La tranquilidad de poder afirmar: "¡Uff, solo fue un susto!"

Escuchás el estruendo de una moto que se te acerca en la oscuridad de la noche y decís: "Seguro es un motochorro; hasta aquí llegamos, querido celular". Cuando el móvil pasa de largo y el color vuelve a tu rostro, te das cuenta de que solo fue un susto y sos un exagerado cual personaje de telenovela mexicana. Situaciones como esta nos permiten comprender cuán miedosos podemos llegar a ser ante circunstancias que no siempre son las que parecen.

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Saliste temprano del cole y los compas decidieron hacer una ronda de tereré en la casa de quien vive más cerca de la institución, pero pasaste por alto el detalle de pedir permiso. Te divertís durante un larguísimo rato, hasta que, de pronto, suena tu celular y leés: “Mamá llamando”. Empezás a sudar frío y una cantidad de suposiciones invade tu mente, hasta que resolvés contestar. Su tranquilizadora frase: “¿Cómo cambio el estado del WhatsApp?” hace que recuperes el aliento y digas “esta es la última vez que lo hago”.

Sorpresivamente, todos en la clase están callados y, de repente, la profe, con voz firme y fuerte, dice tu nombre; inclusive escuchás un gran eco. Tus compañeros dirigen sus miradas hacia vos, y respondés con cara de yo no fui. Los latidos se aceleran y apenas podés llegar hasta la docente. Todo vuelve a la normalidad cuando ella dice que solo te llamaba para preguntarte si la alumna del otro curso es tu hermana, ya que lleva tu mismo apellido y, además, tienen un parecido.

No hay nada más aterrador que caminar a oscuras en la calle y que, de pronto, se te acerque una moto. Lo más probable es que quieras que la tierra te trague antes de que ladrones te roben el celular que, después de mucho insistir, tus padres te regalaron en la última Navidad, pero la calma se hace presente cuando el móvil pasa de largo y hasta sentís que la brisa de la Rosa de Guadalupe te refresca el rostro.

Generalmente, se tiende a adelantar los hechos y asustarse con cierta exageración, como cuando de repente sentís algo peludo que acaricia con sus pezuñas tu espalda y, automáticamente, creés que el Luisón vino a buscarte, pero luego te das cuenta de que solo es tu perro que quiere jugar. Al fin y al cabo, lo más tranquilizador es poder decir: "¡Uff!, qué grande me asusté por nada".

Por Dayhana Agüero Brítez (19 años)

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