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Reglas claras
Por fin llegó el cumpleaños de Alana, la hija de la señora Mariana. La casa estaba preparada con globos, guirnaldas y afiches para recibir a los invitados. Una torta deliciosa de chocolate con siete velitas anunciaba los años que cumplía Alana.
Los invitados fueron llegando. Matías, el hijo de doña Carolina; Tiziana, la hija de la tía Silvana; Facundo, el hijo del tío Guillermo, y los amigos del barrio: Alicia, Juan, Carlota, Verónica, entre otros. Alana los recibía e invitaba a pasar al patio para jugar.
La fiesta transcurrió tranquilamente hasta que Adrián, como estaba perdiendo en el juego «Un, dos, tres, miro», comenzó a cambiar las reglas del juego de tal forma que él pudiera ganar. La discusión comenzó; unos estaban a favor de Adrián y otros, en contra. Tan enojados estaban los chicos que las madres decidieron intervenir.
Doña Mariana le preguntó a su hija qué estaba pasando. Ella, muy nerviosa, le contó que estaban jugando bien hasta que Adrián cambió las reglas del juego. Al escuchar esto, él explicó que era cierto, que lo sentía mucho, que lo hizo porque estaba perdiendo y quería ganar. Pero nunca se imaginó que ocasionaría tanta molestia.
Don Guillermo, quien escuchaba atentamente, aprovechó la oportunidad y les dijo a los niños: «¿Se dan cuenta de lo importante que es seguir las reglas de los juegos? ¿Qué pasaría si cada uno juega como quiere? ¿Podrían jugar? ¿Se divertirían? ¿Qué es más importante: ganar o divertirse entre todos?»
Los niños se quedaron pensando y, después de breves comentarios, se tranquilizaron y se dieron cuenta de que todo lo que había pasado les enseñó que las reglas de los juegos deben ser respetadas para poder jugar y divertirse.