supuesta conveniencia es un infundio.

Porque, más allá del origen, de los motivos y de los propósitos concretos que existan en cada caso –como los hay en el caso del movimiento estudiantil de la Universidad Nacional–, esa revelación crea posibilidades desconocidas, y las crea para cualquier persona, sin excepciones. Por eso, en los carteles, las pintatas y las consignas, cada vez que una revuelta hace aparecer lo incalculable, las mismas palabras y las mismas frases hablan a la vez de las historias individuales y de la gran Historia, de la Historia de todos.

Así, una demanda concreta trastorna todo el orden de lo vigente. Por eso, la irrupción de la revuelta, que es la de lo incalculable, al quebrar el curso del tiempo normal y la cadena de las causas y efectos habituales, nunca puede ser sino un comienzo. Comienzo de algo que excede las reivindicaciones puntuales que se enuncian en el momento, en tanto que comienzo de lo puro posible, de lo aún no conocido, de, sensu stricto, lo nuevo.

Salud, amigos estudiantes; gracias por haber empezado esta revuelta por todos. Y para todos nosotros, estudiantes o trabajadores, hombres y mujeres en general y sin excepción: porque la aparición de lo imposible expande los confines de la vida, hay que ser fieles a lo que revela e incorporar la posibilidad de lo imposible a un nuevo horizonte de acciones y decisiones vitales. No permitir nunca que lo revelado se reduzca a selfis, medallas y anécdotas que evocar en los asados del mañana. Porque si dejamos que una revuelta se diluya nuevamente en el curso de los hechos previsibles, devolvemos al cauce de lo pasado todo lo por venir que trajo lo imprevisto. Eso es cerrar la puerta que habíamos abierto a lo incalculable, todo un vasto universo que aún no tenía dueños ni fronteras. Es olvidar el futuro. Es perder mucho más que todo lo que tenemos: es perder todo lo que aún no existe.

montserrat.alvarez@abc.com.py

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