Revolver la basura. Leyendo un poema de Raúl Gómez Jattin

Nacido en 1945 en Cartagena de Indias, crecido en Cereté, en el valle del Sinú, y morador de los manicomios y de la calle hasta que un día de mayo de 1997 fue arrollado por un autobús en marcha, Raúl Gómez Jattin, una de las voces más originales de la poesía moderna, dejó muchas preguntas sin respuesta. Sobre todo, una: ¿Quién era? Natalia Ferreira nos dice quién no era. Y que «no hay loco lindo».

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La poesía de Gómez Jattin, ese papel que corta, habla de todo un montón de basura.

Todo es una maraña de piel, sangre, semen y plástico. Aquello residual, eso que se hace insoportable; lo que queda después de haber usado lo servible, después de todo, eso descompuesto. Nada en la basura de Raúl Gómez Jattin resiste la separación moderna de los residuos, no hay secos y húmedos ponderables, las categorías de lo que puede ser resignificado se borran, como desaparecen las barreras de lo narrable, de lo poetizable. No hay orgánicos y plástico, como tampoco se distinguen la locura del loco, con esa vaguedad del tiempo, esas pausas que maquinan. Recuerdos reprimidos, esos los más atesorados; actos fallidos, como deseos expresados a viva voz; fracasos, huellas de intentos desesperados y esperanzados; desilusiones, resultantes de esas ganas e impulsos que fueron fulgores; amores truncados, amados hasta agotarlos.

Raúl, colombiano él, crecido en el pueblo de Cereté, no supo no ser el mejor, aún siéndolo. Sangre siria, libanesa y colombiana, de niñez nómada y juventud buscando anclajes: en Bogotá y en el teatro. Gran actor, entregado a sus personajes, investigador de cada uno, según algunos el mejor actor de Bogotá en ese tiempo. Azogado, no soportó la crítica a su primera obra escrita y dirigida, incomprendida por la vanguardia comunista de los años 70, que marcaba la pauta en el teatro bogotano. Estos, en la puesta en escena, lanzaron tremendos abucheos. Raúl huyó, buscó refugio tal vez. Herido en la razón, no encontró consuelo y, frágil, enloqueció.

Si Gómez Jattin iba a ser loco, sería el mejor loco. Aislamientos voluntarios, drogas, internaciones en centros psiquiátricos, vida de campo, de vuelta a Cereté, a su casa de infancia, casas de amigos, instituciones, entrar y salir de prisión, parques, la calle, mucha calle. Es ahí, en esa basura social, donde nace el poeta ciruja, y también donde años más tarde muere Raúl, el hombre, atropellado como un perro. Acá no hay loco lindo, Raúl Gómez Jattin padece, sufre mucho y en soledad, pero su poesía y el poeta crecen en ese abono de basural. Sabemos que la poesía es ese espacio habilitado para la locura, es la gran recicladora que permite, a quien vive entre perfumes y alcohol en gel, acceder a esa porción de basura sin el asco, mediatizada. Llegar a la locura racionalizada, cifrada en normalidad de prosa y verso. La locura sin poesía nos sería imposible, nos sería imposible la crudeza sin metáfora, el dolor desgarrador sin rima, la sola locura, sin aura.

Como en toda basura se encuentran registros de la vida de quien la produce, hay en su poesía señal de una vida vivida intensamente. Cartas rotas, flores marchitas, sábanas manchadas con tinta y con semen, juguetes destartalados, cáscaras de mandarinas, libros y partituras, una que otra fotografía, anotaciones de paisajes vistos. Todos elementos de ese gran vertedero del que emanan muchos olores, colores, vahos.

Esa basura es basura de casa, conocida y cotidiana, es mucho de eso que no podemos tirar, que acumulamos en pequeñas pilas, son inservibles bellos, nuestros, son nuestra cicatriz mil veces lamida, que supura, que se resiste a cerrarse. Su hermosura es cruel, y es también crueldad lo que despierta en nosotros.

Basta un poema, si se habilitan los permisos propios, o si los mismos son avasallados, para abrir ese camino inexorable, esa conexión directa con los propios residuos, las ambigüedades latentes, para, entonces, recorrer su obra desde ahí, la parte de su producción que se puede encontrar, la que llega, algo de sus ocho libros, y recorrerse también una. Encontrarse extasiada, linyera también, en el mismo ejercicio, ese doloroso de saberse también frágil, pestilente, a un paso del punto sin retorno, loca menos cuarto, revolviendo la basura propia, asombrada del oficio adquirido, de su arte. Así, en la pila del basural, el propio y el compartido con Jattin, estirar la mano, revolver, llegar a un papel arrugado, sucio, abrirlo, despejar la garganta y leer en voz alta:

Entre primos 

En el aire un ocre olor de mariposas 

como un perfume que vuela de la infancia a este instante 

atrae milagrosamente aquel jardín de luna 

donde nuestra niñez se mostraba el sexo con malicia 

y con ese sometimiento irresistible que sentimos 

por el primer cuerpo desnudo que adoramos 

Tú remendando la cometa destrozada por la brisa 

Yo escribiéndole a la novia compartida 

aquellas urgentes cartas de amor mentido 

para que nos prestara su bicicleta 

Hay una tristeza en el perfume que me hiere 

como si tú caballero escarlata Me hubieras olvidado 

Como si tú primo enamorado y tierno 

de repente hayas decidido abandonar donde te encuentres 

todo aquello sentido y ocultado 

[Tal un corazón dentro de otro] 

bajo el limonero que aniquiló un invierno 

y que recuerdo tan vívido como tus besos.

natufer.riv@gmail.com

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