Conocerse para descubrir el valor de uno mismo

En lo más profundo del océano, ahí donde no llega ni un rayito de luz y el agua es muy helada, vivía un grupo de peces. Como todo estaba en la más absoluta tiniebla, ninguno se conocía personalmente. Solo sentían sus presencias cuando tropezaban unos con otros. ¿Estás listo para tener un cortocircuito emocional? Entonces seguí leyendo esta historia.

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El pobre Peje (adaptación)

—¡Ay, quién es el mal educado! —chillaba una voz al sentir un violento aletazo en la nariz. 

—Perdón, señora Chauliodus Sloanei —decía el otro, al reconocer la voz de su vecina—. Es que no la vi.

—¡Lógico; nadie ve nada aquí! —agregó la voz del señor Sergestes Robustus. 

—Cuidado, que aquí voy yo —avisó don Argyropelecus, pasando entre el grupo. 

—Eso es, avise siempre —dijo la voz ronca de Sergestes Robustus. 

La conversación era escuchada por un pez muy tímido. Nunca se atrevía a opinar y nadie se daba por enterado de que él existía. Y él se quedaba más triste todavía. 

Además, tenía un grave complejo: su nombre. Se llamaba Peje. 

—¡Qué pena! —pensaba— Si yo pudiera hacer algo importante por una vez siquiera, aunque fuera pegar un buen coletazo, para que sepan que existo. 

Para distraerse, se alejó nadando a ciegas, mientras derramaba unas lágrimas. 

Y alguien chocó contra él. 

—¡Peje, cuidado con mi cola! —exclamó la voz de la señora Anguila. El pobre Peje se sintió muy feliz: ¡le habían hablado al fin! 

—Señora Anguila, perdón, es que con estas tinieblas —dijo, repitiendo lo que siempre había ensayado a solas. 

Algo le sucedió. Algo muy raro, sintió que podía confiar en la vieja Anguila, y se instaló a su lado. Le confió penas y temores, mientras ella lo acariciaba con la punta de su cola. El pobre Peje habló largo rato —y así es mi vida. Nunca seré nadie importante —concluyó con voz triste. La sabia Anguila le dijo: —Ten fe, hijito. 

Peje al escucharse llamado «hijito» sintió un nudo en la garganta y en un impulso se lanzó sobre su amiga y le dio un gran beso en un ojo. 

—¡Qué buena es usted, abuelita! —exclamó con voz entrecortada. La Anguila que en su vida había tenido nietos, sintió que una lágrima le mojaba la cara.

¡Se iba a producir un cortocircuito emocional! 

Y así sucedió. 

La corriente produjo de inmediato muchas chispas rojas, rosadas y violáceas que iluminaron el lugar, como fuegos artificiales y una de las chispas cayó sobre el único pelo de Peje. La luz de esa brasa iluminó la hermosa cara del pez destacando sus agudos dientes, la descomunal boca y la dulce ferocidad de sus ojos redondos. 

Ese era Peje. Ni él se conocía. 

Y desde ese día fue importante y eso lo hace muy feliz. 

¡Ah!, también cambió su nombre, ahora se llama Melanocetus Johnson, pero para los amigos, Pejesapo. 

Cuentan las almejas y los cangrejos que una larga fila de peces espera ahora frente a la vieja Anguila para contarle historias muy tristes por si le da pena y se produce en sus cuerpos un nuevo cortocircuito emocional. 

Ana María Güiraldes

Después de leer el cuento marca con una X la alternativa correcta.

Los peces no se conocían personalmente porque: 

a. vivían muy alejados unos de otros. 

b. no eran capaces de reconocerse entre ellos. 

c. en las profundidades estaba muy oscuro. 

Peje quería hacer algo importante para: 

a. vengarse de los demás peces. 

b. darse a conocer. 

c. dar un buen coletazo. 

El primer pez que reconoció a Peje fue: 

a. Sergestes Robustus.

b. Pejesapo de profundidad. 

c. la vieja Anguila. 

Se produjo un cortocircuito emocional entre la sabia Anguila y Peje porque: 

a. se comprendieron mutuamente. 

b. les dio la corriente bajo el agua. 

c. salieron chispas que iluminaron el lugar.

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