¿Pobres pero felices?: qué dicen las mediciones económicas sobre felicidad

Integrar un concepto tan subjetivo y volátil, que además varía entre las diferentes culturas, como la felicidad a la reflexión económica, caracterizada por ser objetiva, ordenada y, sobre todo, comprobable fácticamente, no es tarea fácil. Sin embargo, son múltiples los esfuerzos por trascender el crecimiento económico para determinar si el mismo genera o no mayores niveles de satisfacción personal o felicidad. 

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En la vorágine de mediciones, índices e informes sobre corrupción, pobreza, infraestructura, condiciones de salud, entre otros, donde Paraguay siempre aparece en posiciones medianamente honrosas, algunas preocupantes y en contadas excepciones en posiciones cómodas. 

La medición del grado de felicidad realizado por la empresa Gallup de Estados Unidos ha posicionado anteriormente a Paraguay como uno de los países más felices del mundo. Esta noticia fue recibida tanto con alegría, por la novedad de figurar en puestos de relevancia, como con un serio escepticismo y hasta incredulidad por los aún altos niveles de pobreza del país que parecieran no coherentes ni conciliables con un estado de felicidad. El reciente informe de World Happiness Report 2017, elaborado por Naciones Unidas, posiciona a Paraguay en el puesto 70, muy lejos del primer lugar de Gallup, debido principalmente a la metodología de la investigación. 

A partir de estos informes, parece conveniente discutir con mayor profundidad la problemática de la percepción de felicidad, satisfacción y prosperidad en Paraguay, incorporando los procesos históricos y culturales que han configurado la sociedad. 

Algunos eventos históricos, como la guerra contra la Triple Alianza y, sobre todo, el periodo posterior que abarca desde finales del siglo XIX hasta al menos la mitad del siglo XX, han marcado a fuego el carácter, los ideales y la percepción de los paraguayos. Desde incluso antes de la guerra, la población paraguaya era mayoritariamente rural y sus sistemas económicos y productivos eran muy rudimentarios, con niveles de productividad y consecuentemente bajos, lo que a su vez permitía una renta muy baja. 

Como resultado de lo anterior, el nivel de consumo también era bajo, salvo escasas excepciones de la población urbana que se concentraba en Asunción y otros centros poblados. Sobre todo, en la posguerra se instala la noción de la pobreza como telón de fondo de la economía y la política paraguaya. Las diversas iniciativas de los gobiernos en el último siglo no han logrado modificar las condiciones de vida de la población, circunscribiendo a la misma a diferentes niveles de pobreza. Viajeros europeos a inicios del siglo XX se preguntaban cómo podía suceder que en un país donde el clima era benévolo y la capacidad agrícola alta, existiesen aun miles de pobres. 

Tal como lo muestra y rescata el geógrafo holandés Kleinpenning (2014), las familias rurales pobres de la posguerra, e inclusive hasta después de mediados del siglo XX, no podían mejorar su estándar de vida, aunque esto no se percibía necesariamente como pobreza. Podría asumirse que la población paraguaya se adaptó y acostumbró a los niveles de precariedad económica y de infraestructuras, tolerando una calidad de vida muy rústica, aunque esto parecía no necesariamente afectar ni determinar negativamente el humor o la perspectiva ante la vida. 

La felicidad para los paraguayos parecería no basarse exclusivamente en el mejoramiento de las condiciones materiales, debido a la tolerancia a las precariedades desarrollada en los últimos siglos. El reciente progreso en términos de ingresos, acceso a bienes y al mejoramiento de las condiciones de vida, ha elevado significativamente el estándar de prosperidad y necesariamente llevará a nuevas y altas expectativas sobre la realización personal y la felicidad, que pasarán con mayor peso por el incremento del ingreso, del consumo y el acceso a diversos servicios de calidad.

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