«Querían ponernos en sacos de cuero y tirarnos al mar»

En el artículo anterior se publica la primera parte de un documento que recoge el testimonio de lo que debieron sufrir cincuenta y tres indígenas a mano de las tropas portuguesas asentadas a orillas del río Grande (hoy Río Grande do Sul, Brasil) después de haber atacado, con muchos otros, el fuerte de río Pardo. Un indígena, de nombre Crisanto, describió la experiencia y el padre Bernardo Nusdorffer la tradujo al castellano. El documento en cuestión dice en su último párrafo: «escribióla un indio luisista [del pueblo de San Luis] que fue uno de esos 53, llamado Crisanto, de edad como de 40 años, indio capaz y mayordomo del pueblo, tradújola un misionero de la lengua guaraní en castellano, año 1755» (1).

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Después de haber sido hechos prisioneros, llevados en un barco hacia el cuartel general de los portugueses y haberse amotinado en una batalla desigual donde murieron varios indígenas, fueron vencidos y llevados al cuartel de río Grande donde se reunió el cabildo para decidir qué hacer con ellos.

Refiriéndose a las opiniones de los cabildantes, Crisanto, en su relato, dice: «Todos convinieron que habían de acabar con nuestras vidas, pero no fueron concordes en el modo. Unos nos querían poner en sacos de cuero y cerrados con ellos echarnos a la mar; otros nos querían abalear en la plaza; otros nos querían atar a 4 potros para que nos hicieran pedazos; mientras determinasen y diesen la sentencia nos echaron a la cárcel. Un buen clérigo viendo a 3 de nosotros muy mal heridos y maltratados y ya con peligro casi para morir les tuvo lástima y les pidió para asistirles con los sagrados sacramentos y para curarles, uno de ellos no obstante, murió luego» (2).

Aunque los portugueses no utilizaban la tortura física en sus interrogatorios, se mostraban muy hábiles en el proceso de quebrantar la voluntad de los indígenas, debilitando sus creencias para poder convertirlos así de enemigos en aliados: «Cuando esperábamos ya todos la última sentencia de nuestra muerte, me llevaron a mi solo de casa en casa de los cabildantes, ahí me preguntaron y examinaron de cuanto se les ofreciese sobre nuestros pueblos, sobre la vida, costumbres y acciones de los padres. Al fin me llevaron a casa de su capitán que llaman general. Este otra vez me preguntó sobre todas las cosas, vida y hechos de los padres una y muchas veces, me dijo, mira indio, que me digas y hables la verdad, ya sabéis que los portugueses son bravos; y no sabes todavía tú en qué has de parar, y así no me contéis mentiras. Quién os mandó que no os apartéis de vuestros pueblos y tierras? ¿Quién os instigó que no os mudéis a otras tierras y parajes? ¿Y que no cumpláis la voluntad de vuestro rey y señor? ¿Quién os ha engañado tan mal?» (3).

Después de las amenazas, el interrogador se decide por otro camino: el de humillar al indígena por el lado que le pudiera resultar más doloroso: «Dime la verdad, yo y todos estos mis portugueses ya sabemos que vuestros misioneros por estar amancebados con vuestras mujeres no os quieren llevar a otras tierras, ellos están amancebados con las de mejor parecer., y tienen en ellas muchos hijos y hijas, y a estos los tienen por mayordomos y sacristanes y los tienen en su preferencia dándoles bien de comer, y a vuestras mujeres las tienen en sus casas encerradas, y a sus maridos los tienen apartados de ellas. Por esto venimos nosotros y queremos estar en vuestros pueblos, y los hemos de coger a ellos los primeros, y cabildantes, viejos y viejas, les quitaremos las cabezas y los mataremos todos. Sólo las mujeres y muchachas llevarán los portugueses para sus esclavas y sus maridos nunca las verán más. Y tú, si no me dices la vedad serás tratado del mismo modo; pero si me dices la verdad, serás amado y bien tratado d ellos portugueses y serán echo capitán de la guardia aquí en río Grande» (4).

Los portugueses eran conscientes de la relación que existía entre los indígenas y los misioneros y de la enorme influencia que estos ejercían sobre aquellos. Un camino obligado, pues, era destruir ese vínculo. «Yo bien sé, y saben todos estos portugueses que los padres os maltratan con azotes, y os castigan y os empobrecen, no dando os nada, teniendo os desnudos, todo esto nos dicen los indios que vienen a los portugueses de allá, de vuestros pueblos, como son estos borjistas [naturales del pueblo de San Boja], que están acá, y no se hallan más en los pueblos ni con los padres. Y aunque cristianos se desparraman por todas partes. Esto es lo que a nosotros portugueses obliga de ir allá para sacar a los padres. Los mismos indios tus paisanos han puesto su confianza en los portugueses y quieren que les enseñemos y no quieren más a los padres de la Compañía, esto es lo que nos dijo el general» (5).

El indígena, por último, le respondió a quien le interrogaba: «Señor general, todo esto que me ha dicho, y que os han dicho, y decís que lo sabéis es una grandísima falsedad y una pura mentira, no es esto lo que nos enseñan nuestros padres y no es esto tampoco el motivo por que los padres de la Compañía están entre nosotros. Ellos no nos enseñan sino lo bueno. Los patios y habitaciones de los padres y sus puertas están muy cerradas y ellos están solos en su habitación. Los mayordomos y los que cuidan de ellos y de su aposento, no son niños, sino indios ya de buena edad, y estos sólo de día están en la casa del padre y tocando las ave maría, todos van a sus casas, fuera de un viejo que tiene cuidado de las puertas, que están cerradas de noche. Aun cuando el padre va a ver las chacras él no está ni va solo, sino que tiene consigo al caballerizo indio de edad y razón. Los padres nos dicen misa por la mañana, y a la tarde nos hacen tocar a rosario y antes del rosario, hacen tocar a los muchachos y los hacen rezar y les hacen la doctrina enseñándoles lo que los cristianos han de saber; así mismo todos los domingos y fiestas nos predican la palabra de Dios en la iglesia, así mismo están continuamente administrándonos los santos sacramentos de la confesión y comunión. De noche la casa de los padres está toda cerrada, y las llaves en el aposento del padre. Sólo por la mañana se abre la puerta de su patrio para que entren los sacristanes y los demás que deben. Mientras tuvimos esta conferencia, llegó la hora de comer, y me dejó el general diciéndome que otro día hablaremos más» (6).

Notas 

1. Legajo 120, 56, Archivo Histórico Nacional de España, Madrid.

2. Ibdm.

3. Ibdm.

4. Ibdm.

5. Ibdm.

6. Ibdm.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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