Pérdidas por robo, técnicas o corrupción del sector energético

La ignorancia es la madre de todos los crímenes, decía Honoré de Balzac hace 200 años. Todos los días nos invaden la ignorancia y las noticias malas; forman el 90 % de nuestro menú existencial. Pero a pesar de eso sobrevivimos. Hemos adquirido inmunidad contra estas plagas y enfermedades que nos enteramos con el advenimiento de la democracia. Aun así no caímos en la depresión colectiva, el nihilismo, la desazón y mucho menos, el aburrimiento.

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El Paraguay se ha convertido en una aldea tragicómica donde un narcotraficante fronterizo gana unas elecciones municipales, jura a escondidas, continúa en la clandestinidad y luego se presenta a la fiscalía y propone guardar reclusión en su feudo municipal. Pero esto ocurre porque siempre hay un abogado cazador-recolector, una “escribana” tembiguái, unos concejales cobardes, un hada madrina protectora con fueros de congresista, un policía sordomudo y un juez complaciente. Por supuesto que todos tienen su precio. La corrupción está tabulada en dólares contantes y sonantes.

Si pudiésemos darle valores numéricos a cada crimen social o penal, las pérdidas económicas serían incalculables. ¿Cuánto le cuesta al Estado paraguayo una indigestión por culpa de un chicharõ mal cocinado? ¿Cuánto le perjudica al pueblo una bofetada similar a la causada por la mafia del fútbol, de la aduana, de las rutas mal construidas y las maestras mal formadas?

“Progreso es una palabra bonita, pero su motivador es el cambio, y el cambio tiene muchos enemigos”, decía Robert Kennedy. El cambio en el Paraguay no vendrá por un milagro en las redes sociales, por un cacerolazo en la Plaza de los Héroes y, menos aún, por el aparecimiento de un iluminado narcotraficante, dado a político. ¿Cómo nacerá un nuevo Paraguay? Ante preguntas como estas, solo nos quedan respuestas absolutas, eternas, inmutables y perfectas; la respuesta de Dios. Una de ellas, que goza de mi preferencia es la interpretada por el profeta Oseas, varias generaciones antes de Cristo: “Mi pueblo fue destruido por falta de conocimiento”.

La respuesta es el conocimiento. La falta del mismo hace que hoy se discutan en el Congreso cuestiones básicas como: ¿es necesario confiscar los bienes de los narcotraficantes hallados incluso “in fraganti” en sus negocios? Un largo proceso libera al narco, enriquece al juez, mata al adicto y destruye la nación.

Todo es relativo, ya nada es absoluto, y esa falta de valores absolutos hace que discutamos si es lícito el matrimonio entre personas del mismo sexo, si es necesario cambiar un código penal que “castiga” con pena máxima de 30 años de cárcel a un asesino serial, a un terrorista que ajusticia a trabajadores, a un negligente que permite la muerte de 400 personas en un supermercado.

En el Paraguay actual da lo mismo matar a una persona que poner una bomba en un supermercado o estadio. La pena será siempre de 30 años. Solo nos falta construir una cárcel “privada”, como la de Escobar Gaviria en Envigado, Medellín de los años 80.

¿Qué modificará este curso de colisión que llevamos? El Paraguay nació dos veces gracias al heroísmo de sus hijos; jóvenes, niños, mujeres y ancianos que ofrendaron sus vidas por nuestra soberanía e independencia. Fueron dos grandes contiendas que dejaron nuestro prestigio de nación indomable en lo más alto del pedestal de gloria. Fue grande en la guerra, pero está muriendo en la paz. Y ha muerto más de siete veces.

Israel tuvo sus méritos como nación valiente, pero como dirían algunos, tuvo la ayuda de Dios. Los romanos, los griegos, los medos, persas, egipcios, caldeos y otros pueblos también dominaron el mundo por sus cualidades militares, la diplomacia, el comercio y su ciencia. Sin embargo, todos sucumbieron al final por la corrupción de sus líderes, por la depravación de sus cortesanos, sencillamente, “por falta de conocimiento”.

¿Cuánto pierde el Estado por una concesión fraudulenta, la contratación de funcionarios sin idoneidad, el reparto de salarios a planilleros o la elección de narcotraficantes? ¿Se imaginó el lector agnóstico o ateo lo que sería este mundo liberado a las fuerzas del mal? El azar, el terrorífico juego del caos y la armonía, la evolución desde la nada, hacia la nada, es para muchos un dios, más creíble que el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.

¿Cuánto representa el 30% de pérdidas de la ANDE? ¿Será que es solo 200 millones de dólares al año? ¿O su efecto multiplicador llega a miles de millones? ¿Cuánto ha perdido el Estado en los miles de contratos de las binacionales y la ANDE durante 43 años de historia energética? ¿Cuánto ha perdido el pueblo paraguayo, propietaria de la mitad de Itaipú, que “cede” energía a precio de costo ¡y encima con una tarifa subvaluada por sus principales compradores!? ¿Cuánto ha perdido la industria, el comercio y el mismo Estado al tener una red nacional de tan baja calidad? O mirando desde abajo: ¿Cuánto quebranto de los usuarios al pagar una energía tan cara, mientras regalamos al Brasil?

¿Cuánto perdieron los jubilados de Itaipú al desaparecer “misteriosamente” los fondos de la CAJUBI? La información oficial dice que hoy el desfasaje actuarial es del orden de los 900 millones de dólares. ¿Dónde están esos fondos? ¿Será que estos miserables que hoy están en Tacumbú, por 40 millones, son los únicos culpables? Muchos dicen que la mano negra vino desde el más alto poder de la época; es por ello que el Brasil ya no quiere “calafatear” este barril sin fondo. El presidente y los directores de Itaipú de la época tienen nombre y apellido, pero están libres.

Con las publicaciones de este diario sobre los jubilados de diamante de Itaipú y los superhombres que ostentan dos o más cargos, copando las gerencias y destruyendo otras oportunidades como si fueran unos Iluminati del sector. Con la evidencia de las niñeras, caseros y secretarias de oro, de los planilleros de plata y los administradores de plomo, es probable que muchos concursantes de empleos y becas de Itaipú estén con cierto temor. ¿Dónde acaba esta carrera de la mayor productora mundial de electricidad?

Corta tu propia leña y te calentarás dos veces, decía Henry Ford, el fundador de la producción y el trabajo en serie y en serio. Este visionario cambió el mundo desde un garaje y sin tener un título académico. Fue un poco después que Nicolás Tesla y Tomas A. Edinson hayan iluminado la Tierra con la energía eléctrica.

En Paraguay nos hace falta un Henry Ford, un profeta Oseas, acompañado de una docena de israelitas para producir alimentos de diferentes variedades, y no solo monocultivos como la soja y las pasturas. En este país necesitamos resucitar a Eligio Ayala, que a su vez podría pedir consejos a Abraham Lincoln, a la reina Elizabeth, a Wiston Churchill, a Ghandi, a Nelson Mandela y otros constructores de la humanidad. Este país necesita nacer de nuevo.

¡Jóvenes, acepten el desafío de ser progenitores de una nueva República!

(*) Exsuperintendente de Energías Renovables de Itaipú

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