Llega Navidad: ¡qué dolor de cabeza!

Con la Navidad en puerta, el "Din din don" de los villancicos y las cenas de fin de año, comienza el dolor de cabeza: todos corren de un lado para el otro en busca de los regalos perfectos, las mejores decoraciones y los más deliciosos ingredientes para el menú de Nochebuena. Sin embargo, solo recordamos la parte banal de este evento tan especial y olvidamos su verdadero significado: el nacimiento del Niño Jesús en nuestros corazones.

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Para la mayoría de las personas la Navidad es sinónimo de presión social y gasto de dinero, pues en esos días la agenda se llena de actividades, hasta pareciera que los problemas aumentan a medida que se acerca la fecha esperada y el tiempo es muy limitado. Así, el nacimiento de Jesús queda relegado a una fiesta consumista que casi nada tiene que ver con él.

Llega el día tan esperado, toda la familia reunida disfruta de los regalos bien puestos y mucha comida en la mesa, rodeada de arbolitos suntuosamente decorados; a la mañana siguiente un Papá Noel abrigado para soportar el "duro invierno" deja algunos presentes para los niños, que apenas duermen de la emoción. Esta es la Navidad que las publicidades nos hacen creer que debemos celebrar, un acontecimiento cargado de bienes materiales, pero finalmente vacío y sin sentido.

¿Será que vale la pena estresarse tanto por comprar y gastar?, ¿es esa la forma correcta de celebrar este evento o nos olvidamos de lo verdaderamente importante? Mientras más desesperados estemos por lograr la Navidad perfecta, menos tiempo tendremos para gozarla con la familia y amigos. La esencia de este gran festejo en realidad se encuentra escondida detrás de tantos preparativos, regalos y todo el estrés que conlleva.

El tiempo de espera se pasa mucho mejor cuando no está centrado en cosas superficiales, sino cuando se comprende que lo sustancial de esta fecha es el amor del Niño Jesús, el cual debe nacer en nuestros corazones. ¿Pero cómo se demuestra ese amor? Pasando el tiempo con los seres queridos y realizando obras de caridad desinteresadamente.

Por Sandra Villalba (19 años)

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