Portugal y «la pasión por extender sus dominios»

Cuando el entonces Príncipe de Asturias subió al trono español en 1746, con el nombre de Fernando VI, inició una política orientada a reforzar las relaciones amistosas entre las coronas de España y Portugal, para lo cual era preciso superar las divergencias en cuanto a los límites en ultramar. De ahí el Tratado de Límites de 1750, que tuvo consecuencias imprevistas en esta parte del mundo.

https://arc-anglerfish-arc2-prod-abccolor.s3.amazonaws.com/public/VM6VYIOHQNBB5BTJJPZRCCVL4U.jpg

Cargando...

El primer intento de ceder a los portugueses los siete pueblos de las reducciones no se pudo llevar a la práctica. Se había pretendido hacerlo ante la aceptación por parte de los indígenas de marcharse de esos lugares para fundar otros siete pueblos en territorio español. Sin embargo, los misioneros, conocedores del carácter cambiante de los nativos y temiendo por ello que al enfrentar los primeros obstáculos retrocedieran en su intención de ceder sus pueblos, opinaron que era mejor hacer las cosas con calma y debidamente meditadas.

Los portugueses tampoco estaban de acuerdo en esa cesión rápida porque ellos «veían y lo tenían muy de antemano escrito, que habían de ser grandísimas las dificultades, que habían de ofrecerles en la tal transmigración de los indios, y que si ellas se habían de vencer pacíficamente y sin escandalizar al mundo con el estruendo de las armas contra unos pobres, sólo por quitarles lo que ciertamente era suyo, no se había de poder conseguir por otra mano, sino por la nuestra. Y por eso una gran parte de su artificio y astucia fue el empeñar a la Compañía en que les venciese dichas dificultades, diciendo y procurando persuadir al primer ministro de nuestra corte lo que ellos mismos no creían: es a saber, que no los indios, sino los misioneros y la Compañía de Jesús del Paraguay eran quienes se habían de oponer a la ejecución del tratado, no queriendo entregarle a Portugal los pueblos, aunque se los concediese España; y eso no por otro motivo más superior, sino el (...) de no perder la Compañía los emolumentos temporales y aún los tesoros que a millones sacaba de dichos pueblos. Con esto les pareció (y no mal) que empeñaban a la Compañía en que hiciese lo más que pudiese en superar las dichas dificultades, siquiera por sacarlos a ellos (como se suele decir) mentirosos. Y ya se ve que con la dicha cesión los hacíamos también mentirosos sin vencerles las dificultades, y se daba a todo el mundo un público y auténtico testimonio de que era una mera maliciosa calumnia la que estos interesados habían empezado a sembrar en nuestra corte, y a esparcir por la Europa, de que los padres misioneros del Paraguay eran los que se oponían a la ejecución del real tratado y nos los indios. O que mayor ni menor testimonio podría dar de ello la provincia que el ceder tan desde luego y tan voluntariosamente a los dichos sus intereses» (1).

«Otra de las causas que esta provincia tuvo para querer hacer de dicha cesión, fue el ver desde los principios el modo con que se quería hacer la mudanza apresurada y aun precipitadamente que aunque ella de suyo no fuera tan difícil, la misma precipitación bastaba para alborotar a los indios de suyo tan lentos y espaciosos, y para que retrasasen su propósito de mudarse, aun cuando este les hubiese salido muy de corazón. Porque es cosa digna de saber la que entonces no dejó de causarnos mucha, y aun muchísima extrañeza, Y fue que los dichos comisarios reales, aun con todo lo que ya iba adelantado en el negocio de la transmigración para las entregas de los pueblos, no se daban todavía por contentos del todo (a lo menos muy poco o nada lo mostraban) antes mostraban parecerles que todas las cosas que hallaron hechas y se proseguían siempre haciendo, iban demasiadamente despacio; y así querían y pretendían que fuesen y aun corriesen o volasen más a prisa; acaso por la que ya les estaba dando desde Castillos Freyre y los demás comisarios portugueses, que no veían la hora de concluir su gran negocio y apoderarse de los pueblos, sin querer hacerse cargo de las muchas prevenciones, que era menester hacer antes que con efecto se les evacuasen para su entrada dichos pueblos de tanta gente, y sus estancias de mucho más ganado; ni de que su transmigración o mudanza no había de ser allí a la puerta de casa, como dicen, ni a sitios poco distantes de cuatro o seis leguas, ni aun de 20 o treinta; sino que esta gente, como ganado, se había de trasladar a larguísimas distancias, ya de Córdoba, ya de 150, ya de doscientas o más leguas, lo cual no se podía humanamente hacer en muchos meses, ni aun en algunos años, si se había de hacer cómoda, racial, prudente y cristianamente, y de tal modo que aquellos desgraciados indios con todos sus bienes raíces, no perdiesen también todos sus muebles y semovientes precisamente necesarios para mantener sus tristes vidas» (2).

«Mas qué mucho que a los portugueses los cegase su ambición y la bien conocida pasión por extender sus dominios del Brasil para no ver unas cosas de suyo tan claras, cuando parecía que tampoco a los comisarios españoles, aun cuando se las hacíamos presentes no las querían atender, ni hacerse cargo de ellas, antes bien se conocía el poco gusto que tenían en que se las representásemos, y les faltaba poco para decir que lo claro que no eran verdaderas dificultades, sino meros pretextos nuestros para ir difiriendo de día en día la cosa, e ir dando tiempo al tiempo. Como si fuera ni pudiera tener apariencia lo que se les representaba, que a más de lo ya insinuado, era que se necesitaba primero hacerles a 30 mil almas o muy cerca de ellas en los parajes o páramos a donde se habían de mudar sus tales cuales casitas, ranchos o chozas en que llegando viviesen, y en algún modo se reparasen de los destemplados e inclemencias de varios temporales de frío, calor, lluvias, etcétera; ni el que cuando otra cosa no hubiese, era menester hacerles antes aunque fuese de prestado si eran capaces iglesias, y tanto que empiecen en ellas todas las 30 mil almas para así juntarse a oír misa y la palabra de Dios que sus curas les habían de decir y predicar para así conservarlos en la devoción y cristiandad que era razón y en que hasta el presente habían vivido en sus antiguos pueblos» (3).

La prisa que demostraban no solo los portugueses sino también los comisarios reales enviados por España por hacer que los indígenas abandonasen sus pueblos fue el principal motivo de tensión entre los diferentes grupos involucrados en el trazado de los nuevos límites entre las coronas portuguesa y española. Los enviados por sus respectivos reyes, por un lado, y los nativos y jesuitas, por el otro, contemplaban con preocupación los desencuentros. «Así sino se habían de precipitar las cosas, por más que el dicho portugués lo desease y clamase allá desde Castillos por más prisa, no se la podían dar mayor; pues lo demás sería atropellar las cosas contra la mente del tratado mismo de suerte que los indios por las inmoderadas prisas perdiesen a más de sus bienes raíces, también los muebles y semovientes, dejándoselos todos o casi todos a los portugueses, o por no perderlos así, y obligados y aburridos de tantas prisas como se las querían dar tan contrarias a su natural lentitud, diesen ellos en el otro extremo contrario de no querer mudarse» (4).

Notas 

1. Legajo 120, 54, Archivo Histórico Nacional de España, Madrid.

2. Ibid.

3. Ibid.

4. Ibid.

jesus.ruiznestosa@gmail.com 

Enlance copiado
Content ...
Cargando ...