Vivir del arte del vitral

En cada uno de sus viajes observaba los vitrales que encontraba a su paso en las ciudades que recorría, hasta que la azafata de 26 años decidió cambiar los aviones por el arte en vidrio y lo convirtió en un negocio próspero que nunca pasa de moda.

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Beatriz Careaga no solo es un nombre femenino, sino una marca de renombre en el mundo de los vitrales, que supo hacerse camino en estos 26 años que lleva trabajando en el país con vidrio. Era azafata y había abandonado sus estudios de Economía, pero mientras volaba se planteaba cómo lograr quedarse a trabajar en casa y criar a los hijos que planeaba tener.

Cuando decidió pisar tierra firme, descubrió su pasión por los vitrales. Tomó clases en Perú y Argentina, y comenzó haciendo lámparas. Sin embargo, Beatriz tuvo más suerte con los vitrales grandes y estructurales, hacia en los que orientó su negocio. “Los vitrales son la forma más cara de vidriar una ventana”, afirma, pero agrega que es una buena inversión porque da prestigio, es sinónimo de sofisticación, es espiritual y permite la introversión. “La propagación de los vitrales se relaciona mucho con cómo es la sociedad: cuanta más importancia esta le da al arte, como forma de identidad cultural, permite desarrollar formas de expresión artística”, añade.

Sus principales clientes son los propietarios de viviendas particulares, constructoras, el Estado y las iglesias. “Lo mejor es idear los vitrales cuando la casa está en construcción, porque se debe ver la calidad de la luz, el estilo de la vivienda; así es más fácil planificar. En las reformas, el vitral se adapta a lo que se quiere hacer”, explica.

Desde el 2005, cuando le dio una estructura empresarial al negocio, crear y elaborar vitrales es su principal fuente de ingreso, y su labor va al ritmo de la construcción en el país, por lo que hay altas y bajas que sabe aprovechar.

Dependiendo de la cantidad de metros cuadrados con los que cuente la obra, la complejidad del diseño y el trabajo sincronizado del personal, el tiempo de entrega de los vitrales es distinto. Es así que, para las viviendas, la vidriera policromada de 1 a 5 m2 puede estar lista en poco más de un mes, pero la conclusión de un trabajo de más de 50 m2 lleva hasta dos años.

Un vitral sencillo, geométrico, de líneas muy simples y con pocas piezas, cuesta aproximadamente G. 2.800.000. Otro, con más detalles, líneas geométricas rectas y muchas curvas, asciende a G. 4.400.000, en tanto que los vitrales religiosos, pintados con detalles figurativos como personas, llegan a G. 7.500.000. “Cuanto más minucioso es el trabajo, más se encarece”, puntualiza.

Algunas de sus últimas obras, que la ayudaron a desarrollarse como empresaria y le dieron satisfacciones desde el punto de vista artístico, fueron la restauración de la iglesia La Encarnación y el Panteón de los Héroes. También, el lucernario del Centro Cultural Bordas y los vitrales religiosos, como el de la capilla Sagrados Corazones.

Los vitrales no forman parte de una moda, son muy subjetivos y tienen siglos de existencia, por lo que no apuntan a las construcciones masivas. Beatriz llegó a exportar, pero su sueño es desempeñarse en países que cuentan con grandes infraestructuras lujosas, como Dubái.

silvana.bogarin@abc.com.py

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