Orígenes de las sopas

Hace cerca de 500.000 años, el fuego aportó el mayor de los descubrimientos al ser humano. Entre otras muchas consecuencias, logró hacer más llevadera la alimentación. Les contamos cómo surgieron las primeras sopas y cómo evolucionaron hasta hoy.

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Primero fue el calor, la luz y la protección que les daba el fuego. Después, tal vez un accidente les hizo descubrir que poner los alimentos directamente al fuego los ablandaba, cambiaba su sabor y los hacía más digeribles. Tuvo que ser sorprendente para aquellas personas del Paleolítico la primera vez que sumergieron un trozo de carne o verduras en agua, lo calentaron y probaron. Ese nuevo líquido tenía el sabor de aquello que habían cocinado: se había descubierto la sopa. 

Este hallazgo cambió el rumbo de la historia de la humanidad al punto que influiría notablemente en el desarrollo de su capacidad craneal, ya que sus mandíbulas, al no ser necesaria una masticación forzada y constante para ablandar los alimentos, dejaría espacio para el desarrollo del cerebro. Por otra parte, las expectativas de vida de aquellos seres crecían gracias a que el desgaste de la dentadura era mucho menor. Por consiguiente, se aseguraban una vejez más llevadera y los niños podían destetarse antes, lo que llevó a un bienestar social e individual desconocido hasta entonces. 

De hecho, la sopa ha sido fiel compañera del hombre en su alimentación. La Biblia nos cuenta que los hebreos en Egipto preparaban suculentas sopas. Los griegos elaboraban una especie de caldo, muy claro, a base de cereales que tomaban como alimento o remedio terapéutico. El más célebre es el ‘caldo negro’ de Esparta, que se elaboraba con sangre de ciertos animales mezclada con vinagre, sal y hierbas aromáticas.

En el siglo XVII, Francois de la Varenne, uno de los grandes cocineros de esa época, creó 300 recetas de variadas sopas. En el siglo XX, el gran maestro de cocina Marie-Antoine Carême actualizó las viejas fórmulas y dejó las bases de las recetas que aún hoy en día se sirven en los restaurantes del mundo entero.

Las sopas instantáneas

Su invención se debe al químico orgánico Justus von Liebig en los años 1850. Entre 1872 y 1873, el alemán Carl Heinrich Knorr y el suizo Julius Maggi perfeccionaron y comercializaron las sopas deshidratadas (sopas instantáneas), normalmente obtenidas por liofilización, de las que existe una gran variedad. Estas marcas de sopas tienen fábricas en los países donde se distribuyen, lo que permite que cada país tenga su propia gama de sopas y reproduzca sus recetas más típicas.

Gazpacho: la sopa fría más famosa 

Es quizá uno de los platos españoles más universalmente conocidos como estrella de la gama de sopas frías. La palabra gazpacho, en uso coloquial, es sinónimo de mezcolanza, confusión, revoltijo. Sucede lo mismo con esta sopa, de la que se realizan mil combinaciones distintas según el lugar, la época, economía y, sobre todo, el gusto de cada uno. 

El gazpacho más conocido es el andaluz, que es una mezcla entre sopa y ensalada. Suele servirse frío como una bebida (o comida) de aromas agradables y reconfortantes. En la propia Andalucía existen tantos gazpachos como familias, pueblos y cocineros; la variedad es tal que existen controversias sobre los ingredientes y sus proporciones. 

Hay personas a las que les gusta más aguado (el denominado aguaíllo), para tomarlo como bebida refrescante en vaso o taza, pero debe ser servido como una emulsión, quedando algo cremoso. Aparte, se sirve una guarnición de tropezones: trocitos muy picados de los mismos ingredientes con los que se ha realizado el gazpacho, como son daditos de pan tostado, tomate, pepino, pimiento y cebolla para que cada comensal le pueda echar al gazpacho según el gusto.

Gazpacho andaluz

6 tomates maduros (bien rojos)

½ locote verde

1 diente de ajo

200 g de pepino

½ cebolla

100 cc de aceite de oliva

100 g de pan duro

Vinagre de vino

Sal fina

1. Picar todos los ingredientes y dejarlos macerar en aceite de oliva y vinagre durante toda la noche en la heladera. 

2. Al día siguiente, licuar todo y, luego, pasar la mezcla por un colador para retirarle las semillas. 

3. Colocar el licuado en una jarra bien grande (de unos 3 o 4 l de capacidad). Si la mezcla ha quedado demasiado espesa para beber, se le puede agregar agua fría o cubitos de hielo, pero con cuidado, pues podría disminuir su sabor. Mantener en la heladera.

 

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